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MANEJO DE LA ANGUSTIA EN LA SOCIEDAD ACTUAL

La angustia, en la sociedad moderna, revela la condición del hombre actual que se siente arrastrado por una maraña de obligaciones, sin la posibilidad de actuar y tomar decisiones según su conciencia, perdiendo de vista el sentido de su propia existencia. Una de las funciones cerebrales más básicas es la defensa contra los depredadores. A este fenómeno de alerta ante una amenaza específica es lo que conocemos como miedo. Pero si la amenaza ocurre tan rápidamente que no da la oportunidad de percatarse, se le llama terror. Estos dos fenómenos, el miedo y el terror, han permitido la supervivencia y extinción de muchos seres vivos conscientes. En el humano ocurre un fenómeno llamado Angustia y que es un estado de alerta ante una eventual amenaza, ya sea específica como a algo que no se sabe pero que se presiente como un peligro. Ella nos ha permitido sobrevivir como especie desde la época del hombre primitivo. En el sentido y uso vulgar, se lo hace equivalente a ansiedad y se caracteriza por ser un estado de alerta emocional que nos hace presentir la amenaza. Pero cuando la angustia es desproporcionada con respecto a una situación determinada se convierte en una emoción, que impide que las personas tengan una respuesta adaptativa. Las reacciones de ansiedad pueden ser provocadas tanto por estímulos externos (hechos reales vividos por la persona), como por estímulos internos (pensamientos, ideas o imágenes mentales). Se genera una sensación de estar solo y aislado. Es un estado de desasosiego, inquietud y temor acompañado de una sensación de pérdida de la integridad y del equilibrio psíquico. Trastornos físicos de la angustia Alteración de la presión arterial, taquicardia, sensación de opresión en el pecho, respiración agitada o entrecortada, sudoración, molestias digestivas, nudo en el estómago, sensación de estrechamiento de la garganta, urgencia de orinar, temblor del cuerpo, dolor de cabeza, mareos, sensación de inestabilidad, tensión y dolor muscular, sensaciones extrañas en el cuerpo (hormigueo, escozor, etc.) sequedad de la garganta o boca, fatiga, excesiva alerta, y alteraciones en el sueño, en el apetito y en la sexualidad.

Trastornos Emocionales

Pensamientos distorsionados e irreales (anticipación de peligros, percepción de falta de recursos para enfrentarlos, magnificación del peligro, percepción de falta de control, etc.). Dificultades en la concentración, memoria, para tomar decisiones, para pensar con claridad y pensamiento desorganizado.

¿Qué Hacer Ante La Angustia?

