El Destino siempre ha sido una preocupación de los hombres; en la mitología era un Dios, hijo del Caos y la Noche, por lo tanto, un presagio negativo.
El psicólogo húngaro Dr. Zund aclara la posibilidad de una «terapia del destino»; el sofá del Dr. Freud, un precursor de la psicología moderna, fue capaz de «alterar el destino» de sus consultores o pacientes.
En la Masonería, no hay mayor preocupación sobre cuál podría ser el destino porque, esotéricamente, no hay una predestinación; siendo un masón una «nueva criatura», deja al «hombre viejo» en la Cámara de Reflexiones; Esta pérdida es total, incluido el destino. Si creemos en un Gran Arquitecto del Universo, Él puede, perfectamente, en su omnisciencia, «construir» un destino adecuado, hacia la justicia y la perfección.
Lo que sea perfecto nunca cambiará ni se alterará, y al final del «Tiempo» para ese nuevo Masón será global, victorioso y feliz.
Sin embargo, para los incautos e imprudentes, el destino está presente y obedecerá lo que el hombre mismo predice o vaticina.
El que cree en el Señor sabe que su futuro será glorioso y en la vida futura su descanso será en su seno, confortable y eterno.
Nadie debe temer al destino; debemos enfrentar la vida con firmeza, de frente, aceptar el desafío de vivir; la supervivencia será un premio que traerá felicidad permanente.
Breviário Maçônico / Rizzardo da Camino, – 6. Ed. – São Paulo. Madras, 2014, p. 123.