Cuando me puse a pensar en el título del presente trabajo, lo primero que se me vino a la mente es el concepto de trabajo encerrado en los dos últimos términos del mismo, es decir: obrero y taller. Pienso que ésta ideas tieneN sus raíces para todos nosotros en los conceptos que adquirimos en la vida profana desde los primeros años de formación, esto es, ……. el taller es el lugar donde el obrero realiza su trabajo.
En conversaciones con mi querido hermano Félix, a cerca del título de la presente plancha obtengo la siguiente frase: El Aprendiz como obrero del taller… para merecer el título de ser reconocido como tal, debe pasar por una serie de pruebas a fin de demostrar su capacidad, su inclinación al servicio de la humanidad y sobre todo a un perfeccionamiento de su yo interior.
El término Aprendiz que en la vida profana tiene un significado muy corriente, en cambio, en términos masónicos, encierra una ligazón indisoluble con los términos obrero y taller. En este sentido, y a fin de conceptualizar mejor los términos, acudo al diccionario masónico que los define de la siguiente manera:
Aprendiz: Denominación del primer grado de la Masonería simbólica, admitido en todos los sistemas y ritos. El grado de Aprendiz en el simbolismo Masónico representa al hombre en su primera infancia y en los primeros siglos de la civilización. Sus ojos débiles aún, no pueden contemplar directamente los fulgores del sol, por lo que en la logia está sentado al norte. Este grado se aplica al estudio de las leyes y misterios de la masonería. Trabaja simbólicamente en el desbaste de la piedra bruta, desde el mediodía a la medianoche y recibe su salario en su columna.
Obrero: Nombre figurado de un francmasón. Obrero en su acepción más general es todo aquel que trabaja. Como prenda segura del bienestar de los pueblos, la masonería consagra y recomienda el trabajo a sus miembros, como el primero de los deberes; por eso se distinguen entre sí por el nombre genérico de obreros.
Taller: Denominación con la que generalmente se designa a la logia y muy particularmente al templo donde se verifican los trabajos.
Las definiciones obtenidas en esta forma, me confirmaron que la orientación de la presente plancha debía estar dirigida hacia el trabajo del aprendiz, en este sentido, expongo a continuación los conceptos básicos que sobre este concepto fueron desarrollados por preclaros masones.
«La Masonería no se revela efectivamente sino a sus adeptos, a quienes se dan enteramente a ella, sin reservas mentales, para hacerse verdaderos masones, es decir obreros iluminados de la inteligencia constructora del universo, que debe manifestarse en su mente como verdadera luz que alumbra, todos sus pensamientos, palabras y acciones».
«Cualquiera que sea el grado exterior que podamos conseguir, o que ya se nos haya conferido, difícilmente nos será dado superar realmente el grado de aprendiz. En la finalidad iniciatica de la orden somos y continuaremos siendo aprendices por un tiempo mucho mayor que los simbólicos tres años de edad. Ojalá todos fuéramos buenos aprendices y lo fuéramos en toda nuestra existencia».
«El grado que se nos ha otorgado, y exteriormente se nos reconoce, es siempre superior al grado efectivo que hemos alcanzado y realizado interiormente, y difícilmente podrá tacharse de excesiva la permanencia en este primero, por grandes que sean nuestros deseos; y los esfuerzos que hagamos en este sentido».
En la verdadera Masonería no debería existir primero, ni último, ni fuerte ni débil; ni rico ni pobre; superior ni inferior; grande ni pequeño; todos somos hermanos, todos iguales y sólo es grande aquel que se distingue de los demás por sus virtudes y su trabajo en busca del engrandecimiento personal, de la orden y por ende de la humanidad.
La condición y estado de aprendiz, precisamente se refiere a nuestra capacidad de aprender: somos aprendices en cuanto nos hacemos receptivos, nos abrimos interiormente y ponemos todo el esfuerzo necesario para aprovechar constructivamente de todas las experiencias de la vida y de las enseñanzas que en cualquier forma recibamos. Nuestra mente abierta y la intensidad del deseo de progresar, determinan esta capacidad.
Toda la vida es, para el ser activo, inteligente y diligente, un aprendizaje incesante: todo lo que encontramos en nuestro camino puede y debe ser un provechoso material de construcción para el edificio simbólico de nuestro progreso, el Templo que así levantamos, cada día, cada hora y cada instante a la G.D.G.A.D.U. Es decir, del Principio Constructivo y Evolutivo en nosotros.
Todo es bueno en el fondo, todo puede y debe ser utilizado constructivamente para el bien a pesar que pueda presentarse bajo la forma de una experiencia desagradable de una contrariedad imprevista, de una dificultad, de un obstáculo, de una desgracia o de una enemistad.
EL TRABAJO DEL APRENDIZ:
Desbastar la piedra bruta, acercándola a una forma en relación con su destino: he ahí la tarea o trabajo simbólico al que tiene que dedicarse todo aprendiz para llegar a ser el obrero que posee enteramente su arte.
En este trabajo simbólico el aprendiz es a su vez obrero, materia prima e instrumento. El mismo es la piedra bruta, emblemático de su actual imperfecto desarrollo, a la que tiene que convertir en una forma, o perfección interior, de manera que pueda tomar y ocupar el lugar que le corresponde de acuerdo con el Plan, en el edificio al que está destinada.
