Los hombres de números estamos acostumbrados a estudiar cuerpos n- dimensionales, geométricamente los llamamos poliedros. Uno de los más interesantes y que se presta a muchos análisis es el del amor.
Una de sus caras es el Amor a uno mismo, que nos lleva a dos vertientes, al más puro egoísmo y al respeto de uno mismo, por lo que vale y por lo que puede aportar a los demás.
Amor a la familia, a la que dedicamos un elevado porcentaje de nuestras preocupaciones y anhelos; por la cual estamos dispuestos a hacer muchos sacrificios.
Amor a los amigos, por lo que de noble y altruista encontramos en ellos y son ellos con los que compartimos penas, alegrías, sinsabores y triunfos. Nos hace feliz el saber y/o colaborar en sus realizaciones. Nos duele profundamente su sufrimiento.
Amor a la Patria, al país donde nacimos y nos formamos. Donde están nuestras esperanzas de mejores días, y el recuerdo de las enseñanzas de nuestros progenitores y maestros.
Amor a los demás, deseo de ayudar al menos beneficiado por la vida. La Órden nos pide practicar la Caridad con ellos, recalcando, “…no la limosna vergonzante…”, por que ella humilla a quien la recibe.
Solidaridad con el dolor ajeno, sea quien lo sufre un ser próximo o lejano a nosotros, sea amigo o adversario. No debemos refocilarnos con el dolor ajeno si nó tratar de compartirlo, ya que el dolor, cuando es compartido sinceramente por otras personas, es mas llevadero.
Este poliedro tiene una característica de la cual carecen los cuerpos físicos, que crece cuando mas lo usamos. No se gasta. Gana brillo y volumen. Veamos sino al Poverello de Asís o a la madre Teresa de Calcuta. Ambos derramaron tanto amor que muchos, contagiados por ese dar, contribuyeron y contribuyen, por los medios a su alcance, para que sus obras continúen en el tiempo. Sin tratar de alcanzar los niveles de solidaridad de los ejemplos, seamos solidarios con los demás. Con el prójimo. Con el que sufre, con el que está abandonado por los suyos, pero hagámoslo con amor.