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El Miedo a la Libertad

(Maximiliano E. Korstanje)

No existe en la historia humana una época tan proclive al temor, la angustia y la renuncia a la libertad como la moderna. La batería de miedos en la cual se encuentra envuelta la sociedad post- industrial con respecto al “terrorismo”, “al calentamiento global”, a la mutación genética de nuevos virus o a “los desastres naturales” se presenta como un terreno fértil a la indagación y a la auto- reflexión. En ese contexto, es más que pertinente traer a colación uno de los libros más importantes que se hayan escrito en materia política con respecto al Miedo a la Libertad. Tal vez, la tendencia moderna a reseñar libros recién publicados evita la re-lectura de un clásico de esta envergadura. Su posición con respecto a la solidaridad moral y al adoctrinamiento político no sólo resiste la prueba del tiempo, sino que además amerita ser reseñada a la luz de nuestra convulsionada forma de vivir. Es cierto que Erich Fromm no vivió los acontecimientos que el 11 de Septiembre de 2001 cambiarían la forma de concebir la geopolítica, pero sus ideas son ilustrativas incluso para analizar esos hechos. Alternando la tesis de la lucha de clases y el devenir histórico marxiano con las contribuciones del psicoanálisis, el autor se encuentra decidido a comprender las causas y consecuencias del auge del Fascismo en Europa a mediados del siglo XX. Ese es el principio introductorio por el cual en su introducción señala “hemos debido reconocer que millones de personas, en Alemania, estaban tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella” (Fromm, 2005: 27). Partiendo desde una premisa propia del pragmatismo inglés por la cual las tendencias autoritarias no se constituyen como fuerzas ajenas a la voluntad del Estado sino que son la base del Estado Moderno; en esta construcción convergen las propias actitudes y la devoción a un líder único. En consecuencia, la renuncia a la libertad se explica por medio de dos factores, el ansia de sumisión y el apetito de poder. Sin embargo, Fromm reconoce que estas tendencias no son características exclusivas de los totalitarismos sino que también se encuentran presentes en las democracias e incluso en la ley del “libre mercado estadounidense”. Si partimos de la base, que los postulados Hobbesianos sobre el estado hubieren sido suficientes para explicar la propensión del hombre al mal, no hubiéramos sido testigos de los atroces crímenes que se produjeron durante la segunda guerra mundial contra la población civil. Si el hombre entra en un estado de civilidad para evitar “la guerra de todos contra todos”, ¿como se explica el auge del fascismo precisamente nacido de ese estado de civilización?

Esta pregunta es central para entender el resto del argumento de Fromm contra Hobbes y la posterior introducción de Freud en la discusión. La irracionalidad y el inconsciente individual tan de moda en los círculos psicoanalíticos le llegan a Fromm como anillo al dedo en la explicación de su interrogación previa. A grandes rasgos según Freud, el hombre en cuanto fundamentalmente malo, debe ser domesticado en su naturaleza e instintos. La represión de los factores filogenéticos e impulsos son sublimados en forma de cultura. A mayor presión sobre el individuo mayor civilización y neurosis (malestar). Sin embargo, su carácter estático requiere de una revisión previa. Desde Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas | 24 (2009.4) Publicación Electrónica de la Universidad Complutense | ISSN 1578-6730 esta perspectiva, Fromm sugiere comprender las necesidades del hombre como socialmente dadas: “las inclinaciones humanas más bellas, así como las más repugnantes, no forman parte de una naturaleza humana fija y biológicamente dada, sino que resultan del proceso social que crea al hombre. En otras palabras, la sociedad no ejerce solamente una función de represión – aunque no deja de tenerla-, sino que posee también una función creadora” (Ibid. 33). El hombre se integra con otros por medio de la imposición de rol y la división del trabajo. Todo nacimiento y posterior evolución se encuentra condicionado a la imposición cultural y a las normas de la sociedad en la cual está inserto (soledad moral). El grado de su integración es fundamental para comprender la salud mental. El mayor temor en el hombre es el aislamiento. Hablamos de un sentimiento de horror a la soledad.

