Esta virtud tiene determinadas propiedades, establecidas en la Teología Cristiana.
I. Propiedades de la Caridad.
a. Superior a todo. El amor a Dios tiene que ser superior a todo lo demás. Amar a otras criaturas más que a Él, sería un profundo desconocimiento y desprecio del sumo bien. La medida del amor a Dios es amarlo sin medida. Este amor es inconmensurable, infinito. Debe aventajar a cualquier otro amor.
b. Es interno y activo. Es un sentimiento interno profundo; es creciente de acuerdo al desarrollo del ser humano y es demostrable con obras. «Hijos, no amemos sólo de palabra y con la lengua; amemos con las obras y en verdad» (1 Juan 3, 18). La caridad es el principal mandamiento, el lazo de unión, la forma y la madre de todas las virtudes sobrenaturales. El precepto de la caridad, impone las obras de la caridad. Estando siempre el hombre sometido a la acción moral, es imposible que sin las obras de caridad pueda ésta existir largo tiempo, ni mucho menos crecer. Si es verdadera la complacencia, debe manifestarse en la expresión y acción de la Caridad.
c. Es intrínseco a la naturaleza humana. El hombre debe ofrecerse a Dios como criatura de Él y con todas las fuerzas vitales que El lo doto. d. La Obediencia por amor a Dios. La disposición esencial del discípulo de Jesucristo es el amor obediente. Es el amor de sentimiento y el de sumisión. Cristo probó su amor al Padre y la humanidad por su divina sumisión y por la muerte obediente en la cruz. Por su amor obediente al Padre, restableció las relaciones amorosas entre Dios y la humanidad, que habían quedado rotas por la desobediencia de los primeros padres.
Con este ejemplo, cada cristiano debe probar y conservar su amor por medio de la obediencia y merecer aquí en la tierra, mediante su amor obediente, la eterna sociedad de amor con Dios en el cielo. «Conviene que el mundo conozca que amo a mi Padre y que obro según el mandato que Él me dio» (Juan 14, 31).
«El amor es el cumplimiento de la ley» (Rom 13, 10), «toda la ley se compendia en un solo precepto, que es: amarás a tu prójimo como a ti mismo»
(Gal 5, 14), «el fin de la ley es el amor» (1 Tim 1, 5).
Esta demostración de amor a Dios tiene consecuencias de acuerdo a la Teología Cristiana. II. Efectos del amor a Dios. a. Perdón de los pecados. Quedaron testimonios escritos en los evangelios:»Se le perdonan muchos pecados porque ha amado mucho» (Lc 7, 47); «Quien me ama será amado de mi Padre y yo también lo amaré» (Juan1.21).
b. El Gozo Divino. Los frutos del amor son: la alegría, el júbilo, la paz, la misericordia, paciencia, el amor a la cruz, y el gozo en el Espíritu Santo. (Gal.5.22)
III. Obstáculos a la Caridad.
a. Odio a Dios. Es la más viva manifestación contra la Caridad. Es un rechazo a Dios sin ambages, una enemistad declarada hacia el mismo Dios. Juzga que sus mandamientos, su justicia y santidad, son un obstáculo a su propia voluntad y por lo tanto decide colocarse en contra de Dios.
b. Disconformidad con los mandamientos, sacramentos e instituciones. Es un pecado de debilidad por entender que son obstáculos para el mejor amor a Dios. Concluido el análisis de las virtudes Cardinales y Teologales, que ha llevado varias ediciones, haremos un resumen didáctico que ayude a la pronta referencia.
Resumen de la Virtud.
Que es Virtud. La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. Un distinguido personaje e la Iglesia Católica, San Gregorio de Nisa afirma: «El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1). Virtud Humana. Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan los actos del Ser Humano, ordenan y controla sus pasiones y guían su conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.
Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.
Virtudes Cardinales. Son virtudes morales, que desempeñan un papel fundamental en el universo de las Virtudes. De ahí su denominación de “cardinales”, Las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. La Prudencia. Es la virtud de la Razón Práctica, que invita a discernir en toda circunstancia sobre el verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. La Prudencia guía el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar. “El hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14, 15). La prudencia es la “regla recta de la acción” según santo Tomás (Summa theologiae, 2-2, q. 47, a. 2, sed contra) La Justicia. Es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar al prójimo lo que les es debido. Para los hombres, la justicia dispone respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo.
“Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19, 15).
La Fortaleza. Es la virtud moral que asegura en las dificultades, la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa.
La Templanza. Es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar “para seguir la pasión de su corazón”.
San Agustín describe con claridad al hombre virtuoso. La Templanza preserva al hombre de la corrupción, de la impureza del amor. La Fortaleza lo hace invencible a todas las incomodidades, malas atracciones.
La Justicia le impide aceptar vasallajes, sometimientos y desconocimiento a los derechos propios y ajenos. Finalmente, la Prudencia le hace estar siempre en guardia para discernir las cosas y no dejarse engañar subrepticiamente por la mentira y la falacia. (San Agustín, De moribus Ecclesiae Catholicae, 1, 25, 46). Virtudes Teologales. Son virtudes humanas que se arraigan y refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: La Fe, La Esperanza y La Caridad.
La Fe. La Fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado y que la Santa Iglesia propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” El creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios.
El don de la Fe es activa. Requiere del hombre obras y acciones. La Fe sin obras está muerta. Hay que guardar la Fe, vivir de ella, difundirla y también profesarla, testimoniarla con firmeza. La Esperanza. La Esperanza es la Virtud Teologal por la que el hombre creyente aspira al Reino de los cielos, a la vida eterna como felicidad completa. Se apoya en las promesas de Cristo. La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre.
«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto, dudoso y el tiempo breve, largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3) La Caridad. La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, por amor a Dios. Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús, cuando les dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Y también: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).
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