Si el bien afecta a la conducta moral del hombre y la utilidad a su interés, como la cultura a la inteligencia, no cabe duda que la deficiencia de cualquiera de una de ellas, produce un trastorno en la vida humana. ¿Cómo exigir desinterés a aquél que no ha conocido utilidad, ni cultura a aquél que murió en el analfabetismo, ni moralidad a aquél que sufrió injuria sin piedad?. Los buenos, los santos, los sabios y los héroes con la excepción, porque ni la injusticia de la fortuna, ni la ingratitud de la vida, ni el calvario de la virtud bastan para desorientarlos, ya que su moral encierra la salud y la dicha del alma y sirve por sí sola de recompensa. En ellos lo ético y lo estético o sea el bien y la belleza se confunden, porque son tan sólo fases de los más altos valores humanos. Cuando una pincelada, una melodía, un verso o un acto de la vida despierta nuestra fantasía con una carga de emociones, nace, no hay duda, la dicha de lo ético y el placer contemplativo de lo estético.
La dicha y el placer de Diógenes es tocar su alforja, símbolo de mendicidad y marcharse por los caminos, deteniéndose en las encrucijadas para enseñar a los hombres las renuncias de todas las necesidades, recibiendo en pago de sus enseñanzas un trozo de pan o un puñado de habas fritas.
Para Diógenes la idea de belleza se transforma en idea de bien, porque el bien no es otra cosa que la belleza ética.
Sócrates, acaba de ser condenado a muerte, y con una tranquilidad de ánimo asombrosa entre momentos tan trágicos para él dirige al tribunal sentenciador estas palabras:»Sin embargo, tengo que dirigiros una súplica: Castigad, ¡oh varones!, a mis hijos, luego que lleguen a la pubertad, amonestándolos del mismo modo que yo a vosotros, si os pareciese, que se cuidaban mas de las riquezas que de la virtud; y si presumieren ser algo, no siéndolo, reprendedles, porque no se cuiden de lo que deben, y piensan que son algo no siendo de ningún mérito. Si esto hicieses, mis hijos y yo habremos recibido lo que es justo. Pero ya es hora de marchar yo para morir y vosotros para vivir, Quienes de nosotros vayan a mejor destino es cosa desconocida para todos menos para Dios».
¿Pero esta fortaleza de ánimo la da el sabio, el bueno, el santo, el héroe, porque no sufren?. Problema eterno es éste, que se ha planteado en la conciencia del filósofo, del poeta, del moralista de todas las épocas, y que yo nada puedo añadir, sino transcribir lo expuesto por ellos.
Nadie escapa del dolor y del sufrimiento humano. ¿Acaso Jesús no lloró ante la tumba de Lázaro? ¿No sufrió Marco Aurelio entre su hijo en quien ya despertaba el monstruo y su mujer Faustina a la que él amaba y que no lo amó a él? ¿Por ventura Pablo Emilio, no gimió bajo la mano del destino, cuando el mayor de sus hijos murió cinco días antes de su triunfo en Roma, y el segundo, tres días después? ¿Ernesto Renán no recibió un golpe fatal ante la muerte de su hermana Enriqueta? ¿Al perder su idolatrada Beatriz, al Dante dejó de amargarle tal desgracia? ¿El propio Sócrates no exclamó ante el tribunal sentenciador: ¡No hay hijo de piedra, sino de persona!, dando a entender que sufrió el dolor de la injusticia? Y Cristo clavado en la cruz y coronado de espinas, no dice:¡Padre mió, pérdonalos que no saben lo que hacen? No se trata de evitar el dolor porque es imposible, sino de la manera de aceptarlo y de reaccionar ante él. La felicidad o la desgracia, aunque llegue de fuera, sólo existen en nosotros mismos.
En el alma donde se oculta lo bueno y lo malo, la dicho o la desdicha de nuestra vida, A Pablo Emilio acoge el mayor dolor que puede herir a un hombre en el instante en que es más sensible el sufrimiento, es decir, en el momento de su mayor dicha. Más él lo recibe con serenidad estoica. Vedle: Pablo Emilio avanza hasta el pueblo romano al que ha convocado. Está serio y habla así:
«Nunca he temido nada de lo que viene de los hombre, pero entre las cosas divinas, lo que más temí siempre fué la extrema inconstancia de la suerte y la inagotable variedad de sus golpes; sobre todo durante esta guerra, en la cual favorecía, como viento propicio, todas mis empresas. Sin cesar, en efecto, esperaba verla derribar mi dicha y levantar alguna tempestad. Si, en un solo día atravesé el mar Jónico y llegué en cinco días a Delfos donde ofrecí un sacrificio a Apolo. Cinco días más y llegábamos a Macedonia con mi ejército. En el acto comencé mis operaciones militares y quince días después había terminado esta guerra con la victoria más gloriosa. Esta rápida corriente de prosperidad me inspiraba justa desconfianza haca la suerte. Muy tranquilo respecto de los enemigos, era en la travesía de regreso, en la que yo temía la inconstancia de la diosa, cuando traía un ejército tan felizmente victorioso y despojos inmensos y reyes cautivos. Llegado sin ningún accidente a vuestro lado, y al ver a la ciudad en la alegría en fiestas y sacrificios, no dejé por ello de desconfiar de la suerte; porque sabía que no había ninguno de sus favores para nosotros que no esté sin mezcla, y que la envidia no acompañe siempre a los grandes triunfos. Mi alma llena de dolorosa inquietud, y con miedo por lo que el porvenir reservaba a Roma, no se libertó de sus temores no hasta el momento en que ví mi casa parecer por el terrible naufragio, en el cual necesité en días sagrados, sepultar con mis propias manos, uno tras otro a dos hijos de tan hermosas esperanzas, los únicos que había conservado como herederos míos. Heme aquí ahora, a cubierta de los grandes peligros, y tengo firme confianza en que vuestra prosperidad resista, sólida y duradera. La suerte se ha vengado bastante de mis triunfos con los males que ha derramado sobre mí. Ha hecho ver, tanto en el triunfador como en el cautivo, un ejemplo vivísimo de la fragilidad humana; con esta diferencia, sin embargo; que Perseo, vencido tiene todavía a sus hijos, y que Pablo Emilio, vencedor ha perdido a los suyos».
Es precisamente el dolor el que nos obliga a hacer examen de conciencia juzgándonos a nosotros mismos y pidiéndonos cuenta de nuestra vida pasada. tal haya sido la vida, tal serán los efectos del dolor, castigo o recompensa. En su huella conoceremos la grandeza o mezquindad del alma. Hay tantas maneras de recibir el sufrimiento como días y sentimientos generosos existan en el corazón humano.
Atendida a la grandeza de espíritu de Marco Aurelio y ante su alto modo de sentir nos repetía: «Si ya no es posible amar a los que amaba sobre todas las cosas, es sin duda por enseñarme a amar a los que no amaba todavía». Y Job, nos habría dicho:
¡Bendito sea el nombre de Dios! Recordemos para no olvidar: toda vida interior empieza no tanto en el momento en que la inteligencia se desarrolla sino en el instante en que el alma se hace buena. Cuando perdemos a un amigo o a un ser querido, lo que nos hace brotar lágrimas que nos alivian, es el recuerdo de los momentos que no le amamos lo bastante en sus instantes de dolor. Pro si fué amado con intensidad, las lágrimas derramadas no son deprimentes sino bienhechoras. Este es el divino cantar de los que desean la luz de su triple afecto de verdad, bondad y belleza, bajo el templo del amor…
Por: Roberto Sáenz Arredondo