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POR QUÉ FUNCIONA LA MAGIA

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POR QUÉ FUNCIONA LA MAGIA 

Muchos hemos leído libros sobre magia y ocultismo… y varios de ellos nos dejan con la leve sensación de que le faltaba algo. 

En primer lugar, hablar de magia en la era de los ordenadores electrónicos le hace sentirse a uno como un imbécil: parece ir en contra del sentido común, de todo lo que hemos aprendido, de todas las cosas reales, prácticas y meritorias que nos rodean. Así pues, y sintiéndose uno un imbécil, afirma que la magia existe y se pregunta si no habrá sufrido alucinaciones o si no será todo producto de la casualidad. Y como ha decidido explicar en términos sencillos qué es lo que ocurre, se ve privado del manto protector llevado por la mayoría de los “magos”: el aura de un oscuro misterio. 

Una vez que se pone en práctica, la magia no es ni tan espectacular ni tan llena de hechizo como puede parecer a primera vista: consiste en gran medida en un duro esfuerzo y en repetición. Los resultados se producen sin teatralidad alguna. Esto puede parecer desilusionador, pero siempre lo será menos que intentar hacer algo sin obtener el menor éxito. 

Cuando se estudia aritmética o álgebra existen determinados hechos que se deben dar por supuestos. Por ejemplo, 2 + 2 es igual a 4 y en cualquier circunstancia, y si a= b y b= c, a = c. 

La magia se basa también en un axioma fundamental: toda causa mágica funciona de dentro a fuera, y no existen cosas tales como los milagros. 

La idea que se hace el hombre de la calle de la magia está condicionada por los cuentos de hadas: espera que moviendo una varita mágica se pueda desencadenar una tormenta; o una lluvia de oro; e incluso las personas más sofisticadas se sienten un poco desilusionadas cuando una operación de magia no da lugar a nada de esto. Dígale a un amigo que está estudiando magia y le pedirá de inmediato que realice algún truco o que pronuncie un conjuro. No debe, pues, sorprendernos que algunas logias exijan discreción y capacidad de discriminación como primeras virtudes de los principiantes. 

Dion Fortune describe la magia como «el arte de producir cambios de conciencia a voluntad», con lo que lo hace sólo a medias. Los cambios de conciencia se ven seguidos de efectos, pero éstos lo hacen a su propio ritmo, a través de sus canales naturales. 

Para comprender esto hace falta tener cierta idea de la teoría mágica, lo cual no resulta fácil aunque se explique la teoría con los términos más sencillos posibles. 

Prácticamente todo el mundo – salvo los científicos y unos cuantos filósofos «lunáticos» – acepta y suscribe la idea de que la mente y la materia son dos cosas distintas. Se trata de algo que parece no necesitar demostración alguna y que rara vez se pone en duda. Algunas veces se considera estos dos aspectos de nuestra vida como directamente contrarios, como blanco y negro, y otras como complementarios, como ying y yang. Pero, opuestos o complementarios, lo que se da por sentado, y eso es lo importante, es que son diferentes. Y eso es precisamente lo que los magos niegan. 

Para el mago, la mente y la materia son una continuidad. A un cierto nivel, se mostrará de acuerdo con los Vedas en que el mundo es una ilusión. A otro se limitará a aceptar que determinados ejercicios mentales pueden dar lugar a ciertos efectos físicos; pues, en último extremo, no existe diferencia alguna entre unos y otros. 

El cómo un mago llega a esta extraordinaria conclusión no es el tema de discusión. Puede aceptarla simplemente como un artículo de fe o tomarla como una hipótesis de trabajo que simplemente le permite poner manos a la obra. Puede haber incluso razones que le impulsen a creer que se trata de una propuesta equivocada, que la magia funciona por alguna razón completamente distinta. Eso no es algo que deba preocuparle. Sus métodos son interesantes, sus resultados razonables. Digan lo que digan los cínicos, la vida es buena. 

La mayoría de nosotros dedicamos buena parte de nuestro tiempo y energía a continuos intentos de producir billetes de cien bolivianos, y unas veces obtenemos más éxito y otras menos. Una descripción del esfuerzo mágico destinado a ese mismo fin ilustrará claramente las diferencias de enfoque y filosofía básica. 

Si analizamos las formas normales de conseguir el billete de cien bolivianos, descubriremos que se desglosan en cuatro fases distintas: deseo, creencia, acción y reacción. 

En primer lugar está el deseo de conseguir el dinero. Si no existe, es evidente que no dará ningún paso para obtenerlo. 

