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SABIDURIA DIVINA

Introducción. –

Salomón listo para iniciar la construcción del Templo, fue a Gabaón, el último lugar donde había estado la Tienda del Encuentro (la parte de la Morada donde estaba el Sancta Sanctorum). El arca, en si ya había sido trasladada a Jerusalén en tiempos de David, anticipando el lugar de su ubicación permanente dentro del futuro Templo; pero la Tienda del Encuentro seguía estando en Gabaón, y Salomón fue hasta allí, quizá simplemente para dar culto, o quizá para ver por sí mismo algunos detalles de la construcción. Ofreció sacrificios a Yahveh y se fue a dormir; y, entonces … Yahveh se apareció a Salomón en sueños por la noche. Dijo Dios: “Pídeme lo que quieras que te dé”. La epifanía se convirtió en una conversación a dos bandas en la cual Salomón pidió “un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”. A Yahveh le gusto la respuesta, pues Salomón no había pedido ni riquezas ni una larga vida, ni tampoco había pedido la muerte de sus enemigos. Por tanto, dijo Yahveh, le concedería un a extraordinaria Sabiduría y un fabuloso Entendimiento, así como riquezas y una larga vida.

Se despertó Salomón y ¡he aquí que era un sueño! Aunque la sección relevante de la Biblia comienza con la afirmación de que era una epifanía en sueños, la visión y el dialogo le parecieron tan reales a Salomón que, cuando termino la conversación, Salomón se quedó asombrado de que no hubiera sido más que un sueño; y se percató de que lo que había sucedido representaba una realidad, con efectos perdurables: a partir de entonces se le doto de una extraordinaria Sabiduría y un fabuloso Entendimiento. La Biblia añade que la “Sabiduría de Salomón era mayor que la sabiduría de todos los hijos de oriente y que toda la sabiduría de Egipto”. (Primer libro de Reyes -3- 1-15)

Desarrollo. –

No intentes estudiar la más alta de todas las ciencias, si no has resuelto de antemano entrar en el sendero de la virtud, porque los incapaces de sentir la verdad no comprenderán estas palabras. Únicamente quienes entran en el reino de dios comprenderán los misterios divinos, y aprenderán la verdad y la sabiduría, en proporción a su capacidad para recibir la luz divina de la verdad. Para aquellos cuya

vida consiste únicamente en la mera luz de su inteligencia, los misterios divinos de la naturaleza no serán comprensibles, porque sus almas no oyen las palabras que pronuncia la luz. Únicamente quien abandona su yo personal puede conocer la verdad, porque La verdad solo es posible conocerla en la región del bien absoluto.

Todo cuanto existe es producto de la actividad del espíritu. La más alta de todas las ciencias es aquella por cuyo medio aprende el hombre a conocer el lazo de unión entre la inteligencia espiritual y las formas corpóreas. Entre el espíritu y la materia no hay definidas líneas de separación, pues entre ambos extremos se interpolan todas las gradaciones posibles.

Si podemos entender como Sabiduría, como un conjunto de conocimientos profundos que una persona ha adquirido sobre una materia a través del estudio o la experiencia o como la capacidad de actuar con prudencia y equidad, sin embargo, hay algo más, Dios es fuego que irradia purísima luz. Esta luz es vida, y las gradaciones entre la luz y las tinieblas trascienden a la comprensión humana. Cuanto más nos aproximamos al centro de la luz tanto mayor es la energía que recibimos, y tanto más poder y actividad resultan. El destino del hombre es ascender hasta el centro espiritual de la luz. El hombre primordial era un hijo de la luz. Permanecía en un estado de perfección espiritual muchísimo más alto que el presente en que ha descendido a un estado más material que una grosera forma corpórea. Para re ascender a su primera altura ha de retroceder en el sendero por el que ha descendido.

Cada uno de los animados de este mundo, recibe su vida, y la actividad del poder del espíritu. Los elementos groseros están regidos por los más sutiles y estos a su vez por otros que los aventajan en sutileza, hasta llegar al poder puramente espiritual y divino, y de este modo Dios influye en todo y lo gobierna todo. El hombre posee un germen de poder divino, que desarrollado puede convertirse en árbol de admirables frutos; pero este germen puede únicamente desenvolverse por la influencia del calor radiante del flamígero centro del gran sol espiritual, y en proporción a lo que nos aproximamos a la luz, recibimos dicho calor.

Desde el centro o Causa suprema y originaria, el causa causorum, irradian continuamente poderes activos que se infunden en las formas producidas por su eterna actividad, y de estas forman irradian otra vez hacia la Causa primera,

constituyendo una cadena ininterrumpida en donde todo es actividad, luz y vida. Por haber abandonado el hombre la radiante esfera de luz, se ha incapacitado para contemplar el pensamiento, la voluntad y la actividad del infinito en su unidad, y hoy tan solo percibe la imagen de Dios en una multiplicidad de variadas imágenes. Así es que contempla a Dios en un numero de aspectos casi infinitos, pero Dios permanece uno. Todas estas imágenes deben recordarle la exaltada situación que un tiempo ocupo y para conquistarla deben tender todos sus esfuerzos. A menos de que se esfuerce en ascender a mayor altura espiritual, ira sumiéndose más profundamente en la sensualidad, y le será entonces mucho más difícil recobrar su prístino estado.

