Nuevamente recordemos el concepto de Virtud. La virtud es la disposición habitual y firme, que radica en una persona, a hacer el bien. Por esta disposición, la persona no sólo realiza actos buenos, sino da lo mejor de sí misma, con decisión firme y toda su fuerza mental, corporal y espiritual, para ejecutar sus acciones que tienden hacia el bien; a la búsqueda y elección de el a través de actitudes concretas. Un notable moralista predicaba en su tiempo: “Tened en cuenta todo cuanto hay de verdadero, noble, justo, puro, amable, honorable, todo lo que sea digno de elogio, todo eso es virtud.”
La Virtud Teologal es un don sobrenatural porque es infundida por el Espíritu Santo y por lo tanto capacita para creer en Dios; fijar el destino humano en El Creador y amar a Dios tal cual es.
En las virtudes Teologales se menciona con frecuencia al Espíritu Santo. Para tener claro este concepto, recurriremos a la Teología Cristiana y Judaica para entender su significado.
Espíritu Santo. En la teología cristiana, el Espíritu Santo o sus equivalentes como son, Espíritu de Dios, Espíritu de verdad, Paráclito o Menahem: acción o presencia de Dios, es una expresión bíblica que se refiere a una compleja noción teológica a través de la cual se describe una «realidad espiritual» suprema, que ha sido interpretada de maneras múltiples en las confesiones cristianas y escuelas teológicas. Las interpretaciones de carácter trinitario, del Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; consideran al Espíritu Santo como una persona divina, que conjuntamente con las otras dos personas conforman la Unicidad del principio divino del Supremo Dios Creador. Esta es la doctrina del cristianismo católico, del cristianismo ortodoxo y de algunas denominaciones protestantes.
En el Judaísmo la interpretación es más concreta. El Espíritu Santo es una cualidad de Dios, del mismo modo que es la sabiduría, belleza, etc., No se trata de algo autónomo e independiente de Dios, es una personificación del Poder Creador de Dios.
Hay varias otras concepciones entre las iglesias cristianas, con variaciones respecto a las indicadas anteriormente. Si bien el tratado Teológico sobre el particular es extenso tanto en contenido histórico, tiempo y argumentos, no es este el espacio para tratarlo. Por lo tanto nos sujetaremos a los conceptos anteriores, para la comprensión de lo que se mencione respecto al tratado de las Virtudes Teologales. Este recordatorio es preciso tenerlo en mente antes de abordar la importante Virtud Teologal que es la Caridad. Esta, tiene especial vigencia en la conducta moral del hombre y la sociedad especialmente en los momentos actuales que vive la humanidad.
La Caridad tiene extensión no solo teologal sino también en la vida profana, como se verá más adelante. La Caridad. Es una de las tres virtudes teologales, infundida por Dios, en la voluntad de los hombres, para amar:
A Dios sobre todas las cosas, por ser el Creador
A nosotros mismos por ser obra de Dios y
Al prójimo, por ser criaturas creadas por Dios.
Es una Virtud, considerada un don sobrenatural. San Gregorio de Nisa afirmo en su tiempo: «El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios».
La Caridad principalmente es la virtud del amor. El amor que se da a Dios como el Creador y el amor que damos a nosotros mismos y a los demás como criaturas de Dios.
Esencia de la Caridad. El amor a Dios es la esencia de esta virtud. Así como La Fe nos revela a Dios y creemos en su existencia así no lo veamos; La Esperanza, nos acerca a Él y la vida transcurre con la certeza de volver al Creador; La Caridad es amar a Dios con igual amor con que El ama a sus criaturas. Así como Dios amo a los hombres dándoles a su amado hijo, como ejemplo de vida, de amor al Creador, de humildad, caridad, sacrificio, para enseñarles en base a este ejemplo, a ser buenos y redimirlos de la vida anterior que tenían, la respuesta del hombre no puede ser distinta que la del mismo amor.
Al hombre que en un tiempo convivio con el hijo de Dios hecho carne, lo hace discípulo de Cristo. Las virtudes salvadoras de la fe, esperanza y la caridad,(que es el amor a Cristo mismo, no a las cosas que pueda obtener por amarlo) son parte de la vida del hombre, que desea seguir el ejemplo de vida del Hijo de Dios.
Clases de amor. El amor es la inclinación hacia un bien o persona, nacida del conocimiento que se tiene de su valor y mérito. El amor de interés se mueve por la utilidad o servicio que puede prestar el objeto amado.
