La reciente visita papal a nuestro país ha dejado sin duda alguna, muchas enseñanzas y reflexiones sobre el comportamiento humano a nivel individual y social, muy al margen de todo el show mediático que se organizó y que era muy parecido a los grandes desfiles militares de antaño o a los tristemente célebres partidos futbolísticos de la actualidad.
Entre una de las que más llamó la atención se afirma que “la sociedad requiere armar puentes en lugar de construir muros”, y esta una verdad, no de Perogrullo, sino de inquietante actualidad, pues tal parece que en nuestra sociedad de consumo y apariencia, es más preocupante el instalar alarmas, puertas dobles enchapadas en acero e indiferencia ante lo que sucede fuera de “nuestras paredes”, que el abrir los lazos de unión, comprensión y cooperación social.
Y ¿no es, acaso, la masonería una verdadera escuela de unidad y entendimiento a través del piso ajedrezado, de nuestra cadena de unión, y de todos y cada uno de nuestros símbolos que en su interior, pacientes esperan que cada uno de los iniciados, abra su mente al entendimiento del mayor de sus juramentos (no promesas como falsamente alguien pregona) y que es el de estar dispuestos hasta dar la vida por alguno de los hermanos en caso de necesidad o injusticia?
Armados con la pluma del conocimiento y la espada de la verdad, cada iniciado debe realizar una verdadera cruzada de tolerancia, caridad y enseñanza hacia los más débiles y desprotegidos, que en todas las sociedades claman por justicia, equidad y a veces solo oportunidad.
¿Existe acaso puente más sólido que el de la fraternidad bien entendida, donde todos nos sentimos parte de una familia universal, y en la que nos reunimos por separado no para competir, sino para organizar mejor nuestras tareas de aprendizaje, mejoramiento y sensibilidad, para luego lanzarnos a la aventura del placer de dar, de enseñar, de ayudar, de guiar y orientar como verdaderos faros de luz en la lóbrega oscuridad de la ignorancia y la falta de equidad?
Si aceptamos lo anterior y todo lo que se encuentra en los rituales de cada ceremonia masónica, sin duda ningún masón podría tener tiempo material para construir muros de separación o falsa protección, ya que la fe, la confianza y la solidaridad que nos unen en nuestras enseñanzas, no podrían permitirnos otra actitud que no sea la de ser ejemplos de vida a través de obras concretas de bienestar. Un apostolado nada sencillo pues doquiera llevemos la vista y se dirija nuestra atención veremos injusticias y maldades, algunas aviesamente ejecutadas y otras fruto de la indiferencia y del capullo en el que nos envolvemos en nuestro egocentrismo de considerarnos mejores o algunos inclusive auto denominarse “perfectos”.
Meditemos ante el espejo virtual de nuestra conciencia, y respondámonos con sinceridad si realmente no mantenemos un muro constante de indiferencia, silencio y apatía en lugar de una acción militante, real y efectiva en nuestro interior primero y luego encaminada a cruzar los puentes de la fraternidad, solidaridad y por sobre todo respeto a nuestra palabra de compromiso y juramento de servicio constante en beneficio de los hermanos y necesitados.
Si de verdad trabajamos por el perfeccionamiento moral e intelectual de los seres humanos, comenzando por nosotros mismos, entonces podremos considerarnos satisfechos del “trabajo y salario” recibidos, caso contrario simplemente estaremos ocupando indebidamente un asiento en las columnas de un templo consagrado al amor y la entrega incondicional, sin respeto a la dignidad humana y a nuestros principios.