Pienso luego existo…
La intransigencia
AUTOR: SAFO
Normalmente debiéramos hablar y explorar las virtudes que los seres humanos debemos mantener en nuestras ideas, expresiones y actitudes del diario vivir, pero tiene también validez el explorar las anti virtudes, nombre convencional que daremos con plena licencia literaria para hablar de aquellas acciones que son diametralmente opuestas a las señaladas en las virtudes recomendadas.
Definamos pues lo que quiere decir la palabra Intransigencia, encontrando que es la actitud del que no consiente o admite ideas o costumbres distintas a las suyas. La intolerancia e inflexibilidad aluden a la falta de adaptación o concesión con respecto a los deseos, requerimientos, etc., de otra persona. Fanatismo, exaltación y apasionamiento aluden al carácter intolerante que, con respecto a sus creencias, muestra una persona.
Nuestra época se distingue por la práctica común de la intolerancia e intransigencia en nuestros pedidos, deseos y hasta en los sueños imposibles que cada ser humano posee en su interior. La demostración diaria de este comportamiento la tenemos en nuestras calles a cada instante en la actitud que demuestran los conductores, sobre todo del servicio público, que sin respetar las normas de tráfico establecidas y de cumplimiento obligatorio, adoptan la prepotencia del tamaño de sus vehículos, del carácter intolerante de su conductor y hasta del poder oculto de sus sindicatos que a través de sus contactos con el personal de Tránsito obtienen prebendas de mirar para otro lado o del manido concepto de ser su herramienta de trabajo y el vehículo particular de ser de una persona pudiente.
Otra demostración palpable de estas actitudes las observamos en las denominadas reivindicaciones sociales‖ donde sea cual fuere la justicia, legalidad y hasta coherencia de la exigencia, los demandantes acuden a las vías de la intransigencia máxima, haciéndose una costumbre el exigir en demasía para transar en algo intermedio, pero en el intervalo se acude a la adopción de ideas, palabras insultantes y denigrantes, y lo peor actitudes que ponen en riesgo sus propias vidas así como la integridad de la población inocente que debe pacientemente escuchar y soportar estos estallidos de violencia auditiva, física y obviamente de bloqueos y marchas, con el consiguiente deterioro de la calma y la fluidez que toda ciudad requiere.
El no saber escuchar y hacer un esfuerzo por entender las razones ajenas, llega a los colegios y otros centros de educación, donde en lugar de aprender y practicar modelos de comportamiento social, se acude a prácticas de violencia, intolerancia e intransigencia, llegando al conocido bulling, que no es otra cosa que el abuso a uno de parte de varios matones escondidos en pandillas y grupos.
La intransigencia lamentablemente también se da en los hogares, donde los padres por falta de experiencia, paciencia y sobre todo amor, tratan de imponer a sus descendientes ideas, costumbres o comportamientos que salen de lo que debiera significar una saludable y completa formación y educación filial.
Pero allí no se detiene esta actitud, ya que quizá como consecuencia del mal ejemplo recibido y muchas veces sufrido, los hijos asumen también actitudes de total intransigencia, exigiendo a sus progenitores con demandas que van más allá de sus necesidades así como de las reales posibilidades de los padres. Desde el niño que grita y patalea por exigir la satisfacción plena de sus caprichos aunque no sepa ni hablar, hasta el adolescente que amenaza con suicidarse o escaparse de su casa por no tener el celular de última generación o la ropa de marca.
Los sinsabores de la intransigencia también se observan a nivel internacional, tanto en el plano político como en el religioso, donde parece imperar los caprichos de los líderes de turno por encima de las necesidades sociales y económicas de una comunidad organizada y con deber de obediencia a leyes y convenios de alcance universal o nacional. La intolerancia demostrada en las actitudes terroristas que siegan vidas humanas inocentes en nombre de una secta o fe religiosa, o apalean a seres humanos solo por el hecho de no comulgar las mismas líneas de pensamiento religioso, son otra demostración de que los humanos del siglo XXI nos alejamos más de la práctica de las virtudes y entramos muy fácilmente en el cultivo de las anti virtudes.
Las públicas demostraciones de los políticos de turno, con poses y actitudes de existir para siempre además de creer poseer el don de la verdad y por ende el poder para acabar con los principios de una sana convivencia, hasta llegar a los extremos de la prepotencia y vanidad incongruente, nos demuestra que no estamos eligiendo a los verdaderos líderes que luchen por proteger a los demás o por respetar los derechos, reemplazándolos en cualquier momento, solo por el cultivo y apego al ego, el protagonismo falso, hasta pretender señalar el futuro comportamiento de los astros.
Las consecuencias de estas actitudes en pensamiento y obra, nos llevan a una sociedad dividida, donde hace falta la paz y la tranquilidad de la comprensión hacia los demás, que socava los principios de lealtad y respeto ubicando en primer lugar las ideas y actitudes de quienes se sienten poseedores de la verdad absoluta, que como comprenden los instruidos aún no ha sido descubierta.
Obviamente salta a la luz que lo opuesto a la intransigencia es la tolerancia y el amor leal al prójimo, máximas que son parte del origen de todas las religiones así como de las diversas constituciones con que se organizaron los primeros imperios y naciones, como nos lo enseña la historia universal. Los humanos debemos aceptar, comprender y razonar que en cada una de nuestras palabras y actitudes de intransigencia, siempre corremos el riesgo de herir o lastimar a alguien y que esas heridas no se cierran fácilmente, sino que por el contrario originan las tristemente actitudes de venganza que solo traen más lágrimas y dolor en ambos bandos.
Finalmente y aunque no parezca cierto, la intransigencia también se nota en la manera en que tratamos a nuestro planeta y el medio ambiente, que por el momento, es el único que garantiza la supervivencia de la raza humana. No podemos considerarnos reyes sino tenemos vasallos o reinado y nuestras actitudes de abuso y desprecio con la naturaleza y otros seres vivos hasta hacerlos desaparecer, no pueden quedar impunes y sus consecuencias ya las estamos viviendo con las calamidades y desastres naturales que experimentamos y ante las cuales somos totalmente indefensos, pese a los avances de la tecnología y la ciencia.
Ocasión propicia pues para reflexionar y reconducir nuestras mentes y conductas a todo nivel. No somos los únicos, no somos dueños de todo y lo más grave, no siempre tenemos la razón en nuestra manera de pensar y menos de actuar. Cambiemos nuestra manera de pensar y tratemos de educar con el ejemplo a las nuevas generaciones, pero hagámoslo de inmediato, pues el tiempo se nos acaba, la paciencia se agota y el planeta ya dio sus manifestaciones de cansancio y fastidio. ¿Deberemos acaso esperar el momento de la destrucción final para darnos cuenta de nuestros errores? La intransigencia es uno de ellos.