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Misericordia y Perdón

Al Oriente del Titicaca 

Aristides

Misericordia y Perdón 

Esta es una repetición útil: “La Masonería se define como un sistema de moral, que pretende el descubrimiento de la verdad a través de la práctica de la virtud” 

Una virtud es la actitud integral de conducta (pensamiento, sentimiento, palabras y acciones) que practicada constante y perseverantemente le permiten al individuo dominarla. 

Quien se decide, por ejemplo, adquirir la virtud de la prudencia, practicará todos los aspectos que en la vida le permitan actuar siempre en forma prudente. Será reflexivo, pacífico, moderado, analítico, etc. Y así cada día, con la práctica del método, logrará ir haciéndose prudente, es decir virtuoso en prudencia. 

Los distintos grados masónicos, transmiten al hermano la necesidad de trabajar en determinadas virtudes para ir recorriendo el camino de evolución hacia la conquista del hombre completo y perfecto, utopía que inspira nuestro trabajo, pero que, en la práctica, se refiere a la tarea de la construcción del hombre bueno, de aquella persona capaz de contribuir a mejorar cada día su vida y la vida de sus semejantes y de toda la creación. 

Una de las dimensiones de la existencia ubica al masón en el contexto de la relación entre el hombre y la divinidad y en ella se le transmite la necesidad de practicar y adquirir las virtudes que hacen a esa relación y que pueden, después, proyectarse en acción hacia sus semejantes. 

Nos circunscribiremos, en forma sencilla en este contexto, a las virtudes de la Misericordia y el Perdón. 

La misericordia es el aspecto compasivo del amor. Su práctica es indispensable entre los seres humanos, por ser un elemento primordial que contribuye a la construcción de la fraternidad, entendida ésta como el amor que se manifiesta entre los seres que reconocen un mismo origen esencial entre ellos. 

El Perdón se entiende como la disposición de olvidar las ofensas recibidas. 

Si se tuviera que resumir en poquísimas palabras, la naturaleza de la relación que existe entre Dios y los seres humanos se puede decir que está esencialmente relacionada con el Amor. Y este Poder, el amor, es el que motivó la creación del ser humano y la posterior relación de Dios con él. Relación no siempre recíproca desde el hombre, ya que por lo general sus acciones denotan, sino un apartamiento total, al menos un distanciamiento de este nexo de relación. 

La Divinidad sale al encuentro del ser humano – es decir que no se ubica en la estática de la superioridad – sino que participa de la vida corriente del ser humano. Una Divinidad cuyas leyes están basadas en el Amor, que es su Poder, espera que el ser humano, en ejercicio de su libre albedrío (ya que la libertad es una de las máximas expresiones del amor) sea su reflejo en el mundo de su existencia. 

De la Perfección de la Divinidad se espera en forma permanente la Misericordia y el Perdón. Por lo tanto, esta no es una problemática que amerite mayor esfuerzo de comprender. Tal vez solo el recordar la simplicidad de las palabras de Martin Lutero que resumiría esta disquisición: “Todo es Gracia”. Es decir que Misericordia y Perdón no los recibimos de Dios por méritos, sino por la gracia de su generosidad. 

Mas estas dos virtudes cobran complicación cuando deben ser parte cotidiana del accionar del Masón en relación a los demás Masones y a los seres de la Creación en General. 

Se nos enseña que debemos practicar las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad, siendo esta última la máxima expresión del amor. Y es evidente que – con diversos matices de esfuerzos, perseverancia e intensidad – todos los masones las practican. 

La Caridad es la virtud que encarna en forma mayor el Poder del Amor, pudiendo expresarse como la capacidad de poder vivir en el otro. Si analizamos la breve descripción hecha de Misericordia, ciertamente no podría darse la Caridad sin la concurrencia de esa inclinación compasiva de amor hacia el semejante. Por otra parte el pasar por alto la ofensa, está inscrito en la capacidad de amar y tampoco la Caridad estaría viva sin la concurrencia del Perdón. 

Cierto es que al final del análisis concluiremos que es el Amor el que impele a la práctica de las virtudes y que sin este ninguna de ellas existe, pero lo que es vital es también entender que cada una de las virtudes tiene como componente a las demás virtudes. Ej. ¿Puedo ser Misericordioso sin practicar el perdón?. 

Entonces, si la Misericordia y el Perdón son permanentemente recibidos por el ser humano de parte de la Divinidad, podemos concluir que la Divinidad es perfecta en la práctica de las mismas y obviamente así es porque además de la Perfección de la Divinidad, todas las virtudes devienen de la Divinidad, porque las mismas emanan del Amor Divino. 

