La Esperanza es la segunda de las Virtudes Teologales y al igual que la Fe marca la relación del hombre con Dios. En los tiempos actuales, esta virtud tiene una connotación especial, en razón de los acontecimiento político – sociales que vive la humanidad.
Las esperanzas seculares prometidas por las creencias liberales, asegurando el progreso continuo, sostenido e indefinido de la sociedad mundial por un lado; y el mito Marxista de la revolución universal que crearía el paraíso terrenal de la igualdad, fraternidad, justicia y felicidad en la sociedad de una clase humana, por otro; han sido puestas a prueba, con el rotundo fracaso de ambas, pues ninguna de ellas ha cumplido en su oportunidad, en el tiempo y espacio, con lo prometido. Aun más han decepcionado tanto a sus seguidores, observadores e incrédulos, que al final han coincidido en la frustración y en la condena a sus líderes por la impostura, falsedad, corrupción, abuso, cinismo de la que han hecho gala.
Este resultado, marcó:
– El desencanto profundo de las ideas y el descreimiento de los dirigentes que las propugnan.
– El temor dominante en todos, por la enorme e injusta desigualdad globalizante, que no para de acentuarse en todo lado.
– El odio cruel del terrorismo y la guerra que incluso asocian a Dios con la violencia.
– La irracionalidad de las «razones» seculares, autoritarias, infieles, cuyos líderes insanamente siguen autonombrándose, los únicos salvadores.
En los últimos años, el oriente mundial especialmente, ha sido sacudido con explosiones de violencia armada, xenofobia, etnocidio, genocidio, asesinatos, violaciones, racismo, etc. en nombre de la fe y de la moral social. Estos episodios han destruido la esperanza mundial de una vida en paz y mayor tolerancia que suponía se alcanzaría con niveles de vida más elevados.
Nada de todo lo anterior sucedió, y se produjeron acontecimientos, unas veces con razones sin fe y otras con fe, pero sin razones; estallando la paranoia que se vive en el mundo actual.
Ante este fracaso de la esperanza secular, la Esperanza religiosa reivindica una vez más la Esperanza Cristiana, fundada en Cristo, el Dios con rostro humano y que ha amado a la humanidad hasta la muerte.
La Esperanza Cristiana, virtud teologal, es la búsqueda y la confianza de conseguir la vida eterna en Dios, por cada ser humano; mediante la plena confianza en las promesas de Jesús y realizando las buenas obras en la vida terrena como hijos de Dios.
En la Teología Cristiana, la Fe, Esperanza y Caridad son virtudes infundidas por Dios en los seres humanos y conforman una unidad indisoluble. La práctica de estas virtudes son la garantía de la acción del Espíritu Santo en el accionar humano.
Esperanzas Terrenas y Esperanzas Humanas.
Con frecuencia contínua, se escucha una manida frase » la esperanza es lo último que se pierde» y se la repite como un consuelo para continuar deambulando sin complicaciones, inquietudes de conciencia o esperar que suceda algo sin o con poco esfuerzo y voluntad. Es la postura que confunde la Esperanza con la comodidad. Pareciera que en el fondo, no hay ansias de conseguir un verdadero bien, ni espiritual, ni material legítimo; sino el esquivar lo que podría alterar la tranquilidad –aparente– de una existencia mediocre.
Con un alma tímida, encogida, perezosa, el Ser Humano se llena de sutiles egoísmos y se conforma con que los días, los años, transcurran, con aspiraciones que no exijan esfuerzos, sin zozobras de la pelea. Lo importante es evitar el riesgo de malos momentos, del esfuerzo y de los contrastes. Con esta conducta, es fácil darse cuenta que se está lejos de obtener algo, si no se muestra el deseo de poseerlo, sin el temor a las exigencias que su conquista importa.
Existen también quienes dibujan a la Esperanza como una vana ilusión, un sueño utópico, un consuelo ante la vida difícil como una veleidad que a nada conduce y solo queda conformarse con la realidad adversa.
La concepción trágica de la vida como el existencialismo o vitalismo ateos condujo a la angustia y desesperación a Heidegger, Nietzsche, Hegel y Sartre. Nietzsche, llamaba a la Esperanza, la «virtud de los débiles» que hace del cristiano un ser inútil, un segregado, un resignado, un extraño al progreso del mundo.
También afirmaba que la Esperanza Cristiana es «alienación» y que mantiene a sus creyentes al margen de la lucha por la promoción humana. En el plano antropológico y ético, la metafísica de Heidegger, ve a la existencia como una filosofía de desesperación y angustia. No cabe actitud alguna de esperanza y optimismo ante la vida, si la experiencia humana, la que descubre la dimensión de finitud y temporalidad de la existencia, da la conciencia del verdadero ser, que emerge de la nada y se pierde en la nada.
En contrario, El Concilio Vaticano II ha declarado que el hombre, es participe de la tarea de edificar el mundo. Está comprometido con ello, con una obligación exigente porque es un mundo de Esperanza de vida eterna para el ser humano y sus descendientes» (Gaudium et spes núm. 34, 39 y 57, así como el Mensaje al mundo de los Padres Conciliares, del 20 octubre 1962).
