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EL NACIMIENTO DE JESÚS

ADVIENTO
Cuatro congregaciones esperaban el Advenimiento del Gran Misionero, a las cuales fuera revelado desde el mundo espiritual, el secreto del descenso del Cristo en un cuerpo físico. Ellas eran la fraternidad esenia esparcida en el Líbano, Samaria, Judea y Palestina; la del Templo-Escuela de las ciencias Divinas y la Escuela-Templo de la meditación en Arabia; aquella que correspondía al Templo de la Sabiduría en Persia y, finalmente, la Escuela de los misterios de la India.


La Anunciación se manifestaba como una brisa suave y perfumada que envolvía en un embelesamiento a María. La Luz radiante se fue revelando frente a ella. Sería la Copa elegida por la Ley Suprema para depositar en la materia que usaría “el Verbo de Dios”, en su gloriosa jornada mesiánica. Bajaba la Luminiscencia sobre ella, y el Amor penetraba profundamente en la servidora de la Luz, distinguida por el Altísimo para traer al mundo terrenal al Mesías, el Salvador.


NACIMIENTO
En esa noche Gloriosa, la onda de la armonía Divina venida del Cosmos, tutelaba la entrada de la Luz al plano físico; frecuencia radiante de Luminiscencia y de Gloria, que concurría sobre la tierra como bella cascada musical. Los seres humanos que presenciaban el advenimiento del Verbo de Dios, cayeron en trance por la fuerza de la vibración del Gran Espíritu que tomaba posesión de la materia para iniciar la vida terrestre.


El recién nacido Emanuel, “Dios entre nosotros”, se encontraba yacente en la blancura del lecho de María que, como madre, estaba aún empapada en las brumas radiantes del éxtasis místico. Había llegado el Avatar Divino que toma vestiduras humanas para poder participar de la vida y dolor humano. Era la plena unión hipostática de dos naturalezas: la humana y la Divina.

Jesús descendía del Linaje de Abraham, Jacob, Booz, David, Salomón y Zorobabel; sin embargo, Jesucristo al referirse al Linaje decía “¿Cómo puede el Mesías descender de David, si David mismo le llama Señor?”.


Había llegado Jesús, Redentor de nuestra Salvación, que había nacido para redimir a la humanidad. Cada vez que Jesucristo repite que es Hijo del Hombre, no es otra cosa que la consagración de la Divina maternidad. Si es hijo del hombre lo es por María que, en su santísimo vientre, nutre de la naturaleza humana para que se cumpla lo dicho en el Texto Sagrado: EL VERBO SE HIZO CARNE.

José Luis Alemán Gárate
PAST PRECEPTOR


Diciembre de 2019

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Categoría:
Templarios, KTP

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