Por Iván Herrera Michel
Me preguntan con frecuencia por qué soy Masón.
Menuda pregunta, pero la contesto sin medias tintas ni verdades veladas, aclarando, primero que todo, que no lo soy de cualquiera manera, pero si a pesar de todo.
Para mí, ser Masón conlleva un modo de concebir y funcionar en sociedad y en la relación con nuestra propia conciencia moral. Un humanismo que emana y fluye espontáneamente y sin esfuerzos, como por propensión, y del cual se deriva una cosmovisión y unas acciones conscientes. Implica hablarle constructivamente al mundo a sabiendas que ese mundo es mayor de edad.
Se puede ser Masón de muy variadas formas, pero a mí me gusta la versión que no es excluyente, ni prejuiciosa ni tiene problemas para gestionar la libertad de conciencia entre sus miembros.
No me siento a gusto con las que se embelesan con teorías conspirativas, exóticas o sobrenaturales. Ni con las que tienden a ser faroleras, suplantar religiones, implantar creencias, promover lobbies o aconsejar negocios. Mucho menos comulgo con las que parecen una secta. Ni con las que son kitsch. Ni con las que se plantean los mismos objetivos que los clubes de servicio, por muy nobles que estos sean. Ni con las que confunden el método Masónico con los predicamentos de superación personal.
La Masonería a la que me gusta pertenecer es esencialmente constructiva. Imagina edificar un mundo en el que quepamos todos. No gusta de dogmatismos, servilismos, caudillismos ni pensamientos únicos. Se estima universal. Se expresa en democracia. Busca unir lo que está disperso, y la empatía es un componente básico de su método de construcción.
Prefiero el ecosistema Masónico que se sustenta y se apasiona por sus anhelos, por sus sueños, por sus utopías, por sus convicciones… que usa sus herramientas simbólicas y se inspira en su historia y en sus debates. Que tiene confianza en la utilidad de la Orden.
Pero no concibo esta manera de ser Masón como “la única forma correcta» de serlo. Sería presuntuoso. Solo es la que he elegido para mí entre otras que he conocido. Por la que he optado. Y me gusta porque ofrece la oportunidad de regalarse a sí mismo, de manera reflexiva, con libertad de conciencia, un proyecto, una visión, una misión y un sentido para la propia vida y la sociedad.
En realidad, solo me he adherido a la tradición de un «sistema peculiar de moralidad» que ha probado ser válido, sin ningún inconveniente, tanto para los Masones Modernos del siglo XVIII como para los Masones y Masonas del XXI.