Escudriñando
AMPARTAPA
El bien versus el mal
Desde el inicio de la sociedad humana el Mal siempre ha prevalecido sobre el Bien. No se dispone de información relativa a grandes acontecimientos bondadosos y virtuosos que hayan cambiado la humanidad. En todo caso, ante grandes catástrofes como guerras, atentados terroristas, terremotos, tsunamis, etc… el ser humano ha hecho un gran despliegue de generosidad, de compasión, de ayuda, de amor. Pero estas virtuosas manifestaciones han durado poco tiempo, el justo para que el Mal volviera a regular la vida social de los seres humanos. Es solo mirar nuestro entorno familiar y/o social para constatar este acontecimiento de manera cotidiana, lo cual puede repercutir peligrosamente hacia un conformismo que anquilose nuestro razonamiento.
El bien y el mal son conceptos o nociones relativos al sentido, al valor o a las consecuencias de la actuación humana, y también son entendidos como lo que afirma el bien o lo que niega el mal ciertas exigencias o valoraciones, pues los conceptos bien y mal surgen de nuestra conciencia.
Así entendidos ambos, el bien es lo que se ajusta a lo exigido o satisface valoraciones como la verdad, la justicia, el orden, la armonía, el equilibrio, la paz o la libertad, o todo lo que favorece el bienestar ya sea en el ámbito individual o comunitario. El mal, por su parte, es todo lo contrario a lo anterior, significa la negación de lo que somos y lo que no nos conviene como seres humanos. Esta lucha por parte de las fuerzas del bien ocurre totalmente en lo sutil y tiene lugar a nivel del poder existente.
Cuando hablamos del mal no podemos evitar referirnos al bien ya que no existe uno sin el otro. Esto nos lleva a un problema en el que intervienen cuestiones éticas, morales y de cómo se construye la subjetividad. Es indudable que se trata de un término en el que vamos a encontrar una serie de fenómenos personales, sociales e históricos donde aparecen asesinatos, violaciones de toda índole, guerras, genocidios y todos aquellos actos que se caracterizan por poner en juego lo siniestro; es decir, la perversidad propia del ser humano. Históricamente se ha abordado la cuestión del mal tratando de fundamentarlo desde una fuerza diabólica sobrenatural o, por lo contrario, formando parte de nuestra estructura genética.
Sin embargo el mal y el bien todavía siguen teniendo resonancias teológicas asociados con la fuerza del Demonio y del Creador. Por ello se torna necesario sostener que su posibilidad es propia de la condición del ser humano que debe dar cuenta de una subjetividad construida en la relación con otro en el interior de una cultura.
Un intento de teorizar sobre el bien y el mal, entre otras opciones metodológicas, consiste en un esquema representado por un continuo con dos polos o extremos, en cada uno de los cuales existe un concepto límite (relativo a lo bueno o a lo malo). En este continuo, toda acción humana se ubica en un punto, más cercano al bien o más cercano al mal. Ejemplos de polos: amor/odio; orden/desorden; paz/guerra; equilibrio/desequilibrio.
Ahora bien, nos damos cuenta que además de las especificidades de significación de cada uno de estos pares dicotómicos (amor/odio, orden/desorden), cada elemento del par nos impacta en un sentido o en otro sentido opuesto. El cómo nos impacta se traduce en el valor, no sólo del concepto, sino de su concreción en nuestra vida, lo cual nos lleva a preferir el orden sobre el desorden, el amor sobre el odio. Esto parece sugerirnos la noción de “supra orden subyacente” o de “estructura superior invisible” del universo, “orientada con un sentido positivo”. Esta noción es reforzada por nuestra (¿innata?) capacidad valorativa, presente en todas las culturas vinculada con las nociones positivas mencionadas, por lo cual no resulta nada difícil lograr consenso o conseguir el respaldo de la gente en cuanto a favorecer condiciones asociadas a los conceptos de orden, equilibrio, justicia y amor, a menos que algunos se sitúen (febrilmente o a ciegas) en posiciones fundamentalistas, pongan lo doctrinario o ideológico por encima del bien común.
Las preferencias en los seres humanos no son sólo de tipo fisiológico, sino también de carácter simbólico, o sea, derivadas de conexiones entre significados, expectativas y valores, con una noción de „sentido‟. Los valores son algo abstracto, propio de nuestro pensamiento, y éste se desarrolla mediante simbolismos, o sea, de conexiones entre significados y significantes con sentido valorativo. La noción de „sentido‟ implica que los humanos, además de satisfacer nuestras necesidades fisiológicas, nos dirigimos hacia algo más allá de lo que está a la vista, buscamos o perseguimos algo más. Hay quien afirma que los humanos no sólo usamos las cosas, sino que les damos valor o le asignamos una importancia específica según cada quien. En este sentido, las cosas no sólo son lo que son, sino lo que significan para cada quien, según el valor que les otorgamos.
