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CUERPO ASTRAL

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CUERPO ASTRAL 

Apenas hará falta recordar que los egipcios creían implícitamente en el Ka, del cual podría decirse que corresponde a nuestro concepto del «Cuerpo Astral». Este Ka no era el Alma del hombre, debemos aclarar desde ya, sino su vehículo, exactamente del mismo modo en que el cuerpo astral es considerado en la actualidad el vehículo de la mente y del alma. Era este Ka quien visitaba de tiempo en tiempo al cuerpo momificado, siendo generalmente descrito como una especie de Doble del muerto con forma de pájaro. Así nos lo muestran muchas antíguas pinturas egipcias en el Libro de los muertos, donde se narran las peregrinaciones y pruebas sufridas por los muertos en la vida de ultratumba, como así también en otros escritos primitivos. 

Más sorprendente y de mayor importancia, es el Libro tibetano de los muertos, traducido al inglés (Tibetan Book of the Dead), editado por el doctor W. Y. Evans Wentz y publicado por la imprenta de la Universidad de Oxford (1927). Esta obra —El Bardo Thödol— fue mandada hacer probablemente en el siglo viii de la era Cristiana, recogiendo enseñanzas de data mucho más antígua. El manuscrito del cual deriva la actual traducción tiene, en opinión de los peritos, de 150 a 200 años de antigüedad. Su tema general es el mismo que el de la obra egipcia, pero, desde el punto de vista moderno, que es el nuestro, es mucho más «racional», y muchas de sus enseñanzas coinciden en forma notable, con las de las ciencias psíquicas y ocultas. Sin duda resultará de interés la transcripción de aquellos fragmentos del libro que tratan más o menos directamente nuestro propio tema. 

Cuando un hombre va a morir, se llama a un Lama, cuyo deber consiste en cuidar al moribundo y guiarlo prudentemente hacia el otro mundo. El Lama oprime las arterias laterales del cuello, a fin de mantener consciente al moribundo y dirigir correctamente esta conciencia. En efecto, la naturaleza de la conciencia en la hora de la muerte determina la condición futura del «complejo del espíritu» no siendo la existencia otra cosa que la continua transformación y pasaje de un estado consciente a otro. La presión ejercida sobre las arterias regula el curso a seguir por la corriente vital saliente (Prana). El curso adecuado es aquel que pasa a través del orificio de Monro. «Si el moribundo está a punto de expirar, vuélvaselo sobre el lado derecho; esta postura se llama ‘Postura yacente del león’. Debe presionarse el pulso de las arterias (a los lados derecho e izquierdo del Cuello). Si el paciente en trance de morir muestra disposición a dormirse o si el sueño quiere apoderarse de él, debe impedírselo a toda costa, apretando las arterias con suavidad pero firmemente. En esta forma, la fuerza vital no puede regresar del nervio medio, teniendo que pasar forzosamente, al salir, por la apertura brahmánica. 

Sobreviene entonces el momento de enfrentarse cara a cara con el Más Allá. En estos instantes tiene lugar el primer vislumbre del Bardo, de la Luz Clara de la Realidad… y todos los seres conscientes lo experimentan». 

Mientras dura la agonía, el Lama lo alienta para que conserve la mente serena y equilibrada, de manera que pueda ver la Clara Luz de la Realidad e ingresar en ella, sin ser perturbado con alucinaciones o «formas-del-pensamiento» que carecen de existencia objetiva, como no sea en la mente del que se muere. El Lama vigila todo el proceso de la salida del cuerpo astral del físico, en el momento de la muerte. «Se acepta generalmente que el proceso (de separación) lleva de tres días y medio a cuatro, a menos que intervenga un sacerdote llamado hpho-bo, lo que equivale a ‘extractor-del-principio-consciente’; y de ordinario, aun cuando el sacerdote logre realizar la extracción, el moribundo no llega a percibir el proceso de la separación del cuerpo físico hasta la expiración del mencionado espacio de tiempo. 

