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Olvido

El olvido nos remite a los griegos. Si los griegos fueron los fundadores de la argumentación social de la memoria (Yates, 1974), uno de los antecedentes fuertes del olvido nos conduce a aquellos años de la Grecia Clásica. En palabras de Emilio Lledó (1992: 11), memoria y olvido en la cultura griega «nacieron juntos», lo mismo que vivir y morir, constante que atraviesa la vida social, y ambos procesos van relacionados, aunque en direcciones distintas, puesto que «la memoria constituyó un inmenso espacio de experiencia, de ejemplo, de aprendizaje y, por supuesto, de escarmiento. El olvido, por el contrario, significó algo parecido a la muerte».

Tales palabras no son gratuitas, si consideramos dos prohibiciones que se establecieron en la Atenas del siglo V a.C. La primera se refiere al alzamiento de Jonia (hacia el 494 a.C.), finiquitado por los persas con la toma de Mileto, con la quema de santuarios de por medio. Mientras los milesios guardaban luto, los vencedores vociferaban. Solidarios, los atenienses se acongojaron y condenaron legalmente el recuerdo de esa tragedia. Por ese entonces, quien a la postre sería considerado Padre de la historia, Heródoto, recordaría en su trabajo Los nueve libros de la historia: «Cuando los milesios sufrieron tal desventura de manos de los persas, no les correspondieron con la debida compasión los sibaritas […]; pues, cuando Sibaris fue tomada por los de Crotona, toda la juventud milesia se cortó el pelo e hizo gran duelo, porque dichas ciudades fueron, que se sepa, las que se guardaron la mayor amistad.

Muy diferentemente lo hicieron los atenienses. Porque los atenienses manifestaron su gran pesar por la toma de Mileto de muchos modos, y señaladamente al representar Frínico un drama que había compuesto sobre la toma de Mileto, no sólo prorrumpió en llanto todo el teatro, sino que le multaron en mil dracmas por haber renovado la memoria de sus males propios, y “prohibieron que nadie representase ese drama» (Heródoto, 1999, vol. VI: 341).

La tragedia de la toma de Mileto tenía que pasar, entonces, a las arenas del olvido, so pena de multas y llamados a que no se recordara la desgracia.

La imposición legalista definía en este caso qué debía ser recordado y qué no. Es lo que Nicole Loraux denomina decreto de «interdicción», que operará con los griegos después de concluida una guerra civil, proceso, por lo demás, con un origen mitológico que sentenciaba que «aquel ciudadano que evocara en público la reciente tragedia sería maldecido por los dioses» (Rojas, 2001: 4). Estirando esta experiencia y el proceso que le subyace, la amnesia se convirtió en «un cimiento de la democracia antigua«. Una democracia, por cierto, algo olvidadiza.

El segundo caso de prohibición del recuerdo se presentó a fines del siglo V a. C., cuando la guerra civil se apoderó de Atenas, y se siguió con la llamada oligarquía de los Treinta, tragedia que no se quiso mantener en la memoria.

En efecto, hacia el año 403 los denominados demócratas, antes hostigados y ya de vuelta a la ciudad griega como vencedores, declararon la reconciliación con un recurso legal y un juramento: «está prohibido recordar las desgracias».

La fórmula en este caso también adquiere la forma de la prohibición, y sobre esa base se propondrá la reconciliación, razón por la cual se señala que ésta devendrá en modelo de amnistía, una especie de «paradigma» para occidente más de dos milenios después. Hasta aquí hay una imposición de lo que debe dejarse de lado, omitirse, y es una prescripción legal.

Memoria y olvido: ¿por qué olvidamos?

El acto de olvidar es una acción involuntaria que consiste en dejar de recordar (o de almacenar en la memoria) la información adquirida. A menudo el olvido se produce por el aprendizaje interferente, que es el aprendizaje que sustituye a un recuerdo no consolidado en la memoria, y lo «desaparece» de la conciencia.

La relación entre memoria y olvido es incuestionable. No podemos hablar de la memoria sin hablar del olvido. Olvidar no es malo. De hecho, es necesario y beneficioso. Imaginemos que pudiéramos recordar cada minuto y cada detalle de nuestra existencia. Seguramente sería insoportable y no resultaría efectivo cuando en algún momento quisiéramos recuperar una información concreta.

En realidad, lo que nos preocupa es olvidar cosas que consideramos importantes y que nos resultan útiles para nuestra vida cotidiana. A medida que envejecemos, el funcionamiento de nuestro cerebro va variando y no tenemos exactamente las mismas capacidades que de jóvenes. Pero esto no significa que algo vaya mal.

Nos pasa a todos. No debemos preocuparnos si somos plenamente conscientes de ello y no supone un problema para el desarrollo normal de nuestras actividades cotidianas.

Pero, ¿por qué se producen estos olvidos? Hay diferentes teorías del olvido y aproximaciones científicas que lo explican. Estas son las principales:

El fracaso al evocar.

La interferencia.

El fracaso en el registro o la codificación.

El olvido motivado.

El fracaso al evocar

Probablemente todo el mundo haya tenido alguna vez la sensación de que algún dato se ha evaporado de su memoria o, la certeza de saber algo, pero no ser capaz de recuperarlo. Esto pasa como consecuencia de un fallo a la hora de evocar o recuperar la información.

