En cada instante en que un hombre amante de la paz toma un periódico o de algún modo se informa del acontecer mundial, en ese preciso instante irremisiblemente llega hasta él, una profunda sensación de intimo dolor, tal como si su espíritu diera un mudo gemido de humano dolor. Un mundo, su mundo se retuerce en guerras y asesinatos, injusticias y desamores, en general en acciones que parecen haber brotado de la esencia misma de la sinrazón. Escapa esto a un concepto pesimista y oscuro de la realidad, es más bien un mero examen de la información disponible a la vez que un producto de la individual conciencia, basada en lo que como seres humanos somos capaces de percibir.
De todo rincón del mundo, las noticias comunican grandes tensiones políticas guerras que solo se explican al entenderlas como decisiones de entes deshumanizados e irracionales, mas nunca de hombres y mucho menos de estadistas.
Dictaduras despóticas que hacen de la fuerza su razón, democracias que se derrumban ante el impotente gemido de dolor del hombre que ha luchado por siglos y siglos para darse al fin un sistema de vida que cuando menos, es mejorable. Toda la historia de este hombre es un continuo luchar contra sistemas que pretenden ahogar esa sed de libertad consciente y creadora, que tanto beneficio ha aportado y que es tan inherente al hombre. Hoy más que nunca traficantes con fuerzas asfixiantes y destructoras pretenden coronarse en el imperio de la tierra y hoy más que en cualquier momento de nuestra historia, parecen tener un poder avasallador. Esto tal vez debido a que nunca esa fuerza tuvo arraigos tan grandes dentro del mismo hombre.
¿Pero, qué sucede en nuestro mundo?, ¿acaso ha triunfado el caos sobre el orden y la sabiduría? y en otro orden de reflexiones: ¿palpamos o estamos totalmente conscientes de la absoluta realidad de nuestro mundo? ¿es permitido que la información nos proporcione lo fidedigno o se nos informa lo apropiado? ¿Podemos además pensar, ocultamente en nuestro interior que los problemas que preocupan a la humanidad, se solucionarán irremediablemente?
¡Qué difícil es contestar estas interrogantes!
Hemos llegado a un mundo que se nos ha formado al calor de una nueva luz cultural, en donde la ciencia juega un rol preponderante. Así es como la historia de nuestra civilización tiene un momento vital para entender nuestro presente, por la profunda proyección que ha tenido en el mismo. Nos referimos al renacimiento, en efecto, la cultura occidental sufre una profunda transformación a contar de tal período, cambio que afecta en una parte muy importante de la misma: el hombre. Hombre este, que hasta el advenimiento del Renacimiento contempla, su pasado y su presente dentro de un marco deísta en el que el individuo poseía alguna razón de ser, solo en la medida en que fuera un instrumento de la divinidad. Por tanto, no era dueño de su destino sino tan solo el producto de los antojadizos hilos divinos que en última instancia dirigían su acción y por cierto que también sus pensamientos
Ya sabemos lo acontecido posteriormente. La sustitución de la fe por la razón toca a su nacimiento y vemos ahora un hombre que se siente forjador y artífice de su propio destino, libre para decidir por sí y para sí la problemática de su propia existencia. Las nuevas ideas han nacido y se han propagado con vertiginosa rapidez, el dominio dogmático había preparado para que esta nueva semilla cobrara vida con estrepitosa fuerza.
En este nuevo hombre, liberado y racionalizado, nada hay que se aleje, incluso, de nuestros ideales iniciáticos. Vemos a este hombre buscar su propia luz, forjar su piedra bruta mazo y cincel en mano, obra de mentes libres e iluminadas que imaginaron un mejor futuro para la humanidad puesta ésta en manos no dogmáticas, de hombres capaces de crear y libres de absurdos temores. Se ha producido el cambio de los castigos del infierno, por la condena y censura de la conciencia, de los premios del cielo por la satisfacción de cumplir como hombre de bien. Un porvenir se deja ver en el futuro de la humanidad que justifica el esfuerzo de los espíritus libres de la época, por dar un sentido nuevo a la vida del hombre que se encuentra sumido en una ciega oscuridad. Al fin desaparecerán los abusos de religiones intolerantes, vendrá el progreso como producto de nuevas mentes no sometidas, en fin, la razón hará que el hombre cree un nuevo mundo, una nueva y mejor sociedad.
