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LA INDIFERENCIA

En esta ocasión vamos a comentar algunas ideas, no sobre una virtud precisamente, pero si sobre una actitud que podría denominarse un anti-valor o una anti-virtud y no es otra cosa que la INDIFERENCIA, o sea esa pasividad y nula reacción ante otras personas, objetos y a veces instituciones o hechos cotidianos.

En este sentido, para algunos filósofos, la indiferencia es la negación del Ser ya que supone la ausencia de creencias y motivaciones. Quien es indiferente no siente ni actúa, manteniéndose al margen. En concreto, los expertos en la psicología humana que estudiaron a fondo esa cuestión, llegaron a las siguientes conclusiones:

La indiferencia se emplea por parte de individuos con un fuerte y marcado carácter autodefensivo que encuentran en ella la llave perfecta para evitar ser menospreciados, ignorados, heridos o puestos en tela de juicio.

En esos casos, lo que se produce es que la persona en cuestión se aísla del resto y dificulta sus relaciones sociales.

También es usada por personas que tienen mucho miedo al dolor y al sufrimiento así como que cuentan con necesidad de cariño pero lo ocultan para no llevarse decepciones y para evitar que, al abrir su corazón, puedan ser heridos por el rechazo, la mentira o la infidelidad.

Es especialmente interesante subrayar que entre las numerosas personas que usan la indiferencia como escudo se encuentra un elevado porcentaje de adolescentes. Y es que consideran que la misma les ayuda para hacerse más fuertes en sus relaciones con los demás e incluso con sus familiares.

Todos estos últimos aspectos pueden servir para defender o justificar el porqué de la actitud de indiferencia de la mayoría de los seres humanos, sobre todo ahora en que nada ya sorprende y por la excesiva información con que contamos de forma inmediata y constante, todo se vuelve “normal” y “corriente”.

Donde las más de las veces es mejor y más conveniente mantenerse al margen de los hechos para no comprometerse o mejor aun no ser involucrado en lo ajeno y es en esta última instancia en la que deseamos insistir en nuestro análisis y consideración. Hasta donde es permitido para un ser humano de características eminentemente sociales y grupales, actuar con indiferencia en los hechos cotidianos de nuestra familia, nuestra sociedad, nuestros amigos, nuestro trabajo, nuestro círculo y en fin todo aquello que consideremos nuestro, ¿o es que ya no debe existir lo nuestro y debemos reemplazarlo por lo “mío”?

¿Si somos indiferentes con nuestra familia, como podemos reclamar después de un tiempo una mejor actitud de unión ante la adversidad que a diario nos acomete en diversas maneras? Y si de manera similar nos comportamos en nuestro trabajo, nuestro barrio, nuestro círculo, de que “amistad” podemos hablar o luego reclamar, cuando necesitemos algo de los demás?

En el caso institucional es peor pues se supone que en forma libre y espontánea decidimos incorporarnos a una institución, club, fraternidad, grupo o como se lo quiera identificar, y en esta decisión de incorporación se supone existía un compromiso de cumplir con ciertas “obligaciones” o deberes para con la institución en sí y con sus componentes en especial. La obligación primordial es obviamente la de dar sin esperar recompensa inmediata alguna.

Un ser indiferente no podrá jamás ser partícipe de un cambio, de una mejora o de una positiva actitud grupal, pues simplemente con su acostumbrada frialdad dirá que él no es parte de, o que no tuvo participación alguna, sobre lo que se acusa, lo que falta por hacer o sobre el problema a solucionar. Si bien ésta puede ser una defensa real y posible, no es menos cierto que el indiferente, puede ser acusado de complicidad por la inopia y la inacción, pues nadie que vea, sienta o perciba un desastre menor o mayor y no haga nada a favor de su solución puede ser considerado “libre de culpa”.

De una u otra manera todos somos copartícipes de lo que se hace y de lo que se deja en el espacio del “para mañana” y por lo tanto somos cómplices pasivos de todo lo que se deja de hacer, no pudiendo alegar desconocimiento, falta de tiempo o de medios mentales o materiales para contribuir con algo a la solución de los miles de problemas que nos toca y corresponde afrontar como sociedad.

Una frase impactante al respecto dice: “No es el problema el causante de los problemas. Es tu actitud ante el problema, lo que causa el problema”. Necesario y extremadamente útil reflexionar sobre la real culpa de los indiferentes y sobre todo mirarnos en nuestro propio espejo personal y conciencial y cotejar cuantas veces en nuestro diario vivir, hemos actuado con indiferencia, en lugar de asumir el compromiso de pensar, reflexionar y ACTUAR, con riesgo quizás de equivocarnos en el análisis de la magnitud de los hechos y de sus consecuencias.

Pero soy un convencido que más vale pecar de impertinente o de metiche, que simplemente actuar con frialdad e indiferencia y dejar que las cosas sigan, como hasta ahora, aunque comprendamos en nuestras mentes que ese es un camino erróneo que nos conduce al abismo de la apatía y al extremo de la indiferencia del EGO que mientras no es tocado no se siente parte de, pero olvidando que toda inacción o negatividad en el presente traerá consecuencias negativas en nuestra persona, nuestra institución y sobre todo en nuestra sociedad, dadas las características humanas que fueron, son y deberán ser, gregarias y de compromiso grupal y no sectario o individual.

SAFO

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