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El gran arquitecto del universo

La idea de un Ser Supremo es la única que el hombre no ha podido soslayar jamás. Desde que el «homo faber» prehistórico evolucionó hasta la dignidad y la postura excelsa del «homo sapiens» y se convirtió, en plena Prehistoria en el autor de aquellas once culturas de la que habla Invelloni, hasta el día de hoy, ningún hombre ha logrado borrar por completo ésta Idea -que es preocupación- del escenario de su mente. El Ateísmo organizado y científico mismo, es una posición frente a tan grande problema: posición de negación, tan absoluta como se quiera; pero una posición en que entra mucho de emoción o pasión; ya que los ateos niegan apasionadamente, violentamente, es decir, con una evidente emoción, la existencia del Ser Supremo. Podrían casi exclamar, como el humorista francés: «Yo gracias a Dios, soy ateo».

La Masonería no podía, ni quería; no puede, ni quiere, no podrá ni querrá, nunca ignorar éste problema; y en su profunda y milenaria sabiduría, le ha dado una solución definitiva, que se sintetiza en el augusto nombre de GRANDE ARQUITECTO DEL UNIVERSO.

Ahora bien: se puede describir el Grande Arquitecto? Se puede explorar su ser analizar sus caracteres ontológicos u ónticos; se puede decir, en fin, qué es y qué no es?

Tarea aterradora. Porque la Historia y el mundo están llenos de las descripciones y análisis que han practicado los humanos sobre el Ser sumo. Religiones, sectas, filosofías y, por otro lado, pensadores, poetas u hombres comunes y vulgares, han pensado dar alguna solución, decir algo sobre el Grande Arquitecto. La misma Masonería tiene sus puntos de vista sobre lo que es y lo que no es el Grande Arquitecto.

Guiados de la mano por la sabia conducción de la Masonería, podemos, pués rehacer la tarea, e intentar una disertación sobre tan enorme tema.

Lo Que No Es el Grande Arquitecto

Con una audacia por la que pide tolerancia y perdón, diré que el Grande Arquitecto NO ES   lo que las Religiones dicen que es. Llámanlo Alá, Elohis, Jehová, el Todo, el Dios de los Ejércitos, el Dios de las Alturas, el Sol, el Creador…..

Pero todas estas son bellas metáforas, alegorías, símbolos, comparaciones, pues las Religiones, sus fundadores, sus libros sagrados, nunca quisieron hablar Ciencia ni Filosofía, sino dar a entender poéticamente a las multitudes, casi siempre ignorantes, lo que pudiera decirse de Dios. De sólo pensarse en Dios, y dársele un nombre en términos populares, poéticos, alegóricos; se que se debiera afinar hasta lo sumo lo único grande y trascendente del Hombre -su Razón- para tratar de aprender la tarea de describirlo o pensarlo.

Además, las religiones todas han pasado casi automáticamente, e infortunadamente, de la etapa de su primera formulación, a la fatal etapa del Dogma. Y el dogma no solo es intransigente; mucho peor, es el paso sofistico del terreno del pensamiento al terreno intelectual de la Fe.

Fe, es creencia; es asentimiento; es doblegamiento de la razón ante una verdad misteriosa e incomprensible, pero garantizada por la solvencia de un garante. Y todos los Dogmas, por el simple hecho de comprometer la adhesión de seres humanos, han tenido por efecto inmediato y directo la creación incontenible de «Iglesias», las cuales, impelidas por fuerzas expansivas culturales y sociológicas, han creado teologías, sistemas intransigentes, reglamentaciones jurídicas, ritos y cultos.   Para muchos, la Teología es sinónimo de «Religión» y «culto» es expresión de «religión».

Lo único genuino, prismático, puro, auténtico de la Religión, es que consiste en un sentimiento, una intuición emocional, una captación por el corazón. Todo lo demás; dogma, teología sistema , rito y culto, son productos posteriores sucedáneos, secundarios, inauténticos, y ello, con todo lo respetables que pudieran ser, con todo lo grandioso, lo bello, lo profundo, lo benéfico para la civilización que pudieran resultar.

La Masonería, en el grandioso y nunca suficientemente meditado ritual de la Iniciación, proclama para quién tenga oídos para oír y ojos par ver lo que el Grande Arquitecto NO ES, cuando afirma ante el neófito que, como lábaro de unión, como signo de fraternidad, como principio de libertad y de nexo de fraternidad entre todos los hombres, la Idea de Gran Arquitecto puede ser descrita, analizada, expuesta en cualquiera de las formas admitidas y conocidas por las Religiones con respecto a sus «particulares divinidades»; para luego proclamar doblemente lo que Dios ES; el «Grande Arquitecto del Universo».