En primer lugar, debemos saber que la ansiedad o angustia es el producto de nuestros propios pensamientos. O sea que, mientras mantengamos dichos pensamientos que generan nuestra angustia, la ansiedad seguirá. Sin embargo, los pensamientos son una herramienta necesaria para nosotros, ya que ellos nos permiten organizar nuestras ideas, analizar las situaciones y sacar conclusiones que nos ayuden a mejorar nuestra calidad de vida. También debemos entender que en este análisis del pensamiento, las conclusiones que resulten de ellos y las emociones que estos provocan, pueden ser correctas o incorrectas, verdaderas o falsas, dependiendo de nuestra calidad de pensamiento. Cuando dichas conclusiones son falsas, nos provocan emociones negativas o desproporcionadas, que nos hacen sufrir inútilmente. Para modificar nuestras emociones negativas, necesitamos cambiar los pensamientos equivocados que las causan o las mantienen. Uno de los principales problemas es que con frecuencia ni siquiera estamos conscientes de dichos pensamientos, porque no los expresamos completos y con claridad. Una gran parte de ellos se da de forma automática y a tal velocidad, que pasan desapercibidos para nosotros. Entonces ocurre que una parte de nuestra mente «habla» o piensa y la otra escucha y se cree la fantasía. Por eso es importante reconocerlos y trabajar en ellos. Daniel Goleman, en su libro «Inteligencia emocional», sostiene que el optimismo, al igual que la esperanza, nos genera una gran expectativa de que, en general, las cosas saldrán bien en la vida, a pesar de los contratiempos y las frustraciones. Dice que el optimismo nos da beneficios en la vida y que es una actitud emocionalmente inteligente. Así que esperemos lo mejor, con disposición de ánimo positivo, mientras se van solucionando los problemas. Por ello, ante una situación de angustia, hay que tener en cuenta cómo nos vemos en estos períodos de indefinición (tanto interna como externa), en los que sentimos amenazada la seguridad de nosotros mismos. Es importante darnos cuenta que no todo en la vida está bajo nuestro control. Pero las situaciones nuevas son estimulantes, ya que en ellas podemos mostrar lo mejor de nosotros: las destrezas y los conocimientos adquiridos, la capacidad de adaptación y de respuesta, sabiduría y madurez. Si recuerdas voces desmoralizadoras (tuyas o ajenas), haz algo diferente a lo que estás haciendo. Si estás con un nudo en la boca del estómago o no puedes dormir, relájate, respira hondo, trata de hacer algo que te dé más placer y además coméntale a alguna persona de confianza lo que te está sucediendo. Verbalizar estos estados anímicos los alivia instantáneamente. En caso de que el resultado o el tiempo que debes esperar te angustien, visualízate con el resultado ya obtenido en algún momento del futuro. Esto es muy bueno para aliviar tensiones y re direccionar la energía positivamente. Seguramente se te ocurrirán ideas de cómo llegar al objetivo que buscas y podrás enfocarte en ellas. Ten siempre en cuenta que un día que no es perfecto también puede ser un buen día… y hay mucho que tú puedes hacer para que así sea. Con frecuencia nos es difícil trabajar para cambiar un hábito de conducta o de pensamiento, o pensamos que nos sentimos tan mal que no podemos hacer el esfuerzo necesario. Esto puede ser cierto; pero recuerda que es mejor esforzarse un poco más, durante un tiempo, para estar mejor el resto de nuestras vidas, que evadir y buscar la “comodidad» momentánea, lo cual nos llevará a sufrir durante más tiempo y a la larga, con mayor intensidad. Algunas de las técnicas para trabajar con los pensamientos que nos angustian, son: Reconocer y aceptar nuestra ansiedad o angustia. Reconozco que estoy angustiado. Detectar los pensamientos que nos provocan dicha angustia. Buscar la causa que nos genera la angustia y enfrentarla. Analizar su veracidad, cuestionándonos honestamente qué tan real y objetivo es lo que estamos pensando. Detener esos pensamientos. Son pensamientos circulares, «rollos» que no nos permiten avanzar y son estériles. Para ello es mejor distraernos haciendo algo que nos gusta y/o pensar en otra cosa para así cambiar el tema. Respirar, Relajarse, Hacer ejercicio. Aprender y darse permiso para reír y divertirse. Tomar un día de descanso. Al reconocer y aceptar nuestra ansiedad podremos visualizarlo desde otro ángulo y le daremos la oportunidad a nuestra creatividad para encontrar caminos alternativos. En nuestra sociedad