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LA TOLERANCIA

Tolerancia. Busco su significado en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Aparecen 6 acepciones. La más ajustada al tema que estamos tratando es la segunda: “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias” Parece simple. Pero una cosa es definir una palabra, otra definir una idea y otra definir una conducta. Decían los griegos: “Lo que es, es. Lo que no es, no es” Los límites físicos de una escultura coinciden perfectamente con los límites de su molde. Definiendo el molde, definimos la figura. Definiendo la intolerancia, definimos la tolerancia.

En definitiva, lo natural, lo que acompaña a la especie desde siempre es la intolerancia. Toda la historia de la humanidad está teñida de incomprensiones, fundamentalismos y violencia. Desde los propios albores de los tiempos lo normal fue la lucha de hombres contra hombres y de clanes contra clanes. Incluso la intolerancia está descripta como un mandato en la mayoría de los textos religiosos. La aparición de los credos monoteístas, al proclamar la existencia de un solo Dios, exacerbaron la intolerancia e impulsaron enfrentamientos que se prolongaron a lo largo de los siglos y que llegan hasta nuestros días. Pero no se trata solamente de un fenómeno religioso, es parte de la condición humana. Por alguna razón, sentimos una admiración casi hipnótica por los grandes generales y sus conquistas. Nuestros héroes, todos, fueron intolerantes. Nuestros dioses, todos, fueron intolerantes. Nosotros, todos, somos intolerantes. Y no podría ser de otra manera, por cuanto somos animales y como tales estamos sometidos a nuestros instintos, especialmente a los de conservación y perpetuación de la especie (manifestada tanto en forma individual, como colectiva. Todo cuanto amenace esos impulsos vitales provoca nuestra reacción defensiva. En consecuencia, la etapa previa a la intolerancia es el miedo. El miedo al otro, el miedo al diferente, el miedo a otros países, el miedo a otras civilizaciones, el miedo a otras creencias religiosas y todos los miedos que nos separan de los demás.  Derecho a la vida, a pensar diferente, a expresarse según sus convicciones. Son admirables casos aislados que permiten descubrir que en lo profundo del hombre habitan también sentimientos altruistas. Es curioso, normalmente los avances (siempre provisorios), se producen tras enfrentamientos espantosos. La tolerancia religiosa sólo se logró tras décadas de luchas, el Congreso de Viena tras las guerras napoleónicas, la fundación de las Naciones Unidas tras la Segunda Guerra Mundial, el equilibrio atómico tras Hiroshima y Nagasaki. Se trata de arreglos puntuales tras el horror de la muerte de millones de seres humanos. Pero lo cierto, lo indiscutible, es que con el paso de los años la especie ha ido construyendo mecanismos que intentan protegerla de sus propios instintos destructivos. En consecuencia: la tolerancia es una construcción humana que intenta contener fuerzas instintivas. Cuanto más avanzamos ese camino nos acercamos a una humanidad más civilizada y pacífica. Y si el origen psicológico de la intolerancia es el miedo, integrar es probablemente el camino más efectivo para vencerla. Cuando el otro es mi semejante ya no hay razón para temerle. Escuchar y aceptar sus puntos de vista son probablemente las armas más efectivas para alcanzar la empatía que nos permite sentirnos como iguales. Los humanos solemos enorgullecernos de nuestros principios, son nuestra armadura, nuestro propio yo, nuestra trinchera. Por supuesto, confrontar ideas desde nuestros principios no puede conducir a otra cosa que al enfrentamiento. Lo correcto, lo constructivo, sería discutir en procura de metas. Saber que podemos pensar diferente, aun perteneciendo a razas, clases o religiones diversas, pero aun así aspirar a objetivos y beneficios comunes, o por lo menos a una convivencia regulada y pacífica. Para ello, el primer paso es el respeto y el segundo la comprensión.

En la búsqueda de la tolerancia es vital la existencia de instituciones que sirvan como punto de encuentro de quienes piensan diferente. Es este el único párrafo de este burilado en el que me referiré a la Masonería. Hace unos pocos siglos algunos hombres esclarecidos reflexionaron sobre estos temas y concibieron la idea de crear un espacio de diálogo. En ese ámbito, cada noche a lo largo y ancho del planeta, conviven cientos de miles de personas a quienes no se les preguntan sus convicciones, políticas, religiosas o filosóficas. Se unen en procura de ser hombres rectos y de buenas costumbres. Se unen para ser mejores como seres humanos, para colaborar en el ámbito social, para dialogar y para conocerse. Y por primera vez en estas líneas dudo de términos como “provisorio” o “relativo”. Un ámbito en el que pueda convivir lo diferente, es un ámbito que deja enseñanzas absolutas. La tolerancia es también un acto de inteligencia. La historia lo demuestra, los avances suelen venir de quienes piensan diferente. Galileo fue el terror del estatus quo. Leonor de Aquitania escandalizó a la sociedad de su época. Colón fue encerrado por loco. Cierta vez escuché un ejemplo que ayuda a comprender el aporte de las ideas diferentes a la construcción de una sociedad mejor.

 Pero ser tolerante significa soportar todo? Es lógico que exista una tensión ineludible entre tolerancia y permisividad. ¿Pero somos nosotros capaces de establecer el límite sutil que las separa? ¿Cuándo ponemos límites no estaremos involuntariamente dejando aflorar nuestra propia intolerancia? No niego esas fronteras, sin duda existen y seguramente podrán ser motivo de otro burilado. Prefiero quedarme por ahora con el sentimiento altruista, generoso, superior de tratar de respetar y comprender a quienes piensan diferente. En definitiva, la peor de las intolerancias es la que reside en el alma de cada uno de nosotros. Jamás podremos eliminarla totalmente, pero debemos mantenerla a raya mediante el autocontrol y el respeto por las ideas ajenas. Tolerar no es lo natural, es una construcción, una actitud superior que nos enriquece y nos hace mejores seres humanos. A veces las palabras hieren más que las balas. Generalmente argumentamos en lugar de pensar, hablamos para contradecir, convertimos los cambios de opinión en verdaderos lances que buscan vencer, al contrario. Tolerar es mucho más que eso. Escuchar al otro nos permite mejorar nuestras opiniones y probablemente contribuye a mejorar las suyas. Al hacerlo evitamos actuar en base a instintos primarios y nos elevamos a un plano superior.

MM:. NESTOR HERRERA

BIBLIOGRAFIA.Cadena Universal  CUBA.

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