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El ojo sagrado
Una de las hipótesis más fascinantes, sostenida durante milenios en la antigüedad e incluso contenida en textos de Ciencia Hermética y que hoy parece tomar cuerpo y explicación en algunas de las más avanzadas investigaciones parasicológicas, es la del “tercer ojo”, órgano ignorado por científicos y profanos, pero existente en el cuerpo humano, más o menos camuflado dentro de la gran maraña de tejidos cerebrales cuyas verdaderas funciones no se conocen suficientemente bien.
Este Tercer Ojo estaría atrofiado, dormido o por desarrollar en la mayoría de nosotros. De forma que, aunque examinando el cuerpo de un hombre o mujer se diera con dicho órgano de “visión”, a nadie se le ocurrirá identificarlo como tal. Sólo así es posible que este Tercer Ojo exista y haya existido siempre, ya que de haber sido descubierto y conocida su función no estaríamos ahora tratando de desentrañar el misterio.
En Egipto, el ojo sagrado de Osiris se encuentra, a veces, en escenas iniciáticas como un triple ojo, símbolo de la trinidad ocultista del dios Thot, y que concedía la visión directa de cosas invisibles, como podían ser las reencarnaciones sucesivas del mismo individuo.
Sobre muchos sarcófagos así como en estatuas, la visión de lo “sobrenatural” se simboliza por una serpiente enrollada en espiral sobre la frente como el poder oculto que poseían los faraones (el “urus”) y otras jerarquías del estado. Los ojos de la serpiente cobra, falsos o verdaderos (en realidad un “sensor infrarrojo” que le permite orientarse hacia la presa por el calor que ésta emite) pero claramente dibujados como marcas blancas o negras en su caperuza y que le han merecido el apodo de cobra de “anteojos” son otros símbolos utilizados de la religión del Nilo. Y la realidad confirma este simbolismo, ya que de las doce especies de cobras existentes en la actualidad, la llamada “cobra egipcia” y algunas otras poseen estas características simuladoras de ojos en su caperuza expandida. Y de lo que no cabe duda es que los egipcios antiguos tomaron a la cobra como símbolo de la visión extrasensorial y sobrenatural. Existen numerosas teorías sobre la existencia de un Tercer Ojo en la especie humana en tiempos muy antiguos, o en planos de existencia distintos al nuestro… Este Tercer Ojo por alguna razón se atrofió en determinado momento (como ocurrió con otro órgano primitivo con su función perdida: el apéndice), se retrotrajo y escondió dentro del cráneo y vive adormecido en esta cavidad.
Algunos científicos creen entender que este Tercer Ojo podría volver a cumplir sus funciones antiguas y otros parecen demostrar que, al menos en algunos individuos, se ha podido conseguir reactivar esa visión. Estamos hablando, lógicamente, de la no menos famosa “glándula pineal”. Lo veremos todo ello por su orden; al fin y al cabo, los dos ojos que actualmente tenemos no son sino terminales nerviosas perfeccionadas y desarrolladas en un órgano de visión. Y de la misma manera que hoy existen dos, nada impide proponer, siquiera como hipótesis de trabajo, que en otro momento podrían haber existido tres.
El ojo adivinatorio
Por otra parte hay pruebas de que, en algún momento, han existido seres humanos con un solo ojo central, síntesis de los dos que naturalmente existen. Sea por error de la naturaleza, como en el caso de los monstruos, sea porque alguna raza pudo desarrollarse así (a despecho de un proceso de selección natural y supervivencia del más apto que conspiraría contra su perennidad, ya que con los dos ojos se estima mejor la distancia de una presa o un agresor que con un solo ojo), el caso es que esta realidad está ahí. En las islas Canarias, por ejemplo, se han hallado indicios de la existencia de unos seres extraños, con un solo ojo. Tal vez sean los herederos de los cíclopes, aquellos seres gigantescos y con un solo ojo que Homero cita en la Odisea como residentes en una isla, la misma que algunos han querido identificar con una de las Canarias, o restos de la sumergida Atlántida. Los científicos consideran hoy que todo mito y toda leyenda tienen un trasfondo de verdad y como en el caso de Troya, ciudad mítica hasta que en el siglo XIX fuera descubierta por el arqueólogo aficionado alemán Heinrich Schliemann, algunos quieren ver este mito de los cíclopes, hijos de Poseidón (el océano) y Anfitrina (la tierra) como otra realidad localizable en la geografía más allá de las Columnas de Hércules, lo que hoy llamamos estrecho de Gibraltar.
