La paciencia no es simple pasividad ante el sufrimiento, no reaccionar o un simple aguantarse: es fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas que la vida pone a nuestra disposición para el continuo progreso interno. A veces el enloquecedor ritmo del hoy nos impide disfrutar del presente. Disfrutar de cada instante sólo es posible con unas dosis de paciencia, virtud que podemos desarrollar y que nos permitirá vivir mejor.
La paciencia es la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los males y los avatares de la vida, no sea que por perder la serenidad del alma abandonemos bienes que nos han de llevar a conseguir otros mayores, las pruebas de la vida, grandes o pequeñas. Identificamos entonces nuestra voluntad con la de esa “chispa” divina de la que procedemos, y eso nos permite mantener la fidelidad en medio de las persecuciones y pruebas, y es el fundamento de la grandeza de ánimo y de la alegría de quien está seguro de hacer lo que le dicta su propia conciencia.
Es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y la paciencia como un rasgo de personalidad madura. Esto hace que las personas que tienen paciencia sepan esperar con calma a que las cosas sucedan ya que piensan que a las cosas que no dependen estrictamente de uno hay que darles tiempo. Es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo. Paciencia también con quienes nos relacionamos más a menudo, sobre todo si, por cualquier motivo, hemos de ayudarles en su formación, en su enfermedad. Hay que contar con los defectos de las personas que tratamos, quizá con su mal genio, con faltas de educación, suspicacias… que, sobre todo cuando se repiten con frecuencia, podrían hacernos faltar a la caridad y romper la convivencia. El discernimiento y la reflexión nos ayudarán a ser pacientes, sin dejar de corregir cuando sea el momento más indicado y oportuno. Esperar un tiempo, sonreír, dar una buena contestación ante una impertinencia puede hacer que nuestras palabras lleguen al corazón de esas personas.
La paciencia se pone a prueba cada día y en cada instante de nuestras vidas, tanto en aspectos serios y grandes como en aquellos considerados minúsculos y que forman parte del diario vivir. La irritabilidad que provoca el tráfico, el bullicio de la ciudad, el irrespeto de los vendedores callejeros o la impasividad de la juventud, cada vez más aislada en sus celulares, somete a prueba a cada instante nuestra dosis no solo de paciencia, sino de sabiduría para saber discriminar con inteligencia aquello que debe preocuparnos de lo que simplemente no debiera afectarnos, porque pone en riesgo nuestra salud y paz mental.
Finalmente existen los hechos ante los cuales no tenemos mayor posibilidad de cambiarlos o siquiera corregirlos, como son las enfermedades terminales, los ataques de fanáticos o las calamidades que arrasan poblaciones enteras y ciegan vidas inocentes. Ante ello nuestra paciencia deberá ser revestida de fortaleza y sabiduría, además de la fe necesaria para evitar su repetición y reflexionar sobre lo hecho en el pasado, pues cada cosa es consecuencia de un hecho anterior, por ello meditemos internamente en que la “única lucha que se pierde es la que se abandona”.
SAFO