En su sketch-zamba «Añoralgias», el grupo Les Luthiers le canta a un «dulce pueblito» del interior, con calor agobiante, diez meses de sequía al año y estación de huracanes. La canción, estrenada en 1991, plantea el temor a que esa tierra añorada haya cambiado mucho «después de la última erupción del volcán». El arroyito de la niñez ahora es un torrente de lava que a veces se apaga, «cuando llega el tiempo de la inundación». Es difícil dormir por los gritos de miles de buitres que el cielo oscurece, siempre algún terremoto aparece «y al atardecer llueven meteoritos». Al igual que en el pueblito de la canción de Les Luthiers, un sector tradicional y poderoso de la economía está enfrentando en los últimos meses una «lluvia de meteoritos», en forma de novedades disruptivas sobre el núcleo de su modelo de negocios. La industria del petróleo no sólo está bajo ataque por su insustentabilidad y por lo que contamina, sino por una simple ecuación económica: las alternativas se están volviendo más baratas a un ritmo más acelerado del previsto. Las consecuencias de este fenómeno pueden ser enormes también para la Argentina: varias provincias y dos de las tres empresas más grandes del país (YPF y Techint) dependen del dinamismo del sector de combustibles tradicionales. En el activo argentino se anotan las gigantescas reservas de litio del Norte, que según publicó The Economist hace unos días, con un gobierno amigable con los mercados pueden ser un boom económico. Hasta Elon Musk, dueño de la empresa de autos eléctricos Tesla, envió emisarios a la Argentina hace algunas semanas para explorar alianzas y proveerse del material esencial para fabricar baterías. «Cada vez el camino [de la decadencia del petróleo como fuente principal de energía]va a ser más evidente y nos iremos acostumbrando a recibir noticias vinculadas a este cambio de fondo como si nada -dice Alexis Caporale, emprendedor, experto en fuentes alternativas y autor del libro El futuro de la energía-, como cuando se funda alguna bigoil, cuando una automotriz saque un auto eléctrico autónomo o cuando Israel desalinice agua con energía solar, por ejemplo.» Como sucede con muchos vectores de la agenda de la disrupción, la novedad de 2017 es que la discusión sobre el declive del petróleo ya no está en los márgenes de círculos de tecnólogos, sino que se volvió mainstream, y todas las semanas hay noticias sobre un nuevo material o un diseño que abarata y eficientiza la provisión de energía solar, eólica, eléctrica, etcétera. «Lo único que podría alterar este camino es una disrupción muy fuerte con la fusión nuclear, pero ahí creo que nadie está preparado para lo que esto significaría», completa Caporale. A fines de mayo, el científico, emprendedor e inventor Seth Miller publicó en Medium un largo ensayo titulado «Así es como las grandes petroleras van a morir» (This is how bigoil will die). «La del petróleo es quizá la más temida y respetada industria del planeta. Es responsable de la emisión del 15% de los gases contaminantes y alimenta la volatilidad de la región más inestable del mundo (Medio Oriente)», dice Miller. Miller hace un análisis pormenorizado de costos y concluye que, en poco tiempo, poseer un auto eléctrico costará entre un cuarto y un tercio que tener uno a nafta (porque caerán en picada los gastos de taller y de reemplazo de autopartes, y porque las baterías actuales ya están alcanzando una duración por encima de las 500.000millas). Esta reducción de costos se va a combinar con la no necesidad de un chofer en los vehículos autónomos: ahora mismo, táxis sin conductor están siendo testeados en Pittsburgh, Phoenix, Boston, Singapur, Dubai y Wushen, en China. Hace diez días, Tim Cook, el CEO de Apple, confirmó que su compañía tiene «grandes planes» para entrar en este mercado. Los títulos, cada vez más habituales, de que alguno de los gigantes de la tecnología (Apple, Google, Amazon, Microsoft, Baidu, Facebook, etcétera) «finalmente se pusieron serios» con algún mercado en particular hacen temblar a los incumbentes respectivos (bancos, automotrices). Porque se está agrandando la distancia de las Famga (así se conoce a este club, por las iniciales de sus principales actores) con respecto del resto de la economía, en términos de efectivo disponible, valor de mercado y de conocimiento en tecnologías exponenciales. La consultora Rethink X, que dirige el profesor de Stanford Tony Seba, publicó un reporte donde anticipa un cronograma posible para la decadencia del petróleo: el mercado de vehículos automanejados se masificará en 2021; en 2022 el consumo de petróleo tocará su máximo histórico; en 2023 los precios de vehículos a nafta se desplomarán, y para 2030 el consumo de nafta para vehículos habrá caído a cero. Para el emprendedor Daniel Nofal, la conjunción de una veloz baja de precios de los paneles solares con el avance de la tecnología de almacenamiento de energía transformará el petróleo en un combustible de nicho. «Hemos soportado 200 años la tecnología del motor a combustión que es sucia y ruidosa, pero Tesla demostró que un auto eléctrico es mejor en todo», argumenta. «Las ciudades del futuro serán limpias y silenciosas -dice Nofal-. Caminar al lado de una gran avenida será una experiencia distinta. Los países están avanzando en esa dirección. Aunque el cambio climático es el factor que disparó la investigación y desarrollo de estas tecnologías, las energías renovables y la electrificación de los transportes triunfarán por ser mejores en todo.» Elon Musk sostiene que no se puede construir una sociedad sostenible sobre la base de energía no sostenible. ¿Suena todo muy alocado? Miller dice que lo mismo se decía a fines de los 90 con las cámaras con rollos que debían ser revelados. En siete años, una empresa como Kodak, que llegó a valer US$ 30.000 millones, se fue a la bancarrota. «Y estábamos hablando de un gigante que nadie imaginaba que caería», sostiene Miller. En otros sectores de la economía, la «lluvia de meteoritos» recién está empezando.