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La palabra perdida

En la vida cotidiana resulta ser un ejercicio saludable revisar periódicamente el estado integral de la existencia individual. Realizado en el silencio interno de cada uno, este examen debería comprender un análisis del estado físico, emocional y mental. En el primer ámbito – especialmente en la actualidad – tener conocimiento del estado en que se encuentra nuestro cuerpo debería llevarnos a adoptar decisiones que contribuyan a su conservación y buen funcionamiento o, en su caso, a adoptar determinaciones de atención de salud imprescindibles. En la dimensión emocional, la prudencia nos indica que estamos en la búsqueda constante – en forma consciente o intuitiva – de un sano equilibrio psíquico, mismo que debería manifestarse en nuestra conducta diaria, por lo que el análisis de la vivencia emocional reviste importancia, porque nos proporciona la medida en la que estamos encontrando ese equilibrio o cuán lejos estamos de él y como conclusión, debería proporcionarnos elementos que – otra vez – nos impelan a tomar acciones que nos conduzcan a construir el estado emocional deseado.

Finalmente, el estado mental cierra este conjunto de análisis y de él podemos concluir – no sin dificultad – en qué ocupamos nuestra mente, cuán conscientes somos de aquello, cuánto control tenemos sobre eso y qué deberíamos cambiar en este ámbito para mejorar nuestra vida. En general, el resultado final de este ejercicio suele mostrar cuánto falta para tener una vida equilibrada. Mas, si la conclusión fuera de que se ha alcanzado ese estado de equilibrio, con certeza cabría la expresión “pero hay algo que me falta….” A esta expresión se le llama el “sentido de falta” y ese sentido de falta está presente en los seres humanos de forma incondicional.

La Masonería – el Arte de la Vida – nos ha proporcionado el ámbito y las herramientas necesarias para realizar en forma constante el trabajo descrito en el párrafo anterior, con un método de segmentación apropiado para un desarrollo armónico y altas posibilidades de lograr el propósito final, si se aplica de manera constante. A esta segmentación la llamamos Grados. En el Primer Grado el trabajo asignado es el conocimiento de sí mismo, por lo que el resultado de ese trabajo debería ser un masón que conoce cómo está compuesto y cómo funciona el mismo, principalmente en el aspecto físico. En el Segundo Grado la labor consiste en conocer el ámbito en el que ese ser – ya conocido y desentrañado en el grado anterior – se desenvuelve, pero en las dimensiones físicas y psíquicas, es decir naturaleza y emociones. Finalmente el Tercer Grado plantea la tarea de conocer la dimensión mental de la existencia.

Parecería que con esto se tiene la dimensión completa de la vida… Mas eso no es así, porque se nos deja vislumbrar tenuemente que hay una dimensión trascendental además de las tres mencionadas y se nos informa acerca de que la llave para acceder a ella y tener la completicidad, se ha perdido por la muerte imprevista de uno de los tres que – en conjunto – podían entregárnosla. Se nos comunica que después del árduo trabajo en las dimensiones física, psíquica y mental, hemos llegado al umbral de la conquista, pero que no podremos transponerlo porque para ello necesitamos esa llave de acceso… se nos comunica que la “Palabra se ha perdido”.

¿Qué es esta Palabra Perdida, dónde encontrarla, cómo encontrarla?

Sin duda, la Palabra Perdida es el elemento que franquea el acceso a la dimensión que completa, junto a las tres mencionadas, el conjunto humano. Esa dimensión trascendental que hace completa a la existencia. Esa dimensión es la espiritual – divina si se la quiere llamar así- . La dimensión en la que el misterio de la vida – y de la muerte – es develado, pero sobre todo conocido y comprendido. La dimensión en la tiene lugar el encuentro entre el hombre y el Ser Supremo. Esta dimensión se halla – felizmente – en el interior de cada uno y para encontrarla tan solo hay que conseguir esa “Palabra Perdida” y utilizarla para abrir la puerta correspondiente.

La masonería así como la vida cotidiana, generan en el ser humano un “sentimiento de falta” que le impulsa a una búsqueda continua del elemento que complete su existencia. Ese elemento esencial es la dimensión divina, es decir la dimensión trascendental de donde surge la vida. Ese elemento está presente en cada una de las personas (“formó al hombre con barro y luego sopló en sus narices el espíritu de la vida y fue alma viviente”) y así como para explorar las dimensiones física, psíquica y mental se requiere de trabajo, para adentrase en la dimensión espiritual se precisa de la labor para encontrarse a sí mismo y en este encuentro descubrir la presencia de Dios y conocer la esencia de la vida, entenderla y actuar en consecuencia.

Para esta labor es necesario encontrar primero la Palabra Perdida y esta palabra impronunciable – no porque verbalmente lo sea, sino por su naturaleza de poder – se nos dice que es el nombre de Dios. Todo esto cobra sentido puesto que, si el acceder a la dimensión espiritual es el encuentro con Dios, la manera de hacerlo será llamándolo por su Nombre –pronunciando la Palabra Perdida – y este Nombre y su Pronunciación solo es revelado a cada uno cuando llega – en su interior – al Altar de su propia divinidad y cuando lo hace conoce plenamente al Dios Omnipotente, Omnipresente y Omnisciente y recibe de Él, el máximo Poder de la vida: El Poder del Amor, para que lo utilice en su existencia.

¿Cómo llegar a ese hallazgo?

Sin duda, por el medio que la Masonería nos plantea: Por la práctica de las virtudes..

Aristides

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