Luego viene la creencia en su capacidad para ganarse cien bolivianos. Se trata una vez más de una etapa vital del proceso, pues sin ella tampoco hará nada para conseguirlas. 

La tercera fase es la de la acción: puede decidir comprar un abrigo y venderlo a cambio de un beneficio, o también fijar unos honorarios de cien bolivianos por algún servicio que esté en disposición de prestar. 

Y finalmente la reacción. El abrigo se vende, el servicio se acepta. El resultado es que se recibe los cien bolivianos. 

En esta secuencia casi todo el énfasis se pone en la acción. Los demás factores deben estar así mismo presentes, pero funcionan a un nivel casi reflejo y nadie presta gran atención a los mismos. 

Un mago sigue la misma secuencia, pero poniendo el acento en lugares completamente distintos. 

Existe un viejo proverbio religioso que dice: «Inflámate con la oración.» El deseo debe alcanzar las intensidades más elevadas. El es como el combustible para la operación, y cuantos más octanos tenga, mejores serán los resultados. No resulta fácil mantener un único deseo ardiendo durante días y semanas; pero, para poder tener éxito, el mago debe ser capaz de lograrlo. Este único factor, más que ningún otro, es el que hace que pocos magos avanzados se preocupen de asuntos tan triviales como los billetes de cien bolivianos. En una red tan grande y resistente se pueden coger peces mayores. 

La creencia o fe es igual de importante para el mago. Una débil seguridad en sí mismo, obtenida sin esfuerzos y que se dé por sentada, no es ni mucho menos suficiente. Un mago se esforzará por alcanzar la seguridad interior, la convicción absoluta en que no puede fallar. Y éste es el factor que tienta a los principiantes a basar sus experimentos en resultados que realmente no importen demasiado. En teoría no existe diferencia mágica alguna entre producir 5 ó 50.000 bolivianos, pero pocos principiantes poseen la convicción necesaria para alcanzar una cifra como la segunda. 

A diferencia de lo que ocurre en el método anterior, la acción tiene mucha menos importancia: es simplemente rutinaria y de carácter interior. Cuando ha realizado su rutina, el mago se limita a esperar. Sabe que los resultados rara vez son rápidos, y en ningún caso milagrosos. El billete de cien bolivianos llegará antes o después. 

Y llega. Puede hacerlo por correo, como la devolución de un préstamo largo tiempo olvidado; o en forma de préstamo, como el regalo espontáneo de un admirador. Pero llegará cuando él quiera… a través de canales perfectamente naturales. 

¿En qué consiste esa curiosa rutina que sigue el mago para conjurar la aparición del billete de cien bolivianos? Extrañamente, varía de unos casos a otros. Y lo que es aún más extraño, no parece importar que varíe. 

Según Frazer, el chamán primitivo acepta ciertas correspondencias en el universo. Ha crecido con esa fe o creencia y, por tanto, las correspondencias son para él tan naturales como andar. Carece de sofisticación y su método es primitivo, basado en la ecuación «Igual = Igual». 

Hoy en día, al menos en el mundo occidental, nadie cree en la «magia por simpatía». Resulta un método demasiado rudimentario para ser posible. Y sin fe, la secuencia de cuatro pasos se derrumba. El ocultista más refinado se encuentra incapaz de realizar una operación que no plantearía problema alguno a su sencillo semejante de la selva. Pero no importa. No es que la magia haya muerto, sino que su complejidad ha aumentado. 

Si el mago ha sido formado en el sistema de la Cabala antes de llevar a cabo el experimento habrá construido en su mente toda una serie de asociaciones relacionadas con el dinero. Lo asociará, por ejemplo, con un determinado planeta, un determinado color y una determinada esfera del Árbol de la Vida. Al nivel más simple, inundará su aura con el color asociado – mediante un acto de la imaginación – e intentará visualizar cómo el billete de cien bolivianos acude a él. Si desea seguir más adelante, puede rodearse de nuevas asociaciones, e incluso desempeñar acciones rituales de valor simbólico. Todas ellas tendrán exactamente el mismo propósito: orientar su mente en la dirección adecuada y mantenerla en ella. 