actual, con un pensamiento más racional que espiritual, en que la competitividad sólo valoriza a los exitosos y los más fuertes, hace que aparezcan varias razones por las que nos cuesta trabajo aceptar nuestra angustia: La negamos o ignoramos, debido a que creemos que no deberíamos estar angustiados, porque «no es para tanto». Si nos angustiamos significa que «somos débiles» emocionalmente y tenemos poco control sobre nosotros mismos y sobre la situación. Seremos despreciados por nuestros pares a quienes debemos mantener una imagen de ser fuertes y firmes. El estar angustiado nos da inseguridad. Es cierto que reconocer que estamos angustiados puede, momentáneamente, angustiarnos más. Pensamos que si no le hacemos caso, la angustia va a disminuir. Estamos tan acostumbrados a ella, que ya no la detectamos. Pero si no reconocemos y aceptamos nuestra angustia, no sólo no va a disminuir, sino que va a aumentar y tarde o temprano nos dañará. Si nos cuesta trabajo detectarla o aceptarla, lo que podemos hacer, es escribirlas. En este escrito anotaremos: Cualquier emoción o sensación física, sobre todo si es molesta o si la consideramos negativa. Si aparentemente no estamos haciendo nada que pueda angustiarnos y no tenemos ningún problema concreto, debemos preguntarnos: ¿De lo que ha pasado últimamente, qué cosas podrían estar influyendo en mi estado de ánimo o en mi angustia? ¿Qué inquietudes o preocupaciones podrían estar en mi mente? Nuestros pensamientos, si podemos detectarlos en ese momento. Si no podemos hacerlo, más tarde, cuando tengamos tiempo, podemos utilizar la técnica para detectar los pensamientos. Una vez anotados estos datos analízalos detenidamente, para que puedas encontrar que tipo de situaciones o pensamientos disparan tu angustia y elegir la mejor solución. Una lista de situaciones y pensamientos disparadores de nuestra ansiedad, nos permiten detectar nuestros puntos «débiles», es decir, aquellos en donde somos más sensibles y a los que tenemos que ponerle mayor atención. Angustia y Sociedad La angustia en la sociedad moderna revela la condición del hombre actual, que se siente arrastrado por una maraña de obligaciones, sin la posibilidad de actuar y tomar decisiones según su conciencia, perdiendo de vista el sentido de su propia existencia. Para Kierkegaard, los problemas existenciales no se pueden resolver racionalmente, porque podemos saber cuánto son dos más dos, pero no podemos saber si alguien nos ha perdonado o si una persona nos ama. Sólo nos queda creer o esperar, no razonar. Por lo tanto, la angustia es una sensación de desamparo que se siente cuando nos damos cuenta que en nuestra existencia subjetiva estamos solos. Kierkegaard decía que existen tres actitudes vitales en la vida: la estética, la ética y la religiosa, y que mucha gente vive toda la vida en la misma fase. El que vive en la fase estética, vive el momento para conseguir sólo el placer de los sentidos; el estético es un juguete de sus propios placeres y estados de ánimo y lo único que le interesa es si una cosa es divertida o aburrida. Es en esta fase estética cuando el sujeto es más proclive a que sienta angustia y vacío, ya que depende de lo que le produzca placer, que tarde o temprano lo abandona. Es en ese momento cuando se siente sólo frente a su existencia y cae en la angustia; sin embargo, puede haber esperanza. Para Kierkegaard, la angustia es algo positivo que señala que la persona se encuentra justo en una situación existencial que le puede brindar la posibilidad de cambiar de estado; sin embargo, sólo él puede hacerlo. Vivimos en un mundo donde el sistema de vida tiene motivos para que podamos ser felices, pero también enfermedades, para no serlo. Vivimos en un sistema cultural en el que prevalece la producción de bienes materiales antes que la emoción de las personas. Es a través de un cambio en la conciencia de las personas lo que puede provocar que toda la humanidad pueda cambiar. El proceso puede ser lento. Aunque nada puede ser fácil, es bueno saber que podemos mejorar y cambiar nuestro mundo desde nosotros. Sea en el trabajo, en el hogar, en la escuela, en la vida misma. Todo puede cambiar para mejor si comenzamos con un simple cambio en nuestro interior. Uno de los enemigos que enfrenta la sociedad actual se llama «angustia». Es esa situación difícil y agobiante que recorre silenciosamente nuestros pequeños ríos mentales por donde navegan nuestras ideas, nuestros sueños, nuestras esperanzas. Muchas