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LA INDIFERENCIA

Martin Luther King decía: “No me duelen los actos de la gente mala, más me duele la indiferencia de la gente buena”, como también esta otra que es similar y fue extraída de algunas antiguas lecturas y que mas o menos dice así: “Todos deberíamos temer a los hombres malvados. Sin embargo existe otro tipo de maldad a la cual deberíamos temer más, la indiferencia de los hombres buenos”. Esta idea se nos ha presentado desde la antigüedad de varias perspectivas y por varios personajes, incluyendo la Biblia, que en el Libro de Santiago nos manda a “hacer el bien, pues quien pudiendo hacer el bien decide no hacerlo, peca”.

También se atribuye al Dr. Albert Einstein, haber intuido que el mundo no está en peligro por aquellos que hacen el mal, sino por aquellos que lo toleran. Por otra parte el psicoanalista Sigmund Freud sostenía que lo opuesto al amor, no era el odio sino la indiferencia. Todas estas ideas que intentan transmitir un mismo sentimiento toman por presupuesto que el bien y el mal existen de facto, que existe una suerte de compás moral, al cual toda sociedad, se deberían adjudicar, pero y ¿qué pasa si

profundizamos en un pensamiento nihilista que afirma que nada es en si intrínsecamente malo o bueno? ¿Cómo deberíamos reaccionar cuando el sentido de la vida se ve completamente destruido? ¿Es comprensible creer que la gente no vive realmente bajo los estándares morales que dicen tener? ¿A esto se debe llamar acomodo, diplomacia o simplemente hipocresía moral colectiva? Según el diccionario español el término Indiferencia, del latín indifferentĭa, es el estado de ánimo en que una persona no siente inclinación ni rechazo hacia otro sujeto, un objeto o un asunto determinado. Puede tratarse de un sentimiento o una postura hacia alguien o algo que se caracteriza por resultar positivo ni negativo.

La indiferencia, por lo tanto, es un punto intermedio entre el aprecio y el desprecio. Si alguien siente aprecio, ese sentimiento resultará agradable y activo; en cambio, si siente desprecio, se tornará en algo que se pretende rechazar. Al mostrarse indiferente, el sujeto se vuelve apático al respecto.

Respecto a ciertos asuntos, la indiferencia es vista como un problema psicológico o social. Hay casos en que la persona indiferente puede ser acusada de insensible o fría, como si tuviera las emociones o los sentimientos anestesiados.

No obstante, es importante saber que, en muchas ocasiones, la indiferencia no es sinónimo de frialdad sino simplemente de especial sensibilidad. Puede parecer una contradicción pero no lo es. Y es que multitud de personas muy sensibles y frágiles optan por hacer uso de la indiferencia como escudo para protegerse y evitar ser heridas.

Analizadas todas estas definiciones, cabe hacernos una pregunta de carácter personal y hasta diríamos íntimo: ¿Cómo somos en realidad? ¿Qué sentimientos se despiertan en nuestro ego los acontecimientos que nos rodean y las noticias de las que somos espectadores pasivos?

La sociedad se encuentra atravesando una crisis de falta de valores que cada vez nos acerca más a un abismo totalmente opuesto al avance tecnológico en casi todas las áreas del saber humano. Resulta apabullante la cantidad de información que por diferentes medios recibimos en cada instante, las que sin haber acabado de procesar en nuestro a mente y psiquis, son afectadas por una nueva andanada de hechos.

Pero aclaremos, se trata de hechos efectuados por humanos en contra de otros humanos, y hasta en contra del único lugar (por ahora) en el que deben vivir los humanos, sin que haya necesidad de enumerarlos o ingresar en el falso análisis de cual es peor o más dañino. Y vuelve el interrogan te ¿Qué hacemos? La tan mentada frialdad, indiferencia, apatía y un marcado no me importismo en nada vital, parecen ser las respuestas con que nuestra mente, quizás agobiada o simplemente “indiferente”, se protege del vendaval diario. ¿Es justo este accionar? El ser humano está compuesto por varias características que lo distinguen de los demás objetos inanimados y fundamentalmente lo vuelve el “rey” de la creación, por contar con el atributo de los sentimientos. En este entendido es imposible aceptar la existencia de un ser humano que no sienta nada por nadie y en consecuencia no haga nada por nadie, al margen, claro está, de lo que lamentablemente la mayoría hace que es “actuar por interés” o siempre en espera de una recompensa.  Esa y no otra es la peor de las crisis morales que vive nuestra “avanzada” sociedad.

Todos luchamos y predicamos la necesidad a los “derechos”, olvidando obviamente la existencia de “obligaciones” que cada derecho trae aparejado. Una de esas obligaciones existenciales debe ser precisamente el jamás quedar indiferente ante los hechos diarios, ya sea a nivel personal (físico, mental, emocional); a nivel familiar; a nivel social y también a nivel de especie. En concreto, los expertos en la psicología humana estudian a fondo esa cuestión y llegan a las siguientes conclusiones:

  • La indiferencia se emplea por parte de individuos con un fuerte y marcado carácter autodefensivo que encuentran en ella la llave perfecta para evitar ser menospreciados, ignorados, heridos o puestos en tela de juicio.
  • En esos casos, lo que se produce es que la persona en cuestión se aísla del resto y dificulta sus relaciones sociales.
  • También es usada por personas que tienen mucho miedo al dolor y al sufrimiento así como que cuentan con necesidad de cariño pero lo ocultan para no llevarse decepciones y para evitar que, al abrir su corazón, puedan ser heridos por el rechazo, la mentira o la infidelidad.
  • Es especialmente interesante subrayar que entre las numerosas personas que usan la indiferencia como escudo se encuentra un elevado porcentaje de adolescentes. Y es que consideran que la misma les ayuda para hacerse más fuertes en sus relaciones con los demás e incluso con sus familiares. Ante estos hechos nos corresponde profundizar nuestros niveles de análisis y comportamiento para dejar caer la máscara de la indiferencia precautoria o de defensa, para actuar como verdaderos seres humanos, dotados de sentimientos de protección a la especie, a la naturaleza, a todo nuestro entorno; ya que todo ello constituye un TODO y la especie humana es una parte de ese todo, pudiendo originar con su indiferencia el rompimiento del adecuado equilibrio que toda la creación exige y reclama constantemente para su continuidad. Pensemos, reflexionemos, pero fundamentalmente actuemos en sociedad, como seres inteligentes dotamos de la parte física y espiritual, que nos hace únicos. “La gran tragedia de la vida no es la muerte, la gran tragedia de la vida es la que dejamos morir en nuestro interior, mientras estamos vivos”.

SAFO

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