¿A donde nos conduce esta carrera enloquecedora por tener y acaparar, consumir y poseer? ¿Es posible acaso viajar a diez ciudades en diez diferentes aviones, o ponerse tres trajes simultáneamente, o usar varios sombreros, relojes, automóviles y camisas al mismo tiempo, o dormir la misma noche en cinco camas en cinco mansiones ubicadas en cinco países distintos, con cinco o diez diferentes mujeres?
En el pasado los conquistadores ibéricos, quienes no midieron sus fuerzas para someter a los gobernantes de aquellos siglos, cometieron excesos con la población, impulsados por el deseo
vehemente e irracional de volverse ricos en poco tiempo. Muchos de ellos acumularon fortunas comparables a las de ahora y en un régimen de explotación donde no existían derechos humanos ni menos sindicatos. El tiempo transcurrió y lamentablemente hasta hoy se sigue afirmando con tristeza: “La riqueza minera de Potosí fue a la vez su bendición y su maldición, porque despierta la codicia hasta ahora”.
La tradición judeo cristiana considera a la codicia como un factor negativo, y está vetada en el décimo mandamiento como una prohibición por el deseo irrefrenable de dinero, poder y riqueza; como un apetito voraz que no respeta nada. El capitalismo brutal tuvo su origen precisamente en este deseo enfermizo que no tiene límites. La sed de tener agota al ser humano haciendo cuesta arriba su vida, por ello la avaricia debe tener un límite, y más nos valdría encontrarlo pronto antes de que la codicia acabe con lo mejor de cada uno en particular y de todos en general. ¿Vale la pena dedicar toda una vida, que por cierto es lamentablemente muy corta, para amasar una gran fortuna, es decir a tener y no a ser?
Tanto tienes tanto vales, dijo un poeta en un verso y canción que perdurará para la eternidad y pensando en consecuencia, si yo soy lo que tengo y lo que tengo se pierde, entonces ¿Quién soy? Si no tengo nada, ¿no soy nadie?…………. Todos debemos estar conscientes que cada uno puede perder lo que tiene en un instante, por lo tanto es lógico vivir eternamente preocupados?, devorados por la angustia de perder todo?
¿lo que soy?, de perder mi dinero, mis bienes, mis vínculos de reconocimiento y aceptación social?
Lamentablemente en este indigno tránsito por la vida, no advertimos el descuido de nuestro mundo interior, de nuestra alma, del propio ser individual, debiendo cambiar la afirmación poética anterior por una más contundente que diga: “No valgo por lo que tengo sino por lo que soy”.
Como cada uno puede perder lo que posee, está constantemente agobiado por el temor a los ladrones, a las revoluciones, a los líderes de izquierda, a la competencia, a los cambios económicos, a la enfermedad, a la muerte, en fin….
Vivir teniendo miedo constante al cambio, a la libertad, a lo desconocido. En consecuencia cada uno se vuelve desconfiado, duro, suspicaz, solitario, impulsado por la necesidad de tener más para estar mejor protegido, sin percatarse que mientras más se tiene, más se aparta uno del resto y de si mismo.
Las propiedades materiales lo apartan de su yo interior y por lo tanto cada uno ya no es lo que dice ser, pues se limita a un conjunto de bienes y así se acaban los días de vida sin haber descubierto los inmensos valores que existen en el interior de cada ser. Y si es cierta la afirmación que el dinero compra la felicidad, lo cual ya ha sido verificado que no es así, que lástima llegar al final de nuestros días sin haber descubierto que la verdadera riqueza, es emprender el camino de búsqueda de otros tantos valores espirituales personales, que nos reportarán a la larga más felicidad que el simple vil metal.
La verdadera riqueza no implica el acaparamiento compulsivo de bienes, sino el descubrimiento de nuestra verdadera personalidad; de nuestros auténticos apetitos, cualidades y facultades; de nuestra vocación e identidad que al descubrirlos y confirmarlos, justificamos de verdad nuestra razón de existir, una búsqueda inevitable de la que nos aparta la lucha por el reconocimiento a través del dinero.
Jamás debe faltarnos el tiempo y la voluntad para poder explorar nuestro mundo interior; para entender nuestro ser y justificar nuestra existencia apartándonos del hedonismo radical, de la frivolidad del placer a cualquier precio y a cualquier costo. Tener, solo tener por el hecho de tener como una muestra de inteligencia y talento para hacernos de respeto y aceptación social solo nos divorcia de nosotros mismos al extremo de hacernos caer en una confusión de fatales consecuencias. ¿Para que el acaparamiento de dinero si los sudarios no tienen bolsillos? ¿Para qué la riqueza sino para ayudar a quienes lo necesitan, que son muchos? ¿Y la filantropía? ¿Los bienes nos conducen a la paz interior y a la reconciliación con nosotros mismos? En resumen, habrá que tener sumo cuidado en no dejar guiar nuestra vida y acciones con los espejismos…
SAFO