¿Qué ha sucedido entonces, para que aquellos que fueron en un pasado no muy remoto, portaestandartes de la fe y de dogmas revelados puedan ahora levantar la voz y avisar al mundo la mala senda escogida por el hombre?
¿Ha de volver entonces el hombre común a refugiarse en las religiones que hicieron de él, no hace mucho, un fanático creyente que mataba y luchaba en nombre de un Dios? Esto, aunque increíble pero real está ocurriendo y es motivo de muchas preocupaciones en grandes y desarrolladas naciones. Por doquier aparecen sectas y grupos religiosos que atraen hasta sus devoradores brazos a cientos y miles de personas llevándolos en algunos casos hasta su auto-exterminio.
La enfermedad tuvo un nombre en épocas pasadas y hoy ha tomado otros. Pero he aquí el mismo fanatismo, los mismos crímenes en pos de otros dioses, las mismas guerras solo que con armas más poderosas.
Parece ser que la razón no ha bastado por si sola para solucionar el problema de la humanidad. Verdad es que tenemos una ciencia que ha liberado al hombre de grandes calamidades, pero verdad es también que esta ciencia en manos de nuestros contemporáneos ha deparado grandes sufrimientos, y si aún no lo vemos pensemos en la desintegración del átomo a modo de ejemplo. Cabe señalar que los mismos científicos que aportaron las bases de esta rama de la ciencia, hoy dictan conferencias angustiosas en el mundo hacer ver a la humanidad los terribles peligros que puede significar el mal uso de este poder. Cuanto vigor cobran en este instante las palabras de nuestro hermano Oswald Wirth cuando dice que el hombre verdaderamente libre no debe ser esclavo de nada, ni siquiera de una lógica llevada al extremo.
Sabemos que el hombre posee una diferencia fundamental con toda otra especie animal, siendo esta la de pretender contestar interrogantes que el mismo se plantea. En lo más íntimo de nuestro ser llevamos oculto al filósofo que mira y admira su contorno buscando una explicación que satisfaga nuestra insaciable sed de aprender.
En amaneceres remotos de nuestra civilización el hombre sintió la necesidad de agruparse con sus iguales como respuesta a la hostilidad que lo rodeaba, comenzó a vivir en comunidades que lentamente fueron tornándose en organizadas. Así paulatinamente, comenzó este hombre a sentir que nacía entre él y sus congéneres una serie de acciones y relaciones que vinculaban su individualidad al grupo. De estas y aquellas fueron lentamente surgiendo normas de conductas, destinadas a lograr la estabilidad de la comunidad, de modo tal que cada individuo fuese la unidad ordenada que justificase y a la vez protegiera la existencia colectiva. Nacía de esta forma la cultura comunitaria, conteniendo en si misma todo lo que este ser creaba o transformaba en su medio ambiente. El hombre en su proceso formativo, socialmente hablando, va adquiriendo debido a la necesidad que prima en él por formar parte de un grupo e identificarse con el mismo, toda esta serie de componentes culturales. Es así como se va culturizando, produciéndose entre él y su exterior el proceso de endoculturización, es decir, la penetración de todo el material cultural hasta su interior. Es de explicarse entonces la gran influencia del medio en cada ser. Probablemente en la observación de esta realidad se basan las palabras de Ralph Emerson cuando dice: «los hombres se parecen a sus contemporáneos aún más que a sus progenitores».
Ciertamente es la sociedad la que prioritariamente socializa efectuando el proceso de endoculturización en el individuo, entregándole los elementos que determinarán en última instancia la respuesta de éste a su contorno.
Con todos estos elementos que creo son suficientes para poder explicar los conceptos de endoculturización, vemos claramente levantarse las banderas de una nueva teoría que exalta por sobre todas las cosas la teoría del poder casi omnipotente de la razón.
¿Estamos como iniciados, de acuerdo con calificar a la razón como un elemento humano de tal poder? ¿Podemos afirmar que la razón, por si sola, puede determinar los medios y fines que habrá de utilizar la humanidad para proseguir su desarrollo? La respuesta como iniciados, seguro estoy que será un no rotundo, pues bien sabemos que la razón desprendida y ajena del amor a nuestros semejantes solo es capaz de formar sistemas cerrados, incapaces de ver en el hombre algo más que un ser pensante. ¡Hombre integral! Hombre que es suma de virtudes tan queridas por los hombres de paz. Hombre que es suma de fraternidad, tolerancia, inteligencia, fuerza, belleza y por sobre todo caridad o amor a la humanidad. ¿Puede consultársele a la razón el destino de un hombre, sin consultársele a todas estas demás virtudes? La respuesta continúa siendo negativa.