personas se esfuerzan en no pensar en nada negativo; algo las lleva a caer en un estado de angustia, de tristeza y melancolía desconocida. Para entenderlo, podríamos remontarnos a épocas donde el sistema de vida era otro y cómo a partir de la revolución industrial todo comenzó a cambiar. Hubo motivos para ser feliz, pero también comenzaron los motivos para no serlo. En la búsqueda de la trascendencia y el bienestar, la sociedad se lanzó a crear un nuevo mundo, un mundo donde importara más la producción que el artesano. No importaba el linaje, sino la cantidad de obreros. Antes alguien podía hacer diez pares de zapatos en una semana, pero a partir de la revolución industrial esto cambió: se comenzó a hacer esa misma cantidad en una hora. Y ya no importaba el nombre de quien lo hacía, sino que fueran iguales, cómodos, en mayor cantidad, más baratos y que más gentes los usaran. Así, se dio oportunidad para que muchas personas accedieran a bienes antes vedados a las clases populares. Esto contribuyó al crecimiento de las economías y de los mercados, porque todo era para el bien común de los pueblos, no de las clases elitistas de la sociedad. Pero… todo tiene su lado negativo también. Si bien las economías crecieron, también creció la deshumanización. El trabajador fue anónimo, en pos del bien del capital, fuente y razón de las sociedades actuales. En cuanto al ciudadano común, que fue estrella en su momento, a comienzos de la revolución del pensamiento, ha pasado a ser un objeto de consumo en la tremenda maquinaria del mercado de capitales. Todo fue realizado para bienestar del sujeto, que ahora se ve enfrentado a restricciones impuestas por las reglas del mercado. Esta sensación de estar sólo en el mundo y ser un objeto de los grandes grupos económicos, ha generado un individuo desvalido y una reacción de angustia en las personas, la cual mantenida en el tiempo ha desarrollado la enfermedad más frecuente entre los trabajadores del mundo occidental o competitivo: la depresión… Sin embargo, en el inconsciente colectivo de los individuos está inscrito ese impulso de pertenencia al grupo, de reunirse con sus semejantes, identificarse con aquellos que piensan y sienten igual, tal vez como una fórmula sanadora para el grupo, ya que los protege de la amenaza angustiante del abandono. También sabemos que el ser humano es teológico. Entonces los humanos se reúnen con un sentimiento común y que les da protección espiritual. Aunque la creencia en esa fe esté lejos del juicio racional, tiene la capacidad de aplacar la angustia, darle un sentido a la vida y al más allá de ésta. Fantasía o realidad, hemos de reconocer que es un bálsamo que ha dado efecto durante toda la historia de la humanidad. Hemos de reconocer que la pertenecía a la tribu o grupos tribales con un sentimiento común, tan abundantes en nuestra sociedad, es un elemento protector psíquico para los grupos sociales, ya que calma la angustia temporalmente y que solo alivian, pero no curan el elemento angustiante. Es importante la pertenencia al grupo familiar, que ayuda y protege, especialmente en situaciones de crisis muy asociado con la angustia. Por otra parte y como contrapartida a este fenómeno, existen otras alternativas en nuestra sociedad y que son sanadoras, ya que permiten buscar el equilibrio racional y emocional para calmar la angustia y evitar la depresión. A través del pensamiento y el estudio, usando la razón y la emoción en un justo equilibrio, usando la filosofía y la ciencia como sus principales herramientas, buscan la respuesta dentro de sí mismo, en el interior de su existencia, para así enfrentar la angustia que nace y renace en cada paso de la vida, en un permanente trabajo de perfeccionamiento individual y colectivo… Me refiero a la oportunidad de tener sentido de pertenencia a instituciones como la masonería, en la cual el sujeto no es uno más, sino que por el contrario es un individuo reconocido y respetado… pero lo más importante: amado y reconocido con el nombre fraternal de hermano, cuyo pensamiento, idea y presencia es escuchada y tolerada, haciéndolo sentir siempre parte importante de esta gran hermandad. Mientras más individualismo exista en el mundo y mientras más enfermedades sociales aparezcan relacionadas con la angustia, más se fortalecerán instituciones como la nuestra, ya que son instituciones con salud, con fuerza y con unión.

Lientur Taha Moretti

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