Como quiera que el masón está recibiendo permanentemente Misericordia y Perdón de Dios, su tarea consiste no en retribuirle con Misericordia y Perdón, a Dios, sino en agradecerle por ello, replicando este comportamiento con cada uno de sus semejantes, multiplicando su práctica y sus beneficios. 

Recordemos algunos brevísimos pasajes del Volumen de la Ley Sagrada: 

Oseas Cap. 6 Ver. 6 “Misericordia quiero y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos” 

Mateo Cap. 6 Ver. 12 “Y perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” 

Mateo Cap. 18 Ver. 31 “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” 

Al parecer la práctica debiera ser sencilla. Si así fuera viviríamos en cierta paz y con cierto grado de justicia. Mas esto no es así. 

Pues si bien intentamos cada momento de practicar la Misericordia y el Perdón – porque eso no está en duda – es muy difícil hacerlo en forma genuina. Simplemente porque Misericordia y Perdón implican darse a los demás sin condicionamientos ni cálculos. 

Me explico ejemplificando esos condicionamientos. “Lo perdono… pero no lo quiero ver más en mi vida”, “lo perdono pero nunca voy a olvidar lo que me hizo”. “He sido misericordioso con él porque lamentablemente cometió sus errores porque no es una persona misericordioso con capacidad con ese”. 

Por otra parte, misericordia y perdón pueden convertirse en solo posturas de apariencia. Pueden llegar a ser inclusive concesiones que condicionen la futura relación del uno con el otro: “Yo por ese hermano hago cualquier cosa, porque el me ha perdonado”, “Estoy dispuesto a jugarme íntegro porque el fue misericordioso conmigo”, “Necesariamente el me concederá eso porque en una oportunidad yo le perdone”. 

Ciertamente estas manifestaciones no son ni misericordia ni perdón, porque estas acciones – virtudes – al nacer del amor deben ser integrales e incondicionales. 

Integrales en el sentido de incluir el pensamiento, el sentimiento, la palabra y la acción. E incondicionales, porque otorgadas no deben impeler a ninguna clase nueva de comportamiento, que no sea el nacido de la propia reflexión de quien los recibe. 

Misericordia, aspecto compasivo del amor, otorgado en forma natural a quien la necesita o solicita, sin ningún otro efecto mas allá del instante de su concesión. Perdón, olvido de la ofensa recibida sin ningún precio o retribución. 

El ejercicio de las virtudes por cierto nos acercará a la Divinidad, no como un mérito, sino como un ejercicio de parecernos más a la Divinidad. Como un esfuerzo de ser semejantes a la Divinidad. De intentar ejercer el Poder que nos ha conferido con la vida: El Amor. 

Con seguridad que la práctica auténtica – aunque sea en mínimo grado – de estas virtudes contribuirá a que vivamos en un ambiente de mayor paz y creciente sentido de fraternidad. Y si hacemos de esta práctica una constante, con seguridad que veremos incrementar ese ambiente y además como el mismo da frutos de mejor vida. 

Ser Misericordiosos y aprender a perdonar, nos acercará al origen de nuestra existencia y nos develará – poco a poco – la paz interna, objetivo del Amor. 

En los trabajos masónicos siempre se invoca la presencia de la Divinidad y esta presencia se manifiesta apenas los trabajos son perfectamente abiertos. Es decir que nuestras labores se realizan en presencia y concurrencia de la Divinidad. Esta enseñanza transportada a la vida cotidiana, nos lleva a concluir – a veces con pavor – que nunca estamos solos en lo que pensamos, sentimos, hacemos, hablamos, etc. 

Sino que siempre estamos en la presencia de Dios y lo que fuere que nos suceda o que hagamos es conocido por El. 

Debe ser por esa realidad que nuestra sabia Orden, nos recuerda permanentemente que esta relación es indisoluble y que por ello debemos sintonizarnos en las vibraciones de la Divinidad. Mas esta situación no responde a fórmulas complicadas de comportamiento o intrincados procedimientos, sino a la sencillez que emana de un corazón puro. 

Misericordía y Perdón son virtudes que deberían caracterizar al Masón, mas no en el dominio de su definición sino en la perseguida perfección de su práctica. 

Quien ha recibido, recibe y recibirá Misericordia y Perdón de Dios, no puede sino agradecer aquello, dando Misericordia y Perdón a todos sus hermanos, con la alegría que inspira el Amor. 

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