Para no citar más que un ejemplo: en el Cristianismo, el único concepto legítimo de Dios es el que poética pero profundamente enuncia Cristo: es el Padre común, Bueno, Sabio y Bello. Todo lo demás, por grandioso que pudiera parecer, es obra humana, trabajo de la teología, resultado de las elucubraciones de iluminados y santos, todo los respetables que se quiera, pero simples hombres que apelan a la metáfora, la perifrasis, la comparación, la figura literaria o sentimental, para decir lo que es el Indecible, analizar al Inefable, hacer tangible al Trascendente, materializar a lo que está incalculable distancia de la Materia y de las dimensiones del espacio, del tiempo, de la geometría, del raciocinio, de la captación sensible, de la experiencia manual.

Cuánto dicen de Dios las Religiones, no es, espero, absurdo; es simplemente Humano, poético, simbólico, analógico, alegórico.

¿Que Es el Grande Arquitecto?

Entonces, y si no es ninguna de las cosas que las Religiones y las Teologías dicen de Dios, ¿qué es EL?

Es sabido que par el pensamiento humano, no hay límites en la enorme extensión de «lo pensable»; porque sólo lo «impensable», es decir el Absurdo esencial -como decir que la parte es mayor que el todo, o que el triángulo es una figura redonda- se coloca por sí mismo fuera de la mera posibilidad del pensamiento.   Descubrimos que todo lo que puede pensar la mente humana, desde el átomo, al insecto, la piedra, el sol, el Universo o cualquiera de los cien millones de Universos ya descubiertos, es, al fondo materia pura. Cuándo más y buscando el último secreto de la materia, se la exalta -o reduce- a Energía; de tal manera que la energía en materia potencial, y la Materia, energía potencial. Por consiguiente, el Dios Existe, no puede ser ni materia, ni ninguna forma de energía obtenible de la materia o sea, energía física.

Pero, por otro lado, hallamos también que a todo ser existente, en cuanto dotado de alguna forma de fuerza expansiva, le está dado un objeto que lo llena y al cual tiende; objeto exterior a ése ser, y capaz de colmarlo. Al ave le está dada la atmósfera, donde no sólo pueda expandir sus alas, sino lanzar un trino audible; a la abeja, el néctar; al vegetal, el benéfico rayo del sol; a la bestia, su pienso o su presa; al pez, el agua donde pueda vivir y moverse; al átomo mismo, el inmenso infinitesimal espacio donde pueda lanzar las minúsculas revoluciones de sus protones y otras partículas. Basta que un ser extienda su antena, para que halle, al alcance de ésa antena, el objeto que llenará o corresponderá al género de ansiedad de tal antena. Lo que es más notorio todavía, para todo ser existente, el objeto apropiado de que vengo hablando, lo satisface por completo, al punto que, poseyéndole una vez, lo único que tal vez buscará será poseerlo nuevamente, hallando cada vez saciedad completa. Para todo ser  menos para el hombre.

En efecto, criatura faústica, incolmable, siempre descontenta, el hombre tiene también sus antenas, dos antenas, -la de la razón y la del sentimiento-. Pero, mientras el piensa, la presa, la luz física, el agua, satisfacen plenamente a las respectivas criaturas, el Hombre, capáz de mirar hacia los 360 grados de su circunferencia mental; capáz de ir hasta el vertiginoso abismo, de lo infinitamente pequeño, o hasta las extravagantes profundidades superiores de lo infinitamente grande, nunca está satisfecho.

Pero el hombre, que en cuanto animal busca también pitanzas, agua y pan, y que con ello se satisface, en dos terrenos es un trágico insatisfecho. En el terreno de la razón, y en el de su emoción o sentimiento.

Con su Razón, busca la Verdad; con su sentimiento busca el Bien. Húndese en el terrible abismo de las partículas atómicas, o elévase hasta las galaxias; compone y descompone el Tiempo o el Espacio; y, a cada nueva verdad prehendida y conquistada, siente la fiebre de su descontento, de su sed implacable, de su hambre trágica….Lo que quiere decir que no existe en el Universo entero objeto alguno que puede ser suficientemente Verdad o suficientemente Bien como para asociarlo de una vez y para siempre.