No obstante, Fromm le atribuye erróneamente a esta necesidad la categoría de “ley”; he aquí el error capital que luego discutiremos en la obra del nuestro autor. La tesis central de Fromm es que “el hombre, cuanto más gana en libertad, en el sentido de su emergencia de la primitiva unidad indistinta con los demás y la naturaleza, y cuanto más se transforma en individuo, tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador o bien de buscar forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad y la integridad de su yo individual” (Ibid. 42). A medida que el niño comienza a cortar los vínculos primarios, mayor es su propensión a la autonomía y la independencia. A esto se lo conoce como proceso de individuación. Pero también es necesario notar que a medida el sujeto evoluciona crece el sentimiento de serindividual, y en consecuencia mayor es la tendencia a la soledad. Si una vez rotos los vínculos primarios que daban seguridad, el sujeto no puede resolver los problemas que acarrea el abandono del útero materno, caerá en una necesidad de sumisión caracterizada por un constante sentimiento de inseguridad y hostilidad. Por medio de la sumisión el sujeto intenta evitar la angustia a ser excluido. Al respecto Fromm aclara “la individuación es un proceso que implica el crecimiento de la fuerza y de la integración de la personalidad individual, pero es al mismo tiempo un proceso en el cual se pierde la original identidad con los otros y por el que el niño se separa de los demás. La creciente separación puede desembocar en un aislamiento que posea el carácter de completa desolación y origine angustia e inseguridad intensas, o bien puede dar lugar a una nueva especie de intimidad y de solidaridad con los otros” (Ibid. 49). En perspectiva, a diferencia de Hobbes y más en concordancia con Spinoza, Fromm estudia “un miedo” que se torna asfixiante para la libertad del hombre político. El autoritarismo tiene un fundamento en el miedo a ser libre, a ejercer la libertad y la angustia que deriva luego de la indecisión. Con un análisis convincente de los regimenes totalitarios fascistas pero también capitalistas, Fromm abre la puerta para una nueva interpretación. El hombre se debate sobre dos tendencias, una al amor a la vida y la otra a la destrucción (necrofilia). Si bien el autor sigue en parte la perspectiva hobbesiana sobre “la guerra de todos contra todos” introduce nuevos elementos en el análisis como la angustia ante la predestinación que conlleva la idea de un sobre-excitación y constante movimiento propio del calvinismo y el luteranismo en el sentido weberiano. Esta tendencia es la base psico-social para el advenimiento del capitalismo moderno. El autor ve en el mito judeo-cristiano de Adán y Eva el símbolo fundador de la libertad y la angustia que por medio del pecado significa para el hombre verse a merced de las fuerzas naturales. Misma inferencia hace Fromm sobre el pasaje de la edad media, en donde la religión acaparaba para sí todas las funciones y privilegios del Estado, hacia el renacimiento y luego a la modernidad en donde “la muerte de Dios” le puso fin a la seguridad propia del hombre. La sociedad medieval, en comparación con la moderna, se caracteriza por una falta sustancial de libertad. Un artesano nacido en esta época no aspiraba a desplazarse grandes distancias lejos de su lugar de nacimiento, siquiera a cambiar de profesión y/o de residencia, mucho menos cambiar de “clase social”. El rol adscripto que se le asignaba al europeo medieval era inamovible. Lejos de ser una edad oscura para el hombre, su arraigo a la tierra lo mantenía seguro de sí y de sus seres queridos. El renacimiento y luego la modernidad no sólo cambiaron para siempre las estructuras elementales y los lazos sociales medievales, sino que pusieron al hombre en una situación de libertad pero a la vez de considerable vulnerabilidad.

“El renacimiento fue la cultura de una clase rica y poderosa, colocada sobre la cresta de una ola levantada por la tormenta de nuevas fuerzas económicas. Las masas que no participaban del poder y la riqueza del grupo gobernante perdieron la seguridad que les otorgaba su estado anterior y se volvieron un conjunto informe –objetos de lisonjas o de amenazas- pero siempre víctimas de las manipulaciones y la explotación de los detentadores del poder” (Ibíd., 64). La angustia, en este contexto, es una derivada del ejercicio de la propia libertad. Del desamparo que implica valerse por los propios medios. Desde esta perspectiva, el hombre adquiere la necesidad de someter al prójimo, y éste de renunciar a su libertad para ganar mayor seguridad. Básicamente, este ha sido el eje teórico que se encuentra a lo largo de todo el desarrollo del texto, incluyendo a la cultura de consumo capitalista estadounidense, a veces tomada como exponente de libertad. Fromm, en este sentido, se presenta sumamente crítico con respecto a la enajenación de la cultura consumista americana. No obstante, una de las limitaciones en el trabajo de referencia es el énfasis puesto en ciertos “impulsos espontáneos” hacia el amor, la libertad y el bienestar que se dan sin una explicación previa de cómo o porqué. Esta idea biologisista o de una segunda naturaleza social sugiere ingenuamente que a diferencia del hombre hobbesiano, existe una “tendencia general al crecimiento” la cual a su vez genera impulsos orientados “al deseo de libertad“, en contraposición con cierto “odio a la opresión” por parte de las personas; en este sentido y como afirma E. Rubio parece algo complicado atribuirle valores morales a la biología misma (Espinosa Rubio, 2007: 54). Segundo, las construcciones sobre la edad media y el exceso de religiosidad como forma institucional de regular la vida social parece algo objetable. Si bien Fromm recurre a las obras de Burkhardt para validar su hipótesis sobre el papel de la religión en el mundo medieval, existe una gran cantidad de obras en la literatura especializada que Fromm no cita y que precisamente cuestionan la validez de tal supuesto. El hombre medieval no parecía ser tan religioso como lo presenta nuestro autor; en parte su conocimiento sobre la Edad Media es algo sesgado (Guinzburg, 1994); asimismo y quizás por la influencia durkheimiana, asumir in facto esse que la modernidad es una era en donde la religión se encuentra en declive (secularización) es otro error metodológico serio (Frigerio, 1995) (Mardones, 1995) (Soneira, 1996) (Spadafora, 1996) (Velasco, 1998) (Aronson y Weisz, 2005) (Korstanje, 2007). En este sentido, se puede criticar a Fromm por los mismos motivos que a Durkheim, ambos consideran a la religión como una institución social inherente a las organizaciones primitivas, a medida que surge una división del trabajo o una individuación psicológica menor es el apego del hombre hacia ella. Claro que Fromm supera, en parte el argumento de Durkheim, estableciendo que el hombre en su indefinición puede –y de hecho lo hace- retornar bajo su protección (dialéctica). Si seguimos este razonamiento, ello explicaría el auge y caída del Tercer Reich alemán, la las revoluciones de los Ayatolah en Irán, y el surgimiento del fundamentalismo musulmán y protestante en los albores del siglo XXI (González-Carvajal, 2003:76-78). Sin embargo y a pesar de sus limitaciones, Fromm es y será, claro está, un referente indiscutido de la psicología social y política a la vez que sus contribuciones en la materia se presentan como esclarecedoras y pertinentes.

Por: Erich Fromm

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