El Bien y el Mal, están en todas las culturas y religiones (religiones tradicionales, hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo, Islam). El mal es un concepto difícil de delimitar. No es simple, sino amplio, como el del bien, o los de vida y muerte. No es secundario, y menos unido a su opuesto, y presentado como alternativa: Elige tu camino, el bien o el mal… Pero ¿qué bien, qué mal?
¿Qué elegir para nutrirse y no envenenarse, para protegerse u orientarse? El problema es discernir la calidad de cada uno de los elementos de esa vida que anhelamos y que tiene diversos niveles.
Por otro lado, el léxico que designa las formas del mal es amplio y heterogéneo: falta, pecado, dolor, muerte, desgracia, engaño, mentira, sufrimiento. No así del bien que parece cobijarse y expandirse con las acciones expresadas potencialmente con amor. Si el bien y el mal revelan un orden de las cosas, todavía queda por averiguar de qué orden se trata y cuál es su verdadera lógica. Esa libertad naciente enfrentada al mal, con la posibilidad de intervenir en los acontecimientos pero también de actuar sobre uno mismo.
Quizá sea más fácil señalar el mal que definir el bien. El bien siempre está por venir, del mismo modo que El Creador no ha terminado de manifestarse como “más grande”, al hacer que la humanidad vaya siendo cada vez “más grande”. En el fondo, no hemos llegado a saber del todo qué es el ser humano y no hemos terminado de construir el bien a través de los bienes: nada está escrito por adelantado. Pero sabemos y podemos desde ahora oponernos, con todas nuestras fuerzas, a lo intolerable, a lo inhumano.
¿Qué hace la ley para determinar el bien y el mal? ¿Se reconoce que hay que educar y afinar la conciencia en su percepción del bien y del mal? ¿Se tiene en cuenta, para juzgar del bien y del mal, la complejidad de las situaciones, insertas también ellas en trayectorias indescifrables?
Al hablar sobre el bien y el mal, tres aspectos importantes llaman atención: primero, al calificar algo como bueno o malo lo hacemos desde nuestra propia conciencia personal, y lo hacemos, actuando como jueces veritativos, aún desde que somos niños; segundo, los integrantes de un grupo o comunidad humana, generalmente, llegamos con relativa facilidad a un punto de acuerdo o coincidencia acerca de lo que es bueno o malo con respecto a algo que conocemos o nos afecta a todos, y rara vez sucede lo contrario.
Y tercero, el mal relacionado de manera específica con una valoración ética o estética, como amor, orden, justicia, armonía, equilibrio, bienestar, paz o libertad, no se define o describe en función de sí mismo sino que se hace, directa o indirectamente, por ser lo opuesto a algo otro que constituye la valoración positiva; por ejemplo: el desorden es la carencia de orden, el odio es lo opuesto al amor; el malestar es la carencia o lo opuesto al bienestar.
En la religión milenaria monoteísta y dualista del Zoroastrismo o Mazdeísmo, se cree en el libre albedrio para elegir el bien o el mal. Sus dioses son: El Aura Mazada que representa El Bien y La Luz y su hermano gemelo el Angra Mainyu al Mal y la Oscuridad.
Por su parte, la neurociencia sostiene haber resuelto: el mal no existe, los actos “malos” son solamente el resultado de un neocórtex.-* predeterminado a actuar de esa forma.
En la actualidad muchos neurocientíficos mantienen la idea de que los actos consciente y voluntariamente malignos son una ilusión.
Y al reducir el mal a un mal funcionamiento puramente neurológico o a una malformación en las conexiones del cerebro físico, al eliminar el elemento de tomar una decisión consciente con base en el libre albedrío, ¿acaso no han eliminado los neurocientíficos también la «agencia moral», la responsabilidad personal? ¿Significa esta excusa de «neuromitigación» («mi cerebro me hizo hacerlo», como la han llamado algunos críticos) que ningún ser humano quiere hacerle mal a otro?
En la mayoría de los casos creemos en «el mal», aunque realmente no sabemos qué es Baron-Cohen considera que lo que nosotros llamamos «mal» es en realidad la falta de empatía en el cerebro.
Por tanto parece que nuestra estancia sobre la tierra estará “eternamente” subyugada al poder del Bien y del Mal, donde el libre albedrio se torna como una espada de doble filo quien nos señala el camino “conciensialmente a seguir sin identificación alguna”.
*(El neocórtex o neocorteza es una estructura dividida en finas capas que recubre el cerebro de los mamíferos. Esta diferencia el cerebro de los mamíferos de los de otros animales, ya que no está presente en aves ni en reptiles. Además, presenta marcadas diferencias entre las distintas especies de mamíferos.)