Teodoro Lipps decía a modo de comentario, que cada pueblo, cada época, cada estructura social e inclusive cada ser individual posee una moral propia.
En determinada época, por ejemplo, fue corriente y natural el uso de la venganza (varios pasajes del Volumen de la Ley Sagrada se refieren a ojo por ojo, diente por diente).
Las concepciones de lo moral e inmoral, de lo que es vicio o lo que es virtud, del bien y del mal, varían de acuerdo a las formaciones culturales, usos y costumbres de cada pueblo.
Lo que es bueno y justo para otras culturas, puede ser perverso e inmoral para nosotros y viceversa.
Pero ¿cuál la esencia del bien y del mal?
La distinción entre el bien y el mal nace en los albores de la humanidad, precisamente con la creación de la primera pareja de seres humanos a imagen y semejanza de Dios.
El relato bíblico contenido en el libro del Génesis, Capítulo 3 versículos 1 al 24 dice:
“La serpiente era más astuta que todos los animales salvajes que Dios el Señor había creado y le preguntó a la mujer”.
- ¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?
- Y la mujer contestó:
- Podemos comer del fruto de cualquier árbol, menos del árbol que está en medio del jardín. Dios nos ha dicho que no debemos comer ni tocar el fruto de ese árbol, porque si lo hacemos moriremos.
- Pero la serpiente le dijo a la mujer:
- ¡No es cierto! ¡No morirán! Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman del fruto de ese árbol podrán saber lo que es bueno y lo que es malo y que entonces serán como Dios.
- La mujer vio que el fruto del árbol era hermoso y le dieron ganas de comerlo y de llegar a tener entendimiento. Así que cortó uno de los frutos y se lo comió. Luego le dio a su esposo y él también comió. En ese momento se les abrieron los ojos y los dos se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entonces cosieron hojas de higuera y se cubrieron con ellas”.
Por eso Dios el Señor sacó al hombre del jardín del Edén y lo puso a trabajar la tierra de la cual había sido formado, maldiciendo a la serpiente que ha quedado desde entonces reflejada como la imagen del mal.
El libro del Sepher-Ha-Zohar referido a la historia oculta de la Biblia, habla de los Elohim, los ángeles rebeldes, hijos de Dios, conocidos también como los ángeles caídos que a la cabeza de Luzbel se rebelaron contra el Supremo Hacedor en el origen de los tiempos, oponiéndose a su obra bienhechora y dando lugar al nacimiento del mal.
Según la citada obra es Samaél (uno de los ángeles caídos) quien bajo la forma de serpiente, seduce a Eva y engendra a Caín. Caín posteriormente mata a su hermano Abel (hijo de Adan y Eva), motivo por el cual es maldecido y sentenciado a vagar eternamente por el mundo sin poder descansar jamás, siendo por lo tanto la humanidad descendiente de Caín y heredera de la esencia del mal.
En otro pasaje la Biblia dice: El Señor vio que era demasiada la maldad del hombre en la tierra y que este estaba pensando siempre en hacer lo malo y le pesó haber hecho al hombre. Con mucho dolor dijo: “Voy a borrar de la tierra al hombre que he creado” (Génesis Capítulo 6 versículos 5 al 8)
Dios entonces envió el diluvio permitiendo que solamente Noé, su familia y una pareja de cada animal que había sobre la tierra, pudieran ingresar al Arca para salvarse e iniciar una nueva etapa, grata a los ojos de Dios.
Noé había separado a sus hijos de sus esposas y prohibido los ritos maritales, Prohibió lo mismo a todos los animales, aves y reptiles. Sin embargos esta orden fue desobedecida por Cam, quien pecó para salvar a su esposa Hiya de la deshonra, pues sabía que ésta iba a tener un hijo engendrado por Shemhazai, (otro de los ángeles caídos) antes de subir al Arca, siendo que si Cam no hubiera yacido con ella, sus hermanos se hubieran percatado del embarazo no deseado, condenando a Hiya a la muerte. (Nótese el parecido fonético entre Eva y Hiya o Hiva, ambas portadoras de la semilla del mal a través de las manifestaciones de los ángeles caídos).