En su tiempo, a la filosofía de la angustia y la desesperación, empeñada en cerrar la existencia humana en sí: misma, sin apertura a Dios como fuente del ser y de la esperanza, se había opuesto Santo Tomás, desde el mismo plano metafísico: «No es verdad que el movimiento propio de un ser que procede de la nada se dirige a la nada. La dirección hacia la nada no es el movimiento propio de la naturaleza, la cual siempre se dirige al bien, que es el ser; la dirección hacia la nada se presenta precisamente por la falta de ese movimiento propio» Ser criatura significa, sin duda, «estar sosteniéndose dentro de la naturaleza».
Por otro lado, abundan los temerosos, hombres rectos, impulsados por un noble ideal, pero carentes del fin sobrenatural. Solo por filantropía, afrontan privaciones, desgastes generosos, apoyan y ayudan en los sufrimientos y en el servicio a los otros. Son dignos de respeto y admiración, pero la inexistencia del objetivo que es la vida eterna en Dios, aleja y desvirtúa la esperanza cristiana.
En esta misma línea de ayuda al prójimo, hay quienes la adoptan con fines personales y motivaciones ocultas, como la vanidad individual, con el objetivo de promocionarse a sí mismos y utilizar estas acciones como demostraciones de autovaloración personal. Esta falsa actitud ya fue mencionada. Eclesiastés II.11 afirma:» he contemplado todo cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve, y vi que todo era vanidad y apacentarse de viento, y que no hay provecho alguno debajo del sol.» Las iniciativas terrenas se abren a la auténtica Esperanza, cuando son consideradas metas temporales en el camino hacia Dios, al encuentro con Él. La iniciativa se ilumina con luz perenne, que aleja las tinieblas de las desilusiones, pero si se transforman los proyectos terrenos temporales, en metas absolutas, cancelando el horizonte de la vida eterna en Dios y el fin para el que hemos sido creados –amar y alabar al Señor, y poseerle después en el Cielo–, así sean los más brillantes intentos, se tornan en traiciones, e incluso en vehículo para envilecer a las criaturas. Es trágico para el hombre, falsificar la verdadera Esperanza, que es Dios, por otras terrenas. La falsa promesa, la esperanza engañada es una conducta corrupta engañosa.
En reciente catequesis el Papa Francisco ha abordado un tema que es muy común, sobre todo en Latino América. La de los falsos ídolos. El hombre está continuamente tentado a poner su confianza en ellos haciéndolos depositarios de su confianza y esperanza. La cultura y la tradición juegan un papel importante en la mente de las personas.
Ante circunstancias y necesidades primarias de la vida, el ser humano recurre al llamado «pensamiento positivo». Este es la creencia que aquí en la vida, se satisface plena y definitivamente las necesidades, con certezas, seguridades y afirmaciones, diferentes, palpables, tangibles, concretas y visibles. Intenta aliviar sus preocupaciones, interrogantes, males, etc., recurriendo a otras alternativas de esperanza recibidas, heredadas, aconsejadas, etc. Ante la dualidad, adopta posiciones cómodas: «Yo creo en Dios pero la situación pide certezas concretas»; o: «.. hay que respetar también a los otros dioses…». El hombre gusta de los ídolos, a quienes ve como gravitantes; o a sus «enviados o médiums», que se comunican con ellos. «Ir al vidente que lee las cartas; al adivino que averigua nuestra suerte y futuro» es una posibilidad que en la sociedad cuentan en serio.
Ellos son los ídolos. Venden falsas esperanzas y son aceptadas. Sus resultados por mas equivocados o falsos que sean, no reducen la credibilidad que tienen. En cualquier otro episodio futuro, volverán a tentar su intervención. Mientras que de la esperanza, de esa, que ha traído Jesucristo gratuitamente dando la vida por nosotros… de ésa, a veces, no nos confiamos tanto».. «El hombre, al buscar seguridades tangibles y concretas, cae en la tentación de las consolaciones efímeras, como el dinero, alianza con los potentes, mundanidad, falsas ideologías, que parecen colmar el vacío de soledad y mitigan el cansancio de creer». Estas veleidades constituyen el peligro y distraen la Fe y Esperanza de tal manera que el sujeto adquiere desinterés por el futuro y se concentra solamente en el ídolo.
SS. Francisco, afirma que es una esperanza falsa, ya advertida por la Sagrada Escritura, que desenmascara su inutilidad y demuestra su insensatez». El salmo 115 «advierte que quien pone la esperanza en ellos termina siendo como ellos, imágenes vacías con manos que no tocan, pies que no caminan, boca que no puede hablar». En cambio, «confiando en el Señor, nos volvemos como Él, y su bendición nos transforma en hijos suyos. La esperanza en Él nos hace entrar en el campo de acción de su recuerdo, de su memoria, que nos bendice y nos salva. En este Dios nosotros tenemos esperanza, y este Dios, que no es un ídolo ¡no desilusiona jamás!».
También, se encuentra discrepancias con otras religiones cristianas. Una expresa que solo se necesita la Fe para salvarse. No es necesario las buenas obras; ni son necesarias la Esperanza y la Caridad. Admite solo la virtud teologal de la Fe.
Otra, afirma que el Ser humano está predestinado por Dios. Con buenas o malas obras en la vida terrena, la predestinación absoluta dispuesta por Dios, marca el destino del hombre.
El Constructor