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El corazón, Osiris y el Juicio de los muertos

El corazón era para los egipcios el centro de la vida. La formación, el entendimiento, el raciocinio, residían en el corazón. Un corazón frío, duro, liso, es para nuestra concepción sinónimo de falta de sensibilidad, algo que rechazamos. En cambio, era para los egipcios una condición deseable, en tanto significaba la capacidad de mantenerse incólume frente a los estímulos externos y los avatares de la vida. Implicaba mantener ideas firmes e inmutables. ”No dejes que tu corazón ondee como hojas al viento”.

Y era el corazón el que, como adelantamos en la entrega anterior, acompañaba al difunto en el viaje al más allá, la única víscera que se mantenía dentro del cuerpo momificado. El Libro de los muertos, una colección de escritos, creencias y refranes que datan de 3000 años antes de Cristo, explica qué era lo que sucedía con los muertos en su último viaje. Para entender el tema en detalle debemos resumir brevemente algunos conceptos básicos de la mitología egipcia.

De Nut (diosa del cielo) y Hem (dios de la tierra) nacieron las diosas Isis y Neftis y los dioses Osiris y Set. Isis y Osiris formaron una pareja, Set y Neftis otra. Pero Osiris engañó a Isis con Neftis y de esta unión nació Anubis, dios con cabeza de chacal. Set se vengó matando a Osiris y lo descuartizó, esparciendo los restos por todo Egipto. Ayudada por Anubis Isis pudo reconstruir el cuerpo y devolverle la vida, engendrando ambos a Horus, dios con cabeza de halcón. Osiris fue así el dios de la resurrección, y quien en el inframundo dirigía el Juicio de los muertos. Si en el Imperio antiguo se creía que solo el faraón podría alcanzar la inmortalidad, con el transcurrir de los siglos la posibilidad de ser inmortal se fue democratizando, hasta llegar en el Imperio Nuevo a la idea de que todos podían aspirar a ello. Pero conseguirlo no era fácil. Debía demostrarse en el Juicio de los Muertos que el recién llegado no tenía tacha.

El espíritu del muerto llegado a la Duat (inframundo) era conducido por Anubis ante el tribunal que presidía Osiris. Allí, el Ib (corazón metafísico al que nos referimos en la entrega pasada) era depositado en uno de los dos platillos de una balanza. En el otro se depositaba la pluma de Maat, símbolo de la armonía, la verdad y la justicia. Los dioses formulaban preguntas sobre la vida del difunto, y el corazón respondía por su portador. De acuerdo con lo dicho, el corazón aumentaba o disminuía su peso. Thoth anotaba las respuestas, y las entregaba a Osiris, que finalmente dictaba sentencia. Si Ib era más liviano que la pluma la sentencia era favorable y el difunto se aseguraba la vida eterna. Si el Ib era más pesado que la pluma, lo cual implicaba impureza, era arrojado a Ammyt, un ser con cabeza de cocodrilo, piernas de hipopótamo y el resto del cuerpo de león, que lo devoraba. Ello significaba el final definitivo de la vida: ya no habría posibilidad de resucitar.

La escena que presentamos abajo proviene del papiro de Hunefer, un escriba de la dinastía 19, unos 1300 años antes de Cristo. En el extremo izquierdo vemos a Hunefer, con vestiduras blancas de lino, llevado de la mano por Anubis. A continuación, de izquierda a derecha, Anubis pesando en la balanza el Ib de Hunefer y la pluma de Maat, mientras Ammit aguarda expectante. El dios Thoth, con cabeza de ibis, anota los resultados frente a las distintas preguntas formuladas por los 14 dioses que participan del juicio (véaselos arriba, sentados, interrogando a Hunefer). A continuación, el difunto, que ha pasado la prueba, es conducido por Horus, con cabeza de halcón, frente a Osiris. Es a este último a quien vemos en el extremo derecho de la figura, presidiendo el tribunal, sentado en su trono, con un látigo y un cayado. A sus espaldas, erguidas, Isis y Neftis.

Un corazón duro, puro e incorruptible en esta vida, y por eso mismo más liviano que una pluma en la otra. La única condición gracias a la cual entendían los egipcios se podía vivir para siempre.

Jorge Thierer

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