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AGRESIVIDAD

El Dr. Alberto Chertock ha publicado un libro titulado “No se enoje, la agresión es contagiosa” en el cual señala que “Nuestra sociedad vive en un clima de violencia y agresión insoportables, que se repiten cotidianamente tanto en la calle, en el trabajo y en nuestra propia casa”. Esta aseveración debe movernos a una profunda reflexión de manera individual y colectiva ya que lo señalado no es una cosa pasajera ni casual, sino se ha convertido en una forma de comportamiento que la gran mayoría, lamentablemente practicamos en nuestro ejercicio social cotidiano.

Cualquier pequeño detalle que se presenta en el diario vivir, ya sea entre jefes y empleados, funcionarios y clientes, peatones y conductores, colegas y compañeros, alumnos de escuelas y colegios, componentes de la pareja, entre hijos y parientes y hasta entre vecinos de un barrio o edificio, se convierte muy de golpe en un estallido de violencia, que se expresa a través de palabras ofensivas, gestos de irritación exagerada, respuestas cargadas de ironía de falsa superioridad y hasta llegar a agresiones físicas cuyas consecuencias, son por supuesto imposibles de predecir, pero serán siempre negativas para ambas partes.

El caminar por nuestras angostas y atestadas calles llenas de vehículos, conducidos por personas siempre apuradas y enojadas, además de torpes y desconocedores de orden, limpieza, reglamentos de tráfico y vialidad, hecho incrementado con el “supuesto” control de agentes de parada (Policías), guardias de tráfico municipal,(solo con fines de recaudación) empleados de los innumerables sindicatos del autotransporte, con funciones superpuestas y sin ninguna coordinación entre ellas, genera el consiguiente enfrentamiento de bocinas, al cual más estridentes de día y de noche, y a los clásicos “deslumbramientos” con luces blancas prohibidas en todas partes – menos en Bolivia – tanto en la conducción nocturna en ciudades como en carreteras, lo cual a su vez originan los enfrentamientos verbales y físicos, hasta llegar a los accidentes de imprudencia con altos costos materiales y personales.

Las angostas, irregulares aceras que supuestamente deben estar reservadas a los viandantes, son simplemente tomadas al asalto por comerciantes “minoristas” de toda índole, donde se ocupa primero un espacio con mercadería simple de lo más variada, para luego ir ampliando con paraguas, lonas, cartones, sillas y otros aditamentos, hasta de la noche a la mañana (literal) ser convertidos en anaqueles con bases de cemento que ocupan gran parte de la acera. Esto obviamente, implica impedir el fluido tráfico de los caminantes, quienes imprudentemente y la mayoría de las veces acompañados de niños y mascotas, tienen que discutir con los vendedores