Esta simple comprobación prueba, pues, que tiene que existir alguna Verdad definitiva y total capáz de llenar alguna vez ó de algún modo la ansiedad metafísica de la razón humana; y que tiene que existir algún Bien suficientemente definitivo y completo, capáz de saciar perfectamente la búsqueda del Bien que atormenta al corazón del Hombre. Y es preciso que ésa Verdad y ése Bien sean de naturaleza distinta a la Materia; más aún, transciendan a la materia, escapen a las determinaciones de la materia; se hallen fuera de la materia, y de los accidentes materiales que son el Espacio y el Tiempo.

Más aún, ésa Verdad total y perfecta, tiene que ser, por sí sola, simultáneamente el Bien total…..Porque todo objeto material, desde el más pequeño hasta el más grande, no sólo tienen su esencia, su consistencia, su substancia y su existencia; sino que, al propio tiempo tienen la dramática y extraña virtud de no ser indiferente a la estimación del hombre; es bella, ó útil, ó dotada de alguna otra clase de valiosidad; o es fea, inútil ó afeada por alguna otra clase de carencia de valiosidad. Nada hay, en el Universo entero, que le sea indiferente al hombre. Lo que quiere decir que cada cosa, cada misma cosa, tiene con qué satisfacer a la razón, en cuanto ostenta alguna forma de verdad, y con qué afectar al sentimiento con alguna forma de valiosidad o carencia de ella. Y si cada cosa del mundo o del Universo tienen estos dos órdenes de atributos, resulta necesario que aquella Verdad total y definitiva tiene que poseer también en sí la valiosidad perfecta, la calidad de Bien absoluto y total.

Este Ser Es Dios

A pesar de lo dicho al referirse a las estériles tentativas de las Iglesias y teologías, me atrevo a expresar todavía esto; que en ése Ser definido y perfecto, la Verdad y el Bien están armoniosamente equilibrados, perfectamente adecuados, con tan perfecta medida y precisión y proporción, que la armonía resultante es esplendorosa; esplendorosa en alguna forma también perfecta. Sólo que éste esplendor de la armonía tiene un nombre: Belleza. El Ser Supremo es, pues, un triángulo perfecto: es Verdad, Bondad y Belleza.

Cuanto más medito sobre las páginas de los grandes filósofos: Sócrates, Platón, Aristóteles, Kant, Descartes, me convenzo más y más de un hecho que creo haber descubierto. Pudiera decirse que la Masonería, espléndido sincretismo de las más sanas, altas y profundas filosofías de la Historia, hubiera tomado lo mejor de cada una de ellas para construir una arquitectura ideológica, al mismo tiempo sutil y clara, profunda y sencilla, auténtica y desprovista de complicaciones estériles. Pero no es así. Una institución, de la cual no sabría decir si es emocional o intelectual, me ha hecho descubrir que más bien ha existido -y sigue existiendo- una misteriosa y multimilenaria Sabiduría esotérica, de cuyas aguas han bebido todos los grandes pensadores, desde Pitágoras a Aristóteles, y Platón y Sócrates, hasta Kant y Hegel.

Hablando como Hegel. Quien es el Arquitecto que ha impreso en el Devenir; esta misteriosa trilogía de la Tesis, la Antítesis y la Síntesis?. Hablando de Kant, Quién es el Arquitecto que ha levantado la espléndida sinfonía de las categorías, matemáticamente dispuestas para interpretar las apariencias fenoménicas del abismático misterio del Número Inaccesible?.

Hablando como Descartes, ¿Quién es el Arquitecto que ha sugerido a la razón el redescubrimiento de todo mediante la duda metódica, de tal manera que, lo primero que descubre, después de comprobar que al dudar piensa, y al pensar existe, es nada menos que Dios? Hablando el lenguaje de Aristóteles, ¿Quien el matemático o geómetra que ha construido cada cosa como un decaedro integrado por la Substancia y sus Nueve Accidentes? Usando el lenguaje de Platón, ¿Quién es el Constructor sabio que ha plantado en el mundo inteligible ése «topos euranos» dotado de órbitas perfectas a cuyo centro brilla, como Sol del mundo inteligible, la esencia del Sumo Bien?. Pensando al modo de Sócrates, ¿Quién es el espectacular artista que, lejos del universo físico tan espléndido y deslumbrante, provisto de estrellas y mundos ha construido un universo mejor, más profundo, más complicado, y, en suma, el único sobre el que valga la pena meditar y escruta: es decir, el Hombre mismo, tal que el filósofo pueda proclamar: «Conócete a tí mismo».