Por otra parte, la inclinación hacia alguna cosa o persona para gozarla egoístamente, sin considerar para nada su valor intrínseco, no es amor sino pasión. El amor real comienza cuando uno goza, cuando se siente atraído por el bien, por la cualidad apreciada que tiene el prójimo. Es claro que la forma perfecta del amor, es el amor de benevolencia, que goza con el bien perteneciente al amado, por ser del amado. Con él goza su sentimiento, se regocija, y se ingenia para manifestarle en toda forma su alto aprecio y rendirle el honor que merece. En el campo sobrenatural, el amor de benevolencia, es el de la caridad.
El amor a Cristo. El amor a Cristo es el amor al hijo de Dios. Dios es el motivo y el objeto de la virtud teologal de la caridad, es a Dios mismo a quien amamos. Dios quiere nuestro amor no porque lo necesita sino por reciprocidad, al amor que Él nos entrega. Así como la amistad es un amor de amigo que precisa de reciprocidad para conservarlo e intensificarlo, el amor de Dios es de doble vía. El amor que nos dio con la vida de su hijo; El Hijo que nos dejó el ejemplo que debemos seguir para alcanzar la vida eterna al lado del Creador; son la vía divina que nos alcanza. La vía de retorno es la nuestra que debemos transitar siguiendo el ejemplo recibido y dando el amor divino que recibimos y que nos conduce a Él.
La Caridad, Virtud sobrenatural. La Teología concluye determinando que la Caridad es una calidad divina que Dios otorga al hombre por el amor que le tiene. El amor que Dios da al hombre y que sólo Él puede despertar en su corazón, es una participación inmerecida y sobrenatural de su propia esencia, que es el amor divino: «Así como mi Padre me ha amado, así os amo a vosotros» (Ioh 15,9.) La virtud de la caridad teologal es una participación del hombre, del amor que vive en el interior de la Divinidad. El amor de Dios es un amor dadivoso, es un amor desbordante.
La infusión de la caridad que Dios da al hombre, lo capacita para dar un amor de la misma especie, que hace que ame con el mismo amor de Dios: «Amaos como yo os he amado» (Toh 15, 12). Por eso, la virtud de La Caridad es sobrenatural y divina, pues es una participación del hombre, de la divina vida de amor de Dios, que es el mismo amor. Al entregarnos su amor, transforma nuestro ser más profundo en imagen de su propio amor y despierta en nuestro corazón los movimientos de su mismo amor. Lo que es realmente el amor nos lo muestra Dios mismo con la encarnación, con la muerte redentora, con la santísima eucaristía, con la misión del Espíritu de amor.
Dios es caridad: por eso, al venir Él mismo a habitar y a obrar en nuestra propia alma, no puede menos que comunicarnos la virtud divina del amor. El motivo esencial del amor a Dios no es el pensamiento de que el amor de Dios nos colma de bienes y de felicidad, sino de que es signo y demostración de su intrínseca bondad. Cuando el amor de gratitud del hombre, surge ante la bondad experimentada de Dios, pertenece a la caridad.
El amor sobrenatural es divino porque viene de Dios, porque su motivo y finalidad es Dios mismo, y, en fin, porque lleva a Dios: este amor es el único camino que tenemos para llegar a Dios. El amor sobrenatural es necesario para la salvación. Con él llegaremos a la eterna unión de amor con Dios, unión de amor que se inicia en la tierra.
El motivo fundamental del amor sobrenatural a Dios es también Dios: Dios, digno absolutamente de amor, Dios, en sí mismo bien infinito, Dios, lleno de amor y benevolencia para con nosotros. El amor sobrenatural para con Dios no debe basarse sólo en las propiedades absolutas de Dios, sino que ha de inflamarse también en la consideración de su bondad para con nosotros, porque nuestro amor para con Él debe ser también gratitud por sus inefables beneficios, pues son éstos los que nos trazan el camino más fácil para llegar hasta el santuario de su divino amor.
El amor al Prójimo. La caridad ordena todas las cosas hacia Dios. Puesto que por la caridad, Dios es, centro de ella, por fuerza tendremos no sólo amor a Dios, sino que llegaremos a amar y a querer con Dios, cuanto Dios ama y quiere. Cuando el amor viene de Dios, llega a todas las criaturas, lo que quiere decir que teniendo el divino amor en el alma, todas las criaturas cantan un himno de alabanzas al amor de Dios, digno de su grandeza.
Debemos amar al prójimo porque Dios lo ama, tal como Dios lo ama, y en cierto modo con el mismo amor de Dios, pues es el mismo que recibimos de El. Se ve que amamos al prójimo con amor divino y sobrenatural si nos ingeniamos por acercarle más a Dios, por afianzarlo más en su amor. El amor divino «no busca su interés» (1 Cor 13, 5), puesto que es voluntad no de sacar deleite o preponderancia sobre el prójimo, sino de servir, sin ningún interés, fines más elevados, como son la gloria de Dios y la salvación del prójimo, que enaltece más el amor de Dios.
El Constructor