A las puertas de nuestros templos tenemos un mundo de avanzada ciencia, estamos en la era en que el hombre hurga en el espacio y va en la aventura maravillosa de la busca de lo desconocido, como si para él no hubiera fronteras en la naturaleza. Pero, ¿no es tal vez, el mayor desafío, para el ser humano, en su propio mundo? Todo parece indicarnos que es así, pues aun no dejamos de ver lugares en nuestro planeta en los que hay hambre, donde subsisten todavía miserables guerras que son vergüenza para toda la raza humana y donde se derrochan recursos que podrían aliviar grandes dolores. El hombre se ha vuelto cruelmente materialista: es lo que posee y mientras más posee más se autoconsidera. Peor aún es que el sistema lo requiere de tal modo, el sistema basa su funcionamiento en un hombre eminentemente materialista. Es tal como si faltase algo en la formación de este hombre, que le impele hacia el ciego egoísmo desprovisto de ideales superiores.
¿Será tal vez acaso la excesiva especialización en la formación de cada individuo, lo que impide entregarle algo más que lo relacionado con su específica labor? ¿No es tiempo ya, de incluir en aquella formación que se brinda fuera de la familia los elementos necesarios para lograr un individuo humanísticamente más refinado? En este dilema es que se nos viene la palabra Trabajo. Trabajo para edificar una mejor humanidad, trabajo para sembrar en cada profano la semilla del humanismo que a todo masón impregna, trabajo porque creemos en la capacidad del hombre para superar cada crisis que se le presenta, trabajo para justificar nuestra iniciativa existencia, pues sin él, solo podremos ser vanos pensadores, recluidos en el interior de nuestros templos ajenos a nuestra realidad. Trabajo, además, para poder penetrar en nuestro propio interior y más trabajo aún para poder salir de él. El esoterismo de nada sirve cuando se olvida que su finalidad es la creación concreta y real de un Templo lo suficientemente grande y bello, fuerte y sabio, que sea capaz de cobijar a la humanidad toda. La Gran Obra que nos vienen indicando desde tiempos inmemoriales los altos maestros, ha de ser nuestra finalidad, no una quimera sino un desafío que ha llegado la hora de cumplir.
Quien sino el masón, es el hombre capacitado para entregar una cultura distinta, más hermosa y mucho más completa a una humanidad que tanto la necesita.
Hemos de enseñar a cada profano a ver dentro de sí, lo que nosotros vemos cada vez que trabajamos en nuestros templos. Golpeemos a la puerta de cada hombre y una vez que nos haya abierto, sembremos en su morada aquel fuego sagrado que nosotros conocemos, el hombre actual está sintiendo un vacío en su interior, no debemos permitir que ese vacío sea colmado con más egoísmo, sabemos que no podemos pretender hacer de cada profano un masón, como no podemos pretender hacer de cada flor un jardín pero lo que si podemos realizar es la siembra de ciertas y escogidas semillas que a su tiempo darán flores que perfumarán el ambiente que respiren las futuras generaciones.
«No son las malas hierbas las que ahogan la buena semilla, sino la negligencia del jardinero«.
Confucio
Salgamos al mundo a justificar nuestros mandiles con trabajo, para así podernos llamarnos a nosotros mismos masones. Salgamos de nuestros templos después de habernos preparado con ahínco, e iluminemos el cielo de los otros para que nuestro mundo sea cada día mejor. El masón no es un hombre como cualquiera, carga en sus hombros con orgullo, la responsabilidad de haberse visto reflejado en el espejo de las grandes verdades, donde todo se desnuda y deja a la vista la esencia de las cosas y de los seres, se ha visto a sí mismo, y una vez sucedido esto no puede renunciar a su compromiso volviendo a cerrar sus ojos. Es el portador de una misión de gran trascendencia para el futuro de la humanidad.
He aquí la gran tarea de todo masón: trabajar abnegadamente para contar con un hombre libre y dispuesto a trabajar por ideales superiores, con una estructura de ideas que constituyan a un hombre con unidad y coherencia de pensamiento y acción, finalmente la valorización justa y equilibrada de la ciencia para hacer de la naturaleza un instrumento de paz y progreso y jamás un arma que pueda volverse contra el mismo hombre.
Por: Humberto González Atristain