Si el pensamiento del sujeto no se ha concentrado adecuadamente en la percepción de la «Clara Luz», es probable que se le aparezcan decenas de espíritus y demonios de toda clase; pero se insiste sobre el hecho de que estos demonios carecen de existencia objetiva o real; son simples alucinaciones o «formas-del-pensamiento» que no poseen realidad salvo en el pensamiento del que las ve. Estas apariciones son puramente simbólicas. La mente es capaz de elaborarlas o de crearlas, exactamente del mismo modo en que noche a noche lo hacemos durante el sueño. El sujeto debe abrirse paso a través de ellas para alcanzar la Clara Luz del Vacío. Cuanto antes logre hacerlo, tanto más pronto alcanzará su «liberación». 

Las enseñanzas referentes al cuerpo astral, son sumamente claras y concisas: «Cuando te recobres del desvanecimiento (de la muerte) tu Conocedor deberá elevarse en su condición primordial y un cuerpo radiante, semejante al cuerpo anterior, habrá surgido… Es éste el llamado cuerpo-del-deseo… Se ha dicho del Cuerpo-Bardo, que se halla ‘dotado de todas las facultades de los sentidos’… El libre movimiento implica que tu cuerpo actual, siendo solamente una estructura del deseo no está hecho de burda materia… Te verás dotado entonces, de una facultad de movimiento milagrosa… Sin cesar, y sin que tu voluntad pueda impedirlo, te hallarás vagando por los espacios. Y a todos aquellos que lloren tu muerte, tú así les hablaras: ‘Estoy aquí, no lloréis ya’. Pero cuando ellos demuestren no haberte escuchado, entonces te dirás: ‘¡Estoy muerto!’ Y nuevamente volverás a sentir toda la magnitud de tu infortunio. Pero no dejes que la pesadumbre haga presa de ti… Siempre habrá a tu alrededor una luz gris, crepuscular, que alumbrará tus noches y tus días… Y si buscas un cuerpo, sólo conseguirás aumentar todavía tu aflicción. 

Olvida el deseo de un cuerpo, y deja que tu mente acoja su destino con resignación, actuando, de ahí en más, conforme a su nueva condición… Tales son las indicaciones pertinentes a la trayectoria por el Sidpa Bardo del cuerpo mental. Por entonces, la felicidad o el infortunio sólo dependerán de Karma…» 

El Cuerpo Astral podría definirse cómo el Doble o contraparte etérea del cuerpo físico al cual se parece y con el cual coincide normalmente. Se cree que está constituido por alguna forma sutil o semifluida de materia, invisible a la visión física. En el pasado se lo solía llamar cuerpo etérico, cuerpo mental, cuerpo espiritual, cuerpo del deseo, cuerpo radiante, cuerpo de resurrección, doble, cuerpo luminoso, cuerpo sutil, cuerpo fluídico, cuerpo brillante, espectro y con otros diversos nombres. En la literatura teosófica reciente se han hecho distinciones entre estos diversos cuerpos; pero a los fines actuales podemos pasar por alto estas diferencias y llamar «Cuerpo Astral» a cierta forma más sutil y distinta de la estructura orgánica, conocida por la ciencia occidental, y que estudian nuestros fisiólogos. 

La enseñanza más difundida y general es que cada ser humano «posee» un cuerpo astral exactamente en la misma forma en que posee un corazón, cerebro e hígado. En realidad, el cuerpo astral representa con más verdad al Hombre Real que el cuerpo físico, puesto que éste último no es más que una mera máquina adaptada para el funcionamiento en un plano físico. Pero tampoco debe creerse que el cuerpo astral es el Alma del hombre. Este es un frecuente error. Del cuerpo astral se ha dicho que es el vehículo del Alma, precisamente de la misma manera en que el cuerpo físico es un vehículo, y constituye uno de los eslabones esenciales en la cadena que une a la mente con la materia. Claro está que al materialista, que considera a la mente cómo un mero producto de ciertas actividades cerebrales, una teoría semejante le parecerá superflua y carente de sentido. Pero esta obra no está dirigida a los materialistas. Por el contrario, está dirigida a aquellos que creen en la realidad de ciertos fenómenos supranormales (psíquicos) y en la posibilidad teórica, al menos, del cuerpo astral. Para ellos éste libro representará, estoy seguro, una verdadera fuente de valiosa y singular información. 