La cadena básica de asociaciones es la siguiente: 

Sephírah: Tiphareth 

Color: Dorado 

Planeta: El Sol 

Todo esto parece demasiado fácil para ser verdad. Pero el simple hecho de conocer los eslabones no bastará para poder unir la cadena a nada. El mago es sobre todo un trabajador. Se pasará semanas, meses o incluso años meditando todos los días sobre las esferas del Árbol de la Vida, introduciendo sus asociaciones en los niveles más profundos de su ser, convirtiéndolas en parte de él, dándose lentamente cuenta de por qué funcionan las asociaciones y cuál es su significado. Sólo después de todo eso se sentirá verdaderamente seguro de que va a obtener su billete de cien bolivianos. Y, como cabe suponer, para cuando llegue ese momento le interesará pescar con su red peces más grandes que ésos. 

¿Cómo funciona este fascinante conjuro de un billete de cien bolivianos? Muchos magos no tienen ni la menor idea. Aprendieron el método – lo mismo que puede hacer usted -, realizaron sus tareas preparatorias y descubrieron que, antes o después, el billete llegaba a sus manos por una vía u otra. El poder de la magia se había visto demostrado por el experimento. 

Pero la magia no es un poder, sino un método o un conjunto de métodos. El hecho de que un televisor funcione no demuestra el «poder» de la electrónica, sino simplemente la aplicación práctica de determinados principios. Esos principios pueden constituir un misterio incluso para el hombre que lo repare: todo lo que necesita saber es qué cables debe conectar a una lámpara, etc. Y lo mismo puede ocurrir con el hombre que lo fabrique. 

Es un hecho demostrado que la intuición más profunda de por qué funciona el truco del billete no la tuvo un mago, sino el astuto y viejo psicólogo Carl Gustav Jung. Desgraciadamente, el estilo literario de Jung no puede compararse con el de Freud, con el resultado de que muchas de sus mejores ideas quedan enterradas debajo de su farragosa y académica forma de escribir. 

Como a la mayoría de los psiquiatras clínicos, a Jung se le ocurrieron ideas aparentemente disparatadas mientras trataba a sus pacientes. Pero, a diferencia de la mayoría de ellos, decidió no hacer caso omiso de ellas. Esta sencilla diferencia dio origen a la teoría de la sincronicidad. 

El método de experimentación de Jung resulta divertido y extraño al mismo tiempo. Primero buscó un instrumento adecuado para someter la sincronicidad a prueba, y lo encontró en la antigua seudociencia de la astrología. Los astrólogos aceptan la idea de que determinadas configuraciones de los planetas proporcionan claves acerca de la probabilidad de que se produzcan determinados hechos o situaciones. La creencia en las relaciones astrológicas se remonta a hace siglos, posiblemente incluso milenios. Y, sin embargo, las acciones de los hombres no pueden influir sobre el curso o trayectoria de los planetas; mientras que, si algunos misteriosos rayos planetarios influyesen sobre las acciones de los hombres, la astrología sería una ciencia exacta, algo que ni sus más acérrimos defensores se atreven a afirmar. 

Contando con este instrumento, Jung lo preparó todo para la realización de un experimento. Primero buscó las tradicionales conjunciones matrimoniales en los horóscopos de unas cuantas parejas previamente elegidas, y descubrió un determinado porcentaje de casos en los que esas conjunciones se producían realmente. Luego analizó estadísticamente sus descubrimientos y se encontró con que ese porcentaje era demasiado significativo como para tratarse de un simple producto de la casualidad. 

Los astrólogos se felicitaron de que un respetado psiquiatra hubiese demostrado la verdad de la astrología. Pero en realidad no había hecho nada de eso, sino más bien probado que la astrología tiene algo de verdad. Jung llegó a la conclusión de que había demostrado la verdad de su teoría de la sincronicidad, y no se equivocaba. 

El descubrimiento de un principio no causal de conexión resultó tan desconcertante como en otro sentido el principio descubierto por Einstein de que E = mc2. Pero como su aplicación práctica era mucho menos evidente que la bomba atómica, la sincronicidad se ha visto en gran medida ignorada. Sólo el grupo de los esoteristas, del que los magos forman también parte de mejor o peor grado, presta algo de atención a la «rareza» descubierta por Jung. Y como nadie cree en la magia, sus afirmaciones se han visto recibidas con condescendientes sonrisas. 

La magia funciona; pero la cantidad de fallos es muy elevada y el éxito resulta algunas veces una experiencia aterradora. Los distintos sistemas o métodos – pues hay más de uno – exigen un estudio cuidadoso y un esfuerzo monumental. Cada uno debe coincidir si merece la pena realizarlos, aunque de cuando en cuando se obtienen recompensas o éxitos de direcciones imprevistas. 

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