Dado que la perfección es infinita, y en su estado absoluto inasequible, únicamente podemos esperar acercarnos a la perfección ideal que nos es dado concebir, en el estado o etapa de progreso en el que actualmente nos encontramos. Nuestro progreso se desarrolla, pues, a través de grados sucesivos de perfección relativa, y el propio reconocimiento de nuestra imperfección por un lado (la piedra bruta), y el de un ideal que anhelamos, por el otro, son las primeras condiciones indispensables para que pueda haber un tal esfuerzo o trabajo.
El trabajo mismo consiste en despojar a la piedra de sus asperezas, poniendo primero en evidencia las caras ocultas en el estado de rudeza de la piedra; luego rectificando esas caras, alisándolas y quitándole todas aquellas protuberancias que la alejan de una forma armoniosa como la que es preciso lograr.
Es importante notar que no se trata de acercar la piedra a la forma de un determinado modelo exterior, si bien esto puede servir de inspiración, sino que el modelo o perfección ideal ha de buscarse dentro de la misma piedra, de cuyo fuero intimo, ha de ser manifestada la forma propia que a cada piedra idealmente le pertenece. «Se trata de reconocer y manifestar la perfección innata del Ser Intimo, de la Idea Divina que mora en cada uno de nosotros, cuya expresión relativa y progresiva es el objeto constante de la existencia.’
LOS INSTRUMENTOS Y LA OBRA
La celebridad de los Misterios egipcios fue tan grande en la época de su apogeo, que hombres ilustres de varios países, especialmente los filósofos de Grecia acudieron a los sacerdotes para ser iniciados. De esta forma Moisés que preparaba las leyes para el pueblo hebreo, fue iniciado en estos misterios. Salomón tuvo la inspiración de hacer revivir los misterios de la iniciación primitiva y mando a construir el templo de magnifica belleza. En la construcción de este grandioso templo hubo un orden excepcional en la distribución del trabajo entre el gran número de obreros que tomaron parte en su construcción. Esta fue la causa de que reuniera a los jefes de las obras y propusiera edificar moralmente un templo semejante en todo al que estaban construyendo. Todos consintieron en ello, y los obreros materiales, hombres instruidos, se convirtieron en obreros simbólicos, y poco a poco en sabios que practicaban y enseñaban la moral bajo el velo de la alegoría.
Ese trabajo de la piedra, que también históricamente es el primer trabajo humano, necesita para su perfección tres instrumentos característicos, que son el martillo, el cincel, y la escuadra.
La escuadra representa fundamentalmente la facultad del juicio que nos permite comprobar la rectitud o falta de la misma, o sea la ortogonalidad de las seis caras que se trata de labrar, así como de sus aristas y de los ocho ángulos triedros en que se unen, con objeto de que la piedra sea rectangular como ha de serio toda piedra destinada a formar parte de un edificio. En cuanto al martillo y al cincel, como instrumentos propiamente activos, precisamente representan los esfuerzos que por medio de la Voluntad y de la Inteligencia, necesitamos realizar para acercamos a la realización efectiva de esos ideales, que representan y expresan la perfección latente de nuestro ser Espiritual. Además, utiliza la vara de 24″ para denotar que debe dividir el día en 3 partes (8 horas al servicio de Dios y al auxilio de algún hermano desvalido, sin menoscabo nuestro ni de los nuestros, 8 horas al trabajo tesonero y 8 horas al descanso reparador.)
«La plomada, concierne principalmente al aprendiz, en cuanto muestra la dirección vertical de sus esfuerzos y de sus aspiraciones, para realizar lo que hay de más elevado en su ser y en sus posibilidades latentes. Este es el uso que debemos hacer de la plomada para levantar el simbólico templo a la Gloria del Gran Arquitecto, de que proceden nuestras más elevadas aspiraciones: el Templo que construimos o levantamos en nuestro interior con nuestra propia vida».
El Templo y la piedra cúbica son una misma cosa: el ideal que debemos realizar individualmente y en nuestra vida esforzándonos en superar nuestros defectos y debilidades y en vencer y dominar nuestros vicios, instintos y pasiones, que son las asperezas de la piedra bruta que representa nuestro estado de imperfección.
EL PLAN DEL GRAN ARQUITECTO
«El masón coopera la realización del plan del Gran Arquitecto o Inteligencia Creadora, cuyas obras aparecen doquiera en el universo. Este plan es la evolución: La evolución Individual y la Evolución Universal de todos los seres».
«El masón se distingue así del profano, en cuanto entiende y realiza esta cooperación voluntaria y consciente, convirtiéndose en un OBRERO dócil y disciplinado de la Inteligencia Creadora, esforzándose en seguir el sendero que conduce al magisterio, o sea a la perfección de la Magna Obra del Dominio completo y de la redención y regeneración individual».
Para concluir queridos hermanos me hago eco de las palabras expresadas por G.E. Lessing acerca del trabajo y de los logros conseguidos a través del mismo:
«No vale tanto el hombre por la verdad que posee o dice poseer como por el esfuerzo sincero que le ha costado conseguirla; porque sus poderes no aumentan al poseer la verdad, sino por el contrario al investigarla, que es en lo único que consiste su perfectibilidad».
Por: Benjamín Pabón Aliaga