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LA PALABRA PERDIDA

La Palabra Perdida es la clave secreta de la Francmasonería. La Masonería resalta una extraña pero sugestiva Historia, relacionada íntimamente con un insólito asesinato; el asesinato del Maestre de Obras Hiram Abiff, encargado por el mismo Rey Salomón.

Es, dice: Albert G. Mackey, el último símbolo, cuya existencia depende de un mito, de la Palabra Perdida, y su busca. Este símbolo es el más a propósito, siendo en sí la esencia misma de la ciencia del simbolismo masónico.

La Palabra Perdida se refiere en la masonería al supuestamente verdadero nombre de Dios, nombre que según ellos fue revelado a Adán, Enoc, Abraham, Noé, etc. Dicha palabra se perdió cuando Hiram Abif (el constructor del templo de Salomón) fue asesinado. La Palabra Perdida dicen los masones fue encontrada por ellos pero solamente es revelada en los grados más altos.

En 1952 un masón arrepentido de nombre Walton Hannah decidió dar a conocer al público dicha palabra en un libro llamado Darkness Visible y resulta que esta Palabra Perdida era Jahbulón. Esta palabra resulta de la mescolanza entre Jah (abreviatura de “Yahvé”, judaísmo), Baal (nombre del dios mistérico cananeo) y On, nombre del dios egipcio Osiris según la interpretación masónica.

Esto produjo una gran conmoción en la sociedad inglesa (mayormente anglicana) que consideró que tal nombre no era sino una blasfemia y paganismo ocultista. Eso provocó que muchos anglicanos entre ellos obispos de dicha Iglesia abandonaran la masonería.

Debido a lo anterior, en 1989, la Gran Logia Unida de Inglaterra decidió que en sus rituales se suprimiría toda referencia a la Palabra Perdida: Jahbulón; pero el nombre ya había sido revelado.

Si pasamos a considerar la «palabra perdida» y su búsqueda en la Masonería, lo primero que debemos indicar a este respecto es que el grado de Maestro, tal como es practicado en la Craft Masonry, insiste en la «pérdida de la palabra», que se presenta como una consecuencia de la muerte de Hiram.

La historia mítica de la Francmasonería refiere que hubo un tiempo en que existió una Palabra de valor inestimable que era venerada profundamente. Pocos la conocían y, con el tiempo acabó de perderse, siendo substituida por otra.

Pero, como la filosofía masónica enseña que no hay muerte sin resurrección, ni decaimiento sin restablecimiento posterior, síguese de este principio que la pérdida de la Palabra implica su recuperación.

En esto consiste el mito de la Palabra Perdida y de su búsqueda. No tiene importancia el saber cuál era la Palabra, ni cómo se perdió, ni conocer la que la substituyó, ni cuando se recuperó, porque todos estos hechos tienen un valor secundario que, si bien son necesarios para conocer la historia legendaria, no  son imprescindibles para poder comprender su simbolismo.

El símbolo, cuya existencia depende de un mito cuál es el de la Palabra Perdida, y su busqueda. Es símbolo que abarca dentro de su esfera a todos los demás, siendo en sí la esencia misma de la ciencia del simbolismo masónico.

Para apreciar debidamente los demás símbolos es necesario conocer el, origen de la Orden, porque ellos deben su creación a su relación con instituciones semejantes y anteriores a la Francmasonería, pero el símbolo de la Palabra Perdida tiene relación exclusiva con el designio y objetivos de la institución.

¿Cuál es, pues, el objeto de la Francmasonería? La mayoría de sus discípulos llegan con excesiva precipitación a la conclusión de que es la caridad, en su sentido elevado, porque tienen en cuenta tan solo los resultados prácticos, las nobles caridades que dispensa, las lágrimas de viudas que enjuga, los lamentos de huérfanos que acalla, las necesidades múltiples de desamparados que cubre.

La Francmasonería primitiva de los antiguos se fundó con objeto de conservar la verdad originalmente comunicada a los patriarcas en toda su integridad, y se conoce también que la Francmasonería espúrea, o sea los Misterios, nacieron de la necesidad sentida por los sabios, filósofos y sacerdotes de volver a encontrar la verdad perdida. Esta misma verdad continuó siendo el objeto de la Francmasonería del templo, constituida al verificarse la unión del sistema primitivo o puro con el espúreo. Y, por último, se ha tratado de demostrar que esta verdad se relacionaba inextricablemente con la naturaleza de un Dios y del alma humana.

Dios y el alma, la unidad del primero y la inmortalidad de la segunda, son las dos grandes verdades, cuya búsqueda constituye la ocupación constante de todo francmasón, de tal modo que, cuando se encuentran, se convierten en la piedra angular, o piedra fundamental del templo espiritual, “la casa no edificada con las manos”, que él está erigiendo.  

Desde que empieza sus estudios masónicos se encamina al aspirante, por medio de símbolos significativos y enseñanzas expresivas a la adquisición de esta verdad divina, cuya lección se expone ampliamente en las leyendas y mitos del grado de Maestro.

Pero la Francmasonería es, sobre todo, un sistema de simbolismo, y todas sus enseñanzas se exponen por símbolos.

¿Cómo, pues, se ha conservado este simbolismo? ¿De qué manera ha de interpretarse la historia misma de esta Palabra para que todos sus accidentes de tiempo, lugar y circunstancia, tengan relación patente con la idea sustantiva que se ha tratado de simbolizar?

Ahora bien, la Palabra, en sentido individual, con el mito de su pérdida, substitución y recuperación, viene a ser el símbolo de la evolución personal del candidato, desde la primera iniciación hasta la última, donde llega a conocer todos los secretos de los Misterios.

La multitud idólatra perdió la Palabra, asesinó al Constructor y suspendió las obras del templo espiritual. De modo que, al perder de vista la existencia divina, fue desvaneciéndose cada vez más su conocimiento de Dios y de la religión pura que les enseñara Noé, terminando por caer en un grosero materialismo y en la idolatría

La clave de la búsqueda está en la Palabra Perdida. Esa Palabra conduce a un lugar donde se encuentra realmente la tumba de Hiram Abiff en el monte de Sión y emprender la búsqueda de la Palabra Perdida que conduce a la tumba y al tesoro de Hiram Abiff. La Palabra que hoy utilizan los francmasones no es original, ésta fue substituida por M:.B:. debido a que el Rey Salomón pensó que posiblemente a último momento pudieron los asesinos haberla escuchado en el último aliento del Maestre Hiram, la Palabra Perdida.

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