La Doctrina secreta, el popular libro de Helena Petrovna Blavatsky, ensu volumen tercero, “Las razas con tercer ojo”, revela tan curiosa como fantástica teoría sobre esta materia. Son hipótesis de teósofos y ocultistas fundamentadas en leyendas de la historia hindú, las mismas que reconociendo la existencia sucesiva de diversas razas humanas en la “cadena planetaria”, identifican a algunas de ellas, como la de los hermafroditas, con cualidades como tres ojos en la cabeza o cuatro brazos en el tronco. Dice textualmente: “… en ellos el Tercer Ojo, petrificándose gradualmente pronto desapareció, hundiéndose profundamente en la cabeza…”. Este Tercer Ojo, sin embargo, es un órgano de visión extrasensorial, no un mero tercer ojo para ver cosas físicas y contemporáneas, sino el ojo adivinatorio, telepático.
Y en busca del desarrollo del mismo, diversas culturas acometieron incluso la práctica de las trepanaciones craneanas, que desde el Paleolítico por lo menos ha practicado la humanidad en lugares muy diversos y distantes del universo de la historia, en el tiempo y la geografía. Muchos interpretan hoy que esas trepanaciones craneanas tenían como finalidad, además de la quirúrgica y senatoria, otra “mágica” mediante la cual se reactivaba ese TERCER Ojo petrificado del que hablaba la Doctrina Secreta. Actualmente, aún existen yoguis a los cuales se les ha practicado este tipo de trepanación. Y de cuyos conocimientos y utilización del Tercer Ojo dormido y activado cuesta mucho dudar. La vuelta del Tercer Ojo En los mamíferos y en el hombre la glándula pineal o epífisis está situada en el centro Geométrico del encéfalo y hasta ahora no se han descubierto sus funciones con una unanimidad que merezca el nombre de científica. Pero algunos biólogos están interesados en su estudio y todo lo obtenido hasta ahora parece orientar hacia que esta glándula, como traductor fotoendócrino, no ha sido suficientemente conocida. Se supone que, sin embargo, la glándula pineal tiene funciones o puede tenerlas de mayor envergadura, pero que por alguna causa desconocida se ha atrofiado o adormecido. Empero, algunos piensan que esta glándula puede ser reactivada mediante ciertos estímulos como la luz, y volver a ser lo que la naturaleza dispuso para ella. Se considera hoy en día la glándula pineal como un transductor neuroendócrino: traduce información recibida de unas células para trasladarlas a otras, pero podría volver a ser Tercer Ojo y de hecho se piensa que en algunos individuos no ha dejado de serlo, siempre que dicha utilidad fuese creada por el ambiente. Algunos piensan que tal reactivación de las funciones fotoendócrinas de la glándula pineal como Tercer Ojo no depende más que de una conveniente iluminación de dicha glándula, lo que podría conseguirse mediante la trepanación del cráneo, como parece que ya se vino haciendo en la antigüedad sobre ciertos y determinados individuos, posiblemente dentro de ceremonias iniciáticas. Ciertamente, con la ley de Shuskin, “… la apertura de una ventana craneal permitiría el paso de la luz hacia el encéfalo y podría inducir sobre los pineocitos en evolución el desarrollo de segmentos externos con polaridad fótica”. Pero de todo esto, un elemento parece altamente revelador: más allá de la credibilidad que el lector otorgue a las teorías esotéricas de esta glándula, es un hecho histórico que desde la más remota antigüedad se le llama “tercer ojo”, asignándole funciones ópticas. Ahora bien: si la neurología y la oftalmología son científicamente confiables desde tiempos solo recientes, si los antiguos eran tan ignorantemente supersticiosos y carentes de toda tecnología científica, ¿Cómo sabían entonces que en ciertos animales era un “fotorreceptor”?. ¿Cómo diferenciaban las células (si es que supieron de las mismas) sensibles a la luz de las que no lo son?. ¿Cómo sabían de las primitivas relaciones nerviosas entre las funciones corticales y la epífisis?