Hay dos leyendas asociadas al nudo. En la primera, Salomón, para proteger a su pueblo según mandato divino, sujeta tres grandes rocas con una soga y hace el «nudo de Salomón» para que no caigan. El nudo, pues, ata, y también protege y libera.
En la segunda leyenda, estando David en el lecho de muerte deja a su hijo y heredero Salomón un anillo para que le ayude en el futuro. Le aconseja que cuando esté en problemas, mire la inscripción del anillo, pero que cuando esté en lo más alto de su poder, mire la cara interna del objeto. Al cabo de unos años, estando Salomón en grandes aprietos en su reinado, se acordó de mirar el anillo. La inscripción decía: «Esto también pasará». Fue suficiente para recuperar su poder y confianza. Se inició un período de esplendor en su reino. El nudo, pues, indica el eterno ciclo de las cosas, que todo acaba y vuelve a comenzar.
El hecho de que este nudo de Salomón esté en la sala capitular no es casual. La sala capitular era el lugar donde los monjes trataban los temas del día a día del monasterio, se rememoraban temas de su religión y, públicamente, los monjes se autoculpaban o acusaban a otros de faltas cometidas. Les recordaba que nada es inamovible, que todo está sometido a un cambio incesante.