Una teoría del olvido que explica por qué sucede esto, es la teoría del decaimiento. Según esta, cada vez que se aprende algo se crea un nuevo trazo amnésico que, si no se evoca ni es recreado durante mucho tiempo, decae, se debilita y puede llegar a desaparecer, con la consecuente pérdida de información. Esto puede pasar, por ejemplo, cuando queremos hacer alguna operación matemática que nos resultaba fácil cuando éramos pequeños (una raíz cuadrada, una regla de tres, etcétera) o recitar los afluentes de un río.

Cuando hace mucho tiempo que no se recupera o no se practica una información, puede ser muy difícil, e incluso imposible, evocarla de una manera efectiva. Eso sí, si queremos reaprender esta información, como ya la adquirimos previamente, normalmente nos resultará más fácil que la primera vez.

De todos modos, esta teoría tiene sus limitaciones, ya que también se ha demostrado que algunas informaciones que no se han recordado ni evocado durante mucho tiempo, pueden mantenerse estables a largo plazo.

A veces, el fracaso a la hora de evocar la información de la memoria se puede deber a problemas o situaciones momentáneas. Por ejemplo, si estamos muy nerviosos, estresados o preocupados por alguna cosa, el acceso a la información se puede bloquear. Probablemente en otro momento más tranquilo y calmado la información se pueda recuperar con más facilidad.

La interferencia

Esta teoría sugiere que algunas memorias compiten e interfieren entre sí. Cuando algunas informaciones son muy parecidas, es fácil que haya interferencias entre ellas y que se produzcan confusiones. Esto pasa cuando una información antigua que tenemos almacenada nos dificulta recordar datos más recientes, como cuando se aprende un idioma nuevo o se evocan palabras de otra lengua que se domina. En este caso se trata de una interferencia proactiva.

Asimismo, se produce interferencia cuando el registro de una información nueva interfiere en la capacidad para recordar una información que ya habíamos aprendido. Por ejemplo, cuando nos hemos familiarizado con el manejo de un nuevo modelo de teléfono móvil y un día necesitamos usar el antiguo, nos cuesta recordar cómo se utilizaba. Este es un ejemplo de interferencia retroactiva.

El fracaso en el registro o la codificación

A veces creemos que hemos olvidado una información que, en realidad, nunca llegó a formar parte de la memoria a largo plazo. Es lo que ocurre cuando, en el momento de registrarla, no hemos prestado suficiente atención, bien porque algo nos ha distraído o porque la información que nos daban no

nos interesaba o nos motivaba lo suficiente. Para que una información pueda registrarse adecuadamente, conviene asegurar que los sentidos y la atención estén bien activos.

El olvido motivado

Otras veces y aunque sea de una manera inconsciente, participamos activamente en el olvido de algunos hechos, sobre todo los de naturaleza traumática o perturbadora. De este modo, intentamos evitar o minimizar el impacto emocional negativo que puedan tener. En el campo de la psicoterapia, a veces se trabaja para recuperar estas formas de supresión o represión de memorias para poder tratar los síntomas psicológicos asociados a situaciones traumáticas o especialmente desagradables que se han vivido.

El olvido, un aliado del aprendizaje.

Muchas personas consideran que el olvido constituye un fallo en el rendimiento del cerebro. Sin embargo, se trata de un proceso necesario: sin esta capacidad, el pensamiento abstracto nos resultaría imposible.

Olvidar no es siempre un fallo de memoria. Con frecuencia, se trata de un proceso esencial y activo. Solo las personas que olvidan pueden distinguir lo relevante de lo irrelevante, pensar de forma abstracta y resolver problemas. Además, el olvido ayuda a recordar.

El mecanismo celular del olvido se parece al del aprendizaje y se produce en las mismas sinapsis del hipocampo y de otras áreas cerebrales. Sin embargo, no está claro si eliminamos contenidos de la memoria o si es que estos se vuelven más inaccesibles.

Nuestros recuerdos cambian cada vez que los evocamos. En el caso de las personas con trastorno por estrés postraumático parece que la experiencia traumática se almacena sin que pueda modificarse. Los investigadores buscan medios para conseguirlo.

Los investigadores de la memoria consideran que olvidar es el polo opuesto de recordar. Pero el olvido es mucho más que una laguna en la memoria: se trata de un componente esencial de este último. Lo que notamos, experimentamos o planeamos para el futuro no depende solo de nuestros recuerdos presentes, sino también de todo lo que ya no sabemos. El proceso se asemeja al de una escultura de mármol, la cual se forma a partir de la roca que se elimina.

Nuestra vida es una sucesión de modificaciones, por lo que olvidar es decisivo para el cerebro. Para adaptarnos a las condiciones ambientales cambiantes necesitamos aprender información nueva, pero también olvidar y reciclar la que ya sabemos. El proceso de percepción resulta muy ilustrativo en este sentido:

Debemos conservar en la memoria aquello que vemos, tocamos, oímos, saboreamos u olemos durante un tiempo corto, solo hasta que recibimos la siguiente sensación.

Así, no nos resulta relevante dónde aparcamos el coche hace una semana ni donde lo estacionamos con más frecuencia; en lugar de eso, tenemos que acordarnos de dónde lo hemos dejado la última vez.

Practicamos esa forma de olvido selectivo continuamente, por ejemplo, con las contraseñas que ya son viejas épocas personales, por no decir a ninguna, les gusta admitir que han olvidado dónde han dejado las gafas o que la cita que habían acordado para esta tarde se les ha pasado completamente por alto. En pocas palabras, a nadie le gusta olvidar.

Nuestra vida es una sucesión de modificaciones, por lo que olvidar es decisivo para el cerebro. Para adaptarnos a las condiciones ambientales cambiantes necesitamos aprender información nueva, pero también olvidar y reciclar la que ya sabemos.

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