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EL YO INTERIOR

Existe un momento en el cual todo ruido o sonido por muy estrepitoso o escandaloso va quedando en un plano alejado a uno. De manera gradual esa fracción de segundo en la cual uno se encuentra realizando una acción se transforma en pausa eterna. Ahí el tiempo pierde por completo todo sentido. El que nuestro ser físico se encuentre realizando una acción resulta banal.

En esa perene fracción de tiempo, en esa pequeñísima y casi imperceptible parte de ese instante eterno, desaparece de nuestra “realidad” todo apego. Aquel afán, casi instintivo, que nos mueve a sostener el cuerpo físico que nos aloja simplemente desaparece.

Los pasos que damos, la conversación que estamos sosteniendo o la labor que estamos desarrollando se anulan y desaparecen para someterse irreversiblemente y poco a poco al silencio. Solamente ese momento de quietud total permite conectar nuestros pensamientos y sentimientos con nuestros corazones, solamente ese momento permite enlazar nuestro interior y nuestra conciencia con nuestra intuición, solamente en ese momento encontramos el pequeño sitio en el cual se enlazan nuestro raciocinio, nuestros anhelos, nuestras verdad

Aquel llamado interno, esa esencia que se encuentra dentro de uno moldea nuestros pensamientos para reflejarse inevitablemente en la creación de cada acto de vida, nuestras obras son reflejo de nuestros actos, nuestros actos son el reflejo de lo que somos y somos lo que nuestro ser permite mostrar del yo interior.

En la vida profana se habla mucho sobre el tema y muchas escuelas iniciáticas hacen también énfasis en nuestro ser real, nuestro ser verdadero. Para Masonería, quizás el primer contacto con nuestro yo interior se presenta en la cámara de reflexiones a momento de nuestra iniciación. Descendemos a lo profundo de la tierra con el fin de penetrar hacia el interior de nuestro ser. Solamente dentro del silencio nos hacemos conscientes de cuanto debemos rectificar logrando comprender qué debemos enmendar para encontrar el camino hacia la luz para llegar a ese lugar oculto en nuestro interior.

Ese silencio imperturbable ahoga todo pensamiento y permite desvanecer “las fatuidades humanas”, permite concentrarnos en nuestra conciencia, destruir los apegos, evaluar nuestros actos, haciendo que “nuestro juicio descanse sobre la verdad”. Solamente de esa manera se aspira a lograr inteligencias esclarecidas, sentimientos ennoblecidos y voluntades intrépidas, pues aquel que quiere encontrar ese sitio y oír aquella voz, aquel sonido insonoro y comprender, debe aprender la naturaleza del ser superior.

Existe al interior de cada ser humano toda la sabiduría, toda la comprensión y toda esa fuerza creadora de vida, generadora de luz que hizo en cada individuo en particular un ser consciente a través de su subconsciente. Pero qué capacidad tiene un individuo de comprender su existencia, sus emociones, sus estados y por ende sus actos. Tenemos pues como seres únicos sobre este planeta capacidad de reconocer esos atributos esenciales y particulares.

La ciencia nos ayuda a explicar como todas nuestras experiencias espirituales o mejor llamadas “experiencias supra límbicas” se estimulan cuando se hiperactivan estructuras cerebrales pertenecientes al sistema límbico o cerebro emocional. Procesos neuroquímicos dan pie a que toda nuestra experiencia “ultrasensorial” se manifieste cuando ponemos en la balanza nuestros actos, nuestros pensamientos, nuestras vivencias.

Somos individuos que respondemos a procesos químicos y no por ello lo que sentimos y lo que evocamos como sagrado adolece de importancia o realidad, es más bien todo lo contrario ya que lo que se hace evidente para nuestro ser físico se encuentra conexo con aquella pequeña parte de nuestro organismo pero infinita sabiduría del universo (allí donde se encuentran todas las respuestas a nuestras interrogantes, en nuestro interior). ¿Cómo sino podríamos explicar el amor hacia nuestros seres amados? Por ejemplo.

Cada uno de nosotros examina y reconoce en determinado momento de su vida las diferentes vivencias, experiencias, aciertos y desaciertos. Como consecuencia se aprende, se interrelaciona y se llega a conclusiones que gradualmente se van haciendo más profundas a medida que la experiencia se nutre en un flujo de información casi infinito.

Aspiramos a perfeccionar nuestras experiencias incompletas, a desarrollar nuestras facultades imperfectas. La injusticia que cometimos contra otro ser nos aparece como un problema que trajimos y sentimos la necesidad de encontrar el momento futuro para corregir ese agravio, por lo que se requiere reparar el mal que hemos hecho.

El hombre es muchos más que su cuerpo físico, sin embargo, nuestro cuerpo material es nuestro vehículo de expresión y posee una serie de fuerzas que no conocemos a cabalidad a través de sus manifestaciones sobre nosotros mismos; Poseemos una mente cuyos límites y potencialidades conocemos en parte también, pues muchas de sus decisiones, conclusiones o conjeturas están fuertemente influenciadas por nuestras fuerzas instintivas, por el ego que nuestra idiosincrasia y la sociedad en que vivimos han formado; poseemos una consciencia que se siente viva en el momento que es activa en su percepción, por ello en sus incesantes esfuerzos por conservar su existencia o mejor dicho nuestra existencia, experimentamos el universo que nos rodea en nosotros mismos. Objeto y Sujeto se vuelven uno pues el observador se observa a sí mismo en lo observado.

Cada uno de nosotros se prepara solamente para sí mismo, lo que implica sobrellevar alegrías y tristezas. Cada uno elaboró ​sus propias causas que determinan la felicidad o la miseria en la vida a llevar.

Dios para el hombre es su propio ideal a ser: el Hombre-Dios, el Súper-Hombre, El Hombre-Perfecto, porque la divinidad es perfección y la evolución tiene como objetivo llegar a esa perfección.

He tenido conversaciones sumamente provechosas y constructivas con algunos hermanos al respecto y si bien acepto que somos personas hechas con muchas virtudes, tenemos también  un cúmulo de defectos y si bien nuestros moldes ya fueron definidos hace tiempo considero que tenemos, en masonería, una oportunidad para ser mejores.

Se ha visto a la piedra bruta y sabemos la calidad de esa piedra. Al iniciar el sendero de la francmasonería no comprendemos nuestra presencia en este templo, pero los que nos anteceden han visto en los nuevos eslabones que el trabajo dirigido y consciente logrará una cadena cada vez más fuerte.

La perfección se inicia en la imperfección, reconociendo lo que somos, trabajando con el conocimiento de uno mismo y encontrando el sentido de nuestra existencia pues para encaminar nuestros actos hacia ese objetivo, el compañero Masón debe conocerse en plenitud con todos sus recursos, facultades, capacidades y potencialidades, como reconocer todas aquellas falencias, distorsiones y errores.  Es labor del hermano compañero el trabajo duro para abanderar la verdad, cuestionando cada momento para mejorar sus virtudes y no caer en el error para lograr encontrar en su conciencia a mayor su fortaleza.

El hombre es imperfecto pero perfectible, ardua labor tenemos todos y cada uno de nosotros, queridos hermanos, ya que lograr mirarse al espejo, observarse con determinación y encontrar imperfecciones para corregirlas es sin duda una labor difícil que solo el trabajo bien dirigido permite lograr.

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