Lo que me desconcierta definitivamente; lo que me hace palpar con la mano la irremediable imperfección de las cosas; lo que hace que ningún se, átomo o galaxia satisfaga con plenitud y perfección las ansias de mi mente y mi sentimiento, es que todas las cosas, sin excepción, están compuestas de parte; o de potencialidad y actualidad; o de tiempo y me desespera comprobar que ninguna cosa del Universo puede decirse cómo pasó de la simple posibilidad al acto mismo de existir; que ningún compuesto puede decirse que por sí mismo y por sí solo congregó a su partes y la obligó a formar los todos; que ninguna puede decirse por qué estan aquí y no allí; ni cómo es actualmente materia y no energía; ni la energía pude explicarse por qué no sigue siendo simplemente energía, y cómo es que degenera hasta hacerse tan lenta que se convierte en Materia…. Lo que me hace pensar que aquella Verdad y Bondad y Belleza total no tiene partes físicas ni metafísicas; no esta formada por la atroz coalición de posibilidad y actualidad, no es en un simple palabra, Materia. Entonces, ¿Qué es? Es Pensamiento puro, y es pensamiento que se piensa a sí mismo, a sí solo. Y si le ocurre pensar en algo que está fuera de él, en átomos o galaxias, en insectos o montañas, no puede pensar sino imprimiendo cada cosa, sentido, proporción, algo de verdad, algo de bondad, algo de belleza: La Verdad, la Bondad y la Belleza que cada cosa pueda contener en la pequeñez de su pobre y minúsculo recipiente. Y por ello es Arquitecto; y es matemático; y es Constructor de todo cuando existe.

Si ahora analizo las características esenciales y fundamentales de la materia, sea cual fuere la forma de su realización, en todos los seres materiales, sea cual fuere su ubicación en el tiempo y en el espacio, descubro sus componentes: composición, es decir, posibilidad de descomposición; son mortales y perecederos, con compuestos de partes físicas o compuestos de posibilidad y actualización o compuesto de materia y forma. Además, estan ubicados en el Tiempo: son temporales, tienen un comienzo y un fín; son espaciales, y por tanto estan delimitados y están allí o allá, pero no en muchas partes a la vez, son mutables, porque pueden pasar indiferentemente del ser a no ser, de la simple posibilidad de ser al acto presente de ser; y su plurales, infinitos en número.   Y descubro que, por el sólo hecho de ser materiales, tienen que estar necesariamente caracterizados por los atributos acabados de señalar.

Pero mi razón vé que ninguna de éstas características pueden existir en el Ser Supremo; primero, porque no hay razón para ello; segundo, porque si aquellas características de los seres imanan de su condición de materiales, el Ser Supremo, que no es materia, sino a ultra o trans-materia debe tener sin duda, sus propias características, pero ninguna de las de la Materia; pues si las tuviera, sería Materia en alguna manera o medida.   Y sean cuales fueran las misteriosas características de ése Ser Sumo, lo que mi razón descubre desde ya es que, si no es compuesto, es Simple; si no temporal, es Eterno; si no es limitable en el espacio, es Inmenso, esto es Inbecible; si no es plural, es Unico; y si no tienen posibilidad de sucesión, de paso de la posibilidad a la actualización, es Inmutable.

Más arriba expliqué que ninguna de las cosas del Universo alcanza a dar pleno y definitivo reposo a la razón; cualquiera de ellas, una vez pensada ésta es, una vez conocida su parte de verdad, se hace sentir la faústica ansiedad de ir más allá, más hondo, más profundo, en busca inacabable de algo más que sea la Verdad Absoluta. Así también, ninguna de las bellezas del Universo satisface definitivamente a nuestra ansiedad estética; lo que postula la existencia de una última Belleza capáz de satisfacer en definitiva. Ninguna de las cosas existentes es suficientemente buena como para dar un último y definitivo reposo a mis ansias de bien; lo que me hace pensar que tiene que existir un Bien Sumo, definitivo, capáz de satisfacer ésta ansia incolmable.

