Para hablar de este término que es parte consustancial de cada ser humano, existen muchas definiciones y puntos de vista desde los ángulos psicológicos, morales, éticos y hasta neurológicos, pero permítanme iniciar el artículo con un texto extraído de la sabiduría hindú que nos brinda un relato que además de una bella enseñanza es una radiografía del ego y es en si mismo una muestra del interior de muchos seres y sus luchas personales.
“Era un eremita de muy avanzada edad. Sus cabellos eran blancos como la espuma, y su rostro aparecía surcado con las profundas arrugas de más de un siglo de vida. Pero su mente continuaba siendo ágil y despierta y su cuerpo flexible como un lirio. Sometiéndose a toda suerte de disciplinas y austeridades, había obtenido un asombroso dominio sobre sus facultades y desarrollado portentosos poderes psíquicos. Pero, a pesar de ello, no había logrado debilitar su arrogante ego. La muerte no perdona a nadie, y cierto día, Yama, el Señor de la Muerte, envió a uno de sus emisarios para que atrapase al eremita y lo condujese a su reino. El ermitaño, con su desarrollado poder clarividente, intuyó las intensiones del emisario de la muerte y, experto en el arte de la ubicuidad, proyectó treinta y nueve formas idénticas a la suya.
Cuando llegó el emisario de la muerte, contemplo estupefacto, cuarenta cuerpos iguales y, siéndole imposible detectar el cuerpo verdadero, no pudo apresar al astuto eremita y llevárselo consigo. Fracasado el emisario de la muerte, regresó junto a Yama y le expuso lo acontecido.
Yama, el poderoso Señor de la Muerte, se quedó pensativo durante unos instantes. Acercó sus labios al oído del emisario y le dio algunas instrucciones de gran precisión. Una sonrisa asomó en el rostro habitualmente circunspecto del emisario, que se puso seguidamente en marcha hacia donde habitaba el ermitaño. De nuevo, el eremita, con su tercer ojo altamente desarrollado y perceptivo, intuyó que se aproximaba el emisario. En unos instantes, reprodujo el truco al que ya había recurrido anteriormente y recreó treinta y nueve formas idénticas a la suya. El emisario de la muerte se encontró con cuarenta formas iguales y siguiendo las instrucciones de Yama, exclamó: Muy Bien, pero muy bien ! Que gran proeza! Y tras un breve silencio, agregó:
Pero, indudablemente, hay un pequeño fallo. Entonces, el eremita, herido en su orgullo, se apresuró a preguntar: ¿Cuál?…. Y así el emisario de la muerte pudo atrapar el cuerpo real del ermitaño y conducirlo sin demora a los dominios de la muerte. Por eso el Maestro dice: El ego abre el camino hacia la muerte y nos hace vivir de espaldas a la realidad del Supremo Ser. Dominado el ego, somos la plenitud que jamás has dejado de ser”.
El ego es, para la psicología, la instancia psíquica a través de la cual el individuo se reconoce como yo y es consciente de su propia identidad. El ego, por lo tanto, es el punto de referencia de los fenómenos físicos y media entre la realidad del mundo exterior, los ideales del superyó y los instintos del ello. El ego, que evoluciona con la edad, intenta cumplir con los deseos del ello de manera realista y conciliándolos con las exigencias del superyó. El yo, por lo tanto, cambia con el paso del tiempo y de acuerdo al mundo externo.
Freud cree que el ego trasciende el sentido de uno mismo para convertirse en un sistema de funciones psíquicas de defensa, funcionamiento intelectual, síntesis de la información y memoria, entre otras. El yo supone el primer paso del propio reconocimiento para experimentar alegría, castigo o culpabilidad. Otro de los muchos autores que han trabajado y estudiado acerca del yo y del ego es el psicoanalista francés Jacques Lacan, que llegó a establecer que, bajo su punto de vista, aquel venía a ser una alienación para el propio ser humano. Y es que el individuo se ve en todo momento en su ego, sin olvidar tampoco que la formación del ego se produce en un primer momento dentro de lo que sería un triángulo formado por su madre, el propio individuo y el objeto a.
En el lenguaje coloquial, por último, se suele hacer referencia el ego como exceso de autoestima. Por ejemplo: “Este actor tiene tanto ego que, en algún momento, va a chocar contra una pared”. Además de todo lo expuesto no podemos pasar por alto el hecho de que existen dos palabras muy utilizadas en nuestro idioma que precisamente se sustentan en la palabra ego. Por un lado, nos encontramos con el término ególatra, que procede del griego, y que viene a definir a aquella persona que practica la egolatría, es decir, que tiene un amor exagerado de sí misma.
Por otro lado, se halla la palabra egoísta que, de la misma manera, es un adjetivo que se emplea para hacer referencia a todo individuo que no sólo tiene un amor excesivo por su propia persona, sino que además, esto le hace estar en todo momento pendiente de su propio interés sin tener en cuenta el de las demás personas que le rodean.
Estas últimas definiciones extraídas de la praxis diaria sobre la mentalidad humana, son las que deben conducirnos de vuelta al bello como profundo relato inicial que nos muestra que el ego se sobrepone inclusive al sentido de auto protección, mostrándose como un ser independiente ávido de halagos y de primacía. Los comportamientos dirigidos por el ego, son siempre calificados de egoístas y orgullosos, porque tienden solamente a buscar y obtener su satisfacción personal, sin interesar los medios de que pueda valerse para obtener lo deseado. Y es allí donde radica la peligrosidad del ego, que si bien es un natural componente de la condición humana, puede convertirse en un riesgo de daño a sus congéneres, a la sociedad, al medio ambiente o a otros seres vivientes, cuando movido por la ambición de satisfacer las exigencias del ego, antepone sus necesidades personales a las del bienestar común.
Cuan importante se hace reflexionar en estos aspectos de la condición humana, cuando a veces al expresar ideas utilizamos palabras ofensivas que pueden lastimar el ego ajeno, o por lo contrario al oír comentarios y críticas ajenas sentimos afectado nuestro ego personal, que dependiendo de su volumen e importancia que le concedamos en nuestras mentes y determinaciones, pueden resultar en daños de trascendencia personal y/o colectiva.
“Jamás perderás tu conexión, siempre y cuando te pares en la humildad de tu corazón y no en la soberbia de tu ego”.
SAFO