Sería entonces el hombre resultado de una concepción divina (la obra de la creación por parte de Dios que lo hace a su imagen y semejanza) y de la inoculación del mal en sus genes como efecto de la intervención de los Elohim a quienes la Biblia llama los hijos de Dios.
Sea como fuere, resulta que el mal, aparece como contraparte del bien y se manifiesta desde los orígenes de la humanidad en la naturaleza dual del hombre.
Estudios filosóficos profundos sobre el tema del bien y del mal en su más intrínseca esencia, cuestionan el error frecuente de los seres humanos de limitar el mundo espiritual a las regiones del bien supremo, sosteniendo que los seres extremadamente perversos forman también parte del mundo espiritual.
Los hombres ordinarios, simples criaturas formadas del barro, dicen, no pueden comprender el significado profundo de las cosas y por eso el bien y el mal son para ellos absolutamente idénticos y balanceados.
La gran paradoja de la naturaleza humana consistiría en la posibilidad de que un hombre puede ser un gran pecador sin haber hecho nunca nada culpable, que puede ser capaz de descender hasta el fondo profundo del abismo del mal, sin que en toda su vida hubiera cometido lo que se califica como una mala acción.
Todos pensamos que el hombre que nos hace daño, es un hombre malo. Y lo es desde el punto de vista social, porque estamos acostumbrados a ver las cosas a través de cómodos anteojos sociales, pero es que nos encontramos hasta tal punto tan saturados de materialismo, que no somos capaces de comprender que el mal en su esencia, es una emanación íntima, una pasión del alma, una expresión cuya naturaleza no conocemos y que nos es muy difícil reconocer, aunque en forma diaria nos tropezamos con él.
El pecado, según ciertos pensadores filosóficos, consiste en la voluntad de penetrar de manera prohibida en una esfera más alta y obedece eminentemente a la naturaleza dual del hombre. El santo se esfuerza en recobrar un don que ha perdido, (su esencia divina), mientras que el pecador persigue algo que no ha poseído jamás, reproduciendo en resumidas cuentas la Caída.
El verdadero mal en el hombre, sostienen, es como la santidad y el genio. Es un éxtasis del alma, algo que rebasa los límites naturales del espíritu y que escapa a la conciencia, sin embargo, un hombre puede ser infinitamente malo sin sospecharlo siquiera.
Un hombre normal, cariñoso, padre ejemplar, responsable, honrado y trabajador, regresa intempestivamente a su casa y sorprende a su esposa con un amante. Ciego de celos mata a ambos con un revolver, luego se percata del acto cometido y se condena asimismo por haber reaccionado en un momento de ofuscación, llora y besa el cadáver de su esposa a quien ama entrañablemente y sabe internamente que ya es imposible reparar lo que ha hecho. Es un asesino, pero ¿cuál es la esencia del mal en su acto?
Otro hombre rapta a un niño, lo tortura, lo abusa sexualmente y luego lo asesina en forma sádica y salvaje. Es también un asesino, pero para él no existe el sentido de culpa porque ha respondido únicamente a un impulso, que antes que culpabilidad le ha producido satisfacción. Es malo ante los ojos de la sociedad. Su acto es una manifestación profunda de la verdadera esencia del mal, pero él ni siquiera se percata de ello, porque no entiende la dimensión de su pecado, ni ha sido consciente de la manifestación del mal.
Esto daría a entender que el mal verdadero, tiene una esencia completamente distinta de lo que solemos llamar propiamente como el mal. En los casos citados anteriormente nos encontramos indistintamente frente a un asesino. La palabra es la misma, ¡pero el sentido es totalmente distinto! ¡Existe un abismo trascendental entre cada una de las situaciones planteadas!
El verdadero mal se eleva en un grado tal que no podemos sospechar en absoluto su existencia. Es como la nota grave en un instrumento musical, tan baja que nadie puede oírla, sin que ello quiera decir que no exista. De la misma manera que un hombre puede entregar todo a los pobres y, a pesar de ello, carecer de caridad, puede también evitar todos los pecados del mundo y ser, sin embargo, una criatura del mal.