El cuerpo astral coincide, pues, con el cuerpo físico durante las horas de la vigilia, de conciencia plena; pero durante el sueño el cuerpo astral se separa, en mayor o menor grado, flotando, por lo general, precisamente encima de aquél, en forma ni consciente ni controlada. En los trances, síncopes, desvanecimientos momentáneos, o bajo el efecto de algún anestésico, el cuerpo astral se separa del físico en forma similar. Estos casos de desprendimiento constituyen ejemplos de proyección automática o involuntaria. 

En contraposición a éstos, se hallan los casos denominados de proyección consciente o voluntaria, en los cuales el sujeto «quiere» abandonar el cuerpo físico y efectivamente lo logra. En estas condiciones el sujeto se hallará completamente alerta y consciente en su cuerpo astral; podrá contemplar su propio mecanismo físico y viajar a voluntad, observando escenas y visitando lugares que nunca antes había visto. Posteriormente él mismo podrá verificar la verdad de estas experiencias visitando las escenas o lugares en cuestión. Durante la estada plenamente consciente en el cuerpo astral parece hallarse provisto de extraordinarios poderes supranormales. Puede retornar voluntariamente a su cuerpo físico o bien ser arrastrado de nuevo dentro de éste por causa de algún shock, susto o una emoción vívida. 

El cuerpo físico y el astral se hallan invariablemente conectados por medio de una especie de cordón o cable, a lo largo del cual pasan corrientes vitales. En caso de romperse este cordón, la muerte sobreviene instantáneamente. La única diferencia entre la proyección astral y la muerte es que en el primer caso el cable se halla intacto y trunco en el segundo. Este cordón —el «Cordón de Plata» de que se habla en el Eclesiastés— es elástico y capaz de una gran extensión. Él constituye el eslabón esencial entre los dos cuerpos. Lo que antecede no es sino un breve sumario general de la doctrina y enseñanzas concernientes al cuerpo astral y su proyección. 

Ahora bien; aunque la literatura sobre éste tema es bastante voluminosa, no me ha sido posible encontrar por ninguna parte suficiente material de valor científico, y, sobre todo, casi nada de naturaleza práctica, esto es, cómo proyectar el cuerpo astral. Si realmente existe un cuerpo tal y puede ser proyectado voluntariamente como muchos individuos lo afirman ¿por qué son tan escasos los consejos e información práctica publicados en la materia? Está muy bien insistir en los posibles «peligros» involucrados en el procedimiento; cualquier persona sensata se dará cuenta de que es bien probable que existan, pero, ¿cuántas personas no estarían dispuestas a intentarlo, de todas maneras? A pesar de todo, es casi imposible obtener información práctica alguna de aquéllos que afirman ser capaces de «proyectarse» a voluntad; y estoy seguro de que en este punto no habrá ningún estudiante de teosofía que no esté de acuerdo conmigo. ¿Cuál es la causa? Coincido en un todo con el señor Muldoon en que la razón para todo este secreto no se debe a los «peligros» teóricos involucrados, sino simplemente a que los tales «maestros», como ellos mismos se titulan, no saben. Saben que la proyección astral existe; puede ser también que hasta la hayan experimentado por sí mismos; pero los verdaderos detalles del proceso cómo se lleva éste a término esto no lo saben y, en consecuencia, no pueden enseñarlo a los demás. El gran valor de esta obra radica en el hecho de que estos datos son proporcionados al mundo por vez primera, y es mi convencimiento que poseemos en ella un documento del mayor valor. La información así reunida y que por tantos años han estado esperando los estudiantes de teosofía podría no haber visto nunca la luz, si una afortunada combinación de casuales circunstancias no hubiera hecho posible su publicación. Seguramente le interesará saber al lector, pues, cómo llegó a ser escrito éste libro y también algo acerca de su autor. 

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