Todo orden en el Universo me admira, pero me hace pensar que no es definitivo ni perfecto, puesto que puede desarticularse por algún desorden; lo que me obliga a trascender a los órdenes conocidos, para pensar en la existencia de un Orden Absoluto; o si se prefiere, de un Ordenador -de un Arquitecto- capáz de encarar el orden perfecto. Toda justicia conocida, me hace pensar siempre que es dable imaginar una Justicia más perfecta, indestructible, indeformable y definitiva. Y toda ciencia y sabiduría conocida, por grande que sea el sabio que la posea, me invita a pensar que exista una Ciencia Indefinible e Indefectible, insobornable por e el error, Infalible…Y así podría sumergirme más y más en este océano, y hallar desconocidas y profundas perfecciones.

El Grande Arquitecto del Universo, pensando sin teología, sin dogma, sin iglesia, sin rito, sin sistema, se revela así al simple análisis de mi meditación como Pensamiento eterno, simple inmutable, único, infinito, fuente de toda Verdad y de toda Belleza, de todo orden, de toda sabiduría. Pero con todo ello, sin ninguna de las licitaciones que hallo en las pequeñas imperfecciones de que gozan las cosas materiales.

No es materia. Entonces es lo opuesto a la Materia; es energía. Pero ¿qué o cuál energía?. Por qué las desconcertantes maravillas que me revela la ciencia moderna, no son más que pertenecientes a la energía física; cuando sé que hay otras energías poco o nada conocidas. ¿Qué sé con tanta profundidad, de la energía química? ¿Qué sé, de la energía eléctrica? ¿Qué sé de la energía magnética? Y ¿qué de la energía psíquica? ¿No serán estas cinco colosales energías que surcan el grandioso Cosmos, como cinco enormes ríos que provienen o que se dirigen a un océano de Energía Infinita? De tal manera que, si la materia puede sublimarse mediante colosales procesos a energía física; si las otras energías no sabe nadie todavía en que clase de hipermateria, de hipermecánica, de hipergeometría, de hiperdimensiones puede decaer o degenera; la Energía Infinita, el Océano de aquellas cinco energías, no será al cabo de una tremenda evolución de evoluciones, de sublimación última de todas las energías, realizándose así una especie de fundamental Unidad, un Monismo que, arrancando del átomo físico, de la combinación, de la chispa o fluido, del Yo, complete el grandioso cielo para acabar sublimado en Dios?. No ha sido esto lo que quizo decir Pitágoras, cuando hablaba de la gran evolución que se cumplió o se cumplirá en el enorme cielo que él llamaba: «Año Magno».

Hemos, pues, lejos de las concepciones pequeñas, limitadas, imperfectas de las teologías, de las Iglesia y de las religiones. Pero al propio tiempo, hemos ante la majestad y admirable sabiduría de ésta misteriosa, de ésta incomparable, de ésta sublime Sabiduría que es la Francmasonería y ante su profundo concepto de la Tolerancia. Ella, sabe lo que es el Grande Arquitecto; ella pone al alcance de sus adeptos todos los datos de tan estupendo problema para que cada uno los medite, los artículos, los esbellezos con sus particulares conceptos y ansiedades. Pero al propio tiempo, aprecia las tentativas profanas, los enunciados de las Religiones y las Iglesias, los comprende, hasta los justifica, sabiendo siempre que todos ellos son esfuerzos de buena Fe, pasados en al poesía, la metáfora y la alegoría.

«Que los Masones», -parece decir la Francmasonería,- «que los Masones, sin Iniciados, piensen lo que quieran sobre Dios, lo honren como lo entiendan mejor; lo alaben, le canten, lo mediten, si lo desean. Lo oren, le tengan sencillamente presente en sus vidas, su ética, su emoción. Porque la grandeza real de Dios, no debe ser impuesta a la creencia, ni siquiera propuesta a las inteligencias. Ellos tienen ojos para ver, oídos para oír; que me oigan, que me den cuenta de que, de Dios, yo digo: «El Grande Arquitecto del Universo»; y que, a fuerza de meditación, o de contemplación, o de vivencia, o de emoción, o de intuiciones, realicen, cada uno en el propio santuario de su conciencia, el trabajo misterioso de abrir el Libro y leer en sus páginas lo que Dios es.

Y que, armados con ésa fuerza sobrehumana, sean tan grandes, que puedan ser tolerantes como Yo; tan heroicos, que puedan dar la vida, o adoptar la muerte, o desafiar al fanatismo, al dogma y a la intolerancia, como paladines poseedores de una Verdad misteriosa; y, en fin, tan hermanos como sólo pueden ser los Iniciados que poseen un Secreto que la Profanidad no alcanza ni siquiera a sospechar».

Por: Nicolás Fernández Naranjo

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