Toda esta naturaleza dual y el mundo material que nos agobia y rodea, ha ido influyendo notablemente en el comportamiento del ser humano. La Sagrada Biblia y los textos pertenecientes a las diferentes religiones que pueblan el mundo, nos demuestran inequívocamente el grado de religiosidad que había en nuestros antecesores. La búsqueda permanente de la divinidad y de la comunicación con Dios en cualquiera de sus manifestaciones.
El recuerdo de la caída y el castigo otorgado por Dios a la humanidad al expulsar a sus primeros hijos del jardín del Edén, comprometieron a las generaciones subsiguientes a reparar la causa del pecado original y buscar por todos los medios anular dentro de sí la manifestación del mal latente en el hombre.
Sin embargo, en la época moderna en que vivimos, se ha evidenciado un trastocar en los valores existentes (moral, ética, honor, honradez), que hacen que nuestra actual sociedad haya de alguna forma, perdido el horizonte y el camino de la espiritualidad y mejoramiento individual, inclinándose más por el ejercicio del mal que por la búsqueda del bien. No otra cosa significa la proliferación de cultos satánicos y prácticas demoníacas surgidas en los últimos tiempos.
Pero finalmente ¿qué es el bien y qué es el mal? Aldo Lavagnini manifiesta que la palabra reconoce implícitamente el Bien como único principio, realidad y poder, siendo consecuentemente el mal, pura ilusión y apariencia que no tiene realidad ni poder verdaderos.
Entonces el mal, en el verdadero sentido de la palabra no existiría, por ser simplemente una ilusión de los sentidos.
Esta es la enseñanza que deben comprender los verdaderos iniciados, o sea todos aquellos que han llegado a penetrar en su yo interior y establecer un equilibrio con su conciencia, que va por encima del dominio de lo aparente, en donde el Bien y el Mal figuran como poderes iguales, como pares de opuestos irreconciliables que se encuentran en lucha constante el uno con el otro y que se alternan como el día y la noche, la luz y las tinieblas, la vida y la muerte.
El iniciado debe saber que detrás del mundo de la apariencia, existe una sola y única realidad y que esta realidad es el bien, cuya esencia es infinita, omnipresente y omnipotente y que fuera de ella nada existe ni puede existir, mientras que lo que consideramos el mal, es una sombra inconsciente, irreal y sencilla ilusión de nuestros sentidos y de nuestra imaginación, que debe ser superada en lo más íntimo de nuestra conciencia.
El hombre es esclavo de la ilusión del mal, reconociéndolo como poder y realidad y dándole un lugar preponderante en su vida, sin embargo únicamente cuando se reconoce al mal como una ilusión, éste cesa de tener poder en la conciencia, siendo el momento en que el hombre se libera de las influencias negativas del mal, encuentra la verdad y recupera su esencia divina.
¿Qué conclusiones se pueden sacar de todo lo anterior?
Que existen dos posiciones diametralmente opuestas entre lo que sostienen ciertas corrientes del pensamiento humano y las enseñanzas de nuestra Orden.
Mientras por una parte los análisis filosóficos sostienen la existencia del mal en un nivel de profundidad y horror que nuestro pobre intelecto no puede comprender y que el hombre alberga en su ser íntimo, una esencia maligna de la cual, la mayoría de las veces ni siquiera tiene conciencia, nuestra orden nos señala que una vez alcanzado el grado de comprensión y entendimiento necesarios como para poder encontrar el camino de la verdad, toda nuestra naturaleza dual profana será dejada de lado y se volcará, libre de influencias negativas, hacia la obra del bien, desterrando de nosotros el mal que resulta ser solo una ilusión abstracta producida por nuestros sentidos y que al no tener una esencia real, debe ser desechada de nuestra conciencia.
La misión consiste en consecuencia, en liberarnos de la carga que implica la creencia en la existencia del mal, para que podamos encontrar finalmente la senda del bien que nos conducirá a la morada celestial donde nos espera el G:.A:.D:.U:. Padre de la humanidad.
Por: Jorge Cervantes Alcázar