Durante nuestra actual vida terrena, nos encontramos rodeados de peligros, y para defendernos de ello es muy débil nuestro poder. El cuerpo material nos mantiene encadenados a la sensualidad y mil tentaciones diariamente nos asaltan. Sin la reacción del espíritu, la naturaleza animal del hombre rápidamente lo sumiría en el cieno de la sensualidad. Sin embargo, el contacto con lo sensual le es necesario al hombre, pues le proporciona la fuerza sin la que no podría progresar. Por el poder de la voluntad se perfecciona el hombre, y quien identifica su voluntad con la de Dios, puede, aún durante su vida en la tierra, llegar a ser tan espiritual, que contemple y comprenda la unidad del reino de la mente y logre cuanto se proponga; porque unido con el Dios universal, suyas son todas las fuerzas de la naturaleza, y en el se manifestara la armonía y la unidad del Todo. Vive entonces en lo eterno y no se halla sujeto a las condiciones de espacio y tiempo, porque participa del poder de Dios sobre los elementos y fuerza de los mundos visible e invisible, y tiene la conciencia de lo eterno.

Dirige todos tus esfuerzos a cultivar la tierna planta de virtud que crece en lo íntimo de tu ser. Para facilitar su desarrollo purifica tu voluntad, y no permitas que te alucinen las ilusiones de los sentidos; y a cada paso que des en el sendero de la vida eterna, encontrarás un aire más puro, una nueva vida, una luz más clara y en proporción a tu ascenso se dilatara tu ascenso mental.

La inteligencia no conduce por si sola a la sabiduría. El espíritu lo conoce todo, sin embargo, nadie lo conoce. La inteligencia sin Dios enloquece, se engríe en la propia adoración y rechaza la influencia del Santo Espíritu. ¡Ah! ¡Cuán deceptiva y engañosa es la inteligencia sin la espiritualidad! ¡Cuán pronto perecerá! El espíritu es la causa

de todo, ¡y cuan pronto se apagará la luz de la más brillante inteligencia sino la avivan los vitales rayos del sol espiritual!

Para comprender los secretos de la sabiduría, no basta teorizar sobre ellos, sino que principalmente se necesita sabiduría. Solo es verdaderamente sabio quien se conduce sabiamente, aunque no haya recibido la menor instrucción intelectual. Para ver necesitamos ojos, y para oír, oídos; y así; para percibir las cosas del espíritu, necesitamos percepción espiritual. El espíritu y no la inteligencia, lo vivifica todo, desde el ángel planetario hasta la amiba del fondo del océano. La influencia espiritual siempre desciende, nunca asciende, es decir siempre irradia del centro a la periferie, pero jamás de la periferie al centro. Así se explica que siendo la inteligencia humana efecto de la luz del espíritu que brilla en la materia, no pueda trascender jamás la luz del espíritu. La inteligencia sólo será capaz de entender o comprender las verdades espirituales, cuando su conciencia entre en el reino de la luz espiritual. Esta es una verdad rechazada por la gran mayoría de los intelectuales, porque no pueden ascender a un estado superior al que se hallan, y consideran todo cuanto está a su alcance como vaguedades y sueños ilusorios. Por lo tanto, su comprensión es obscura y en su corazón anidan las pasiones, que no le dejan ver la luz de la verdad. Quien forma juicio por lo que percibe por sus sentidos corporales, no pueden comprender las verdades espirituales, y se aferra a su ilusorio yo personal, y repugna las verdades espirituales porque destruyen su personalidad. El instinto natural del yo inferior del hombre le impulsa a considerarse como independiente del Dios universal. El conocimiento de la verdad desvanece la ilusión y, por lo tanto, el hombre sensual odia la verdad.

El hombre espiritual es hijo de la luz. La regeneración del hombre y su vuelta al estado de perfección, en que sobrepuja a todos los seres del universo, exige el desvanecimiento de todo cuanto oscurece y eclipse su verdadera naturaleza interna.

Conclusión. –

El hombre es, por decirlo así, un fuego concentrado en el interior de una cascara material y grosera. Su destino es abrazar en este fuego la naturaleza animalica y reunirse con el flamígero centro, del que es a modo de centella durante la vida terrestre. Si la conciencia y la actividad del hombre hállense continuamente concentradas en las cosas externas, la luz que irradia de la centella divina desde el interior del corazón va debilitándose poco a poco y desaparece finalmente; pero si se

alimenta y aviva el fuego interno, destruye los elementos groseros, atrae a otros sutiles que hacen al hombre más y más espiritual y actualizan sus potencias divinas. No solo se acrecienta la actividad interna, sino también la receptividad a las puras y divinas influencias, y ennoblece por completo la constitución del hombre hasta que lo convierte en el verdadero rey de la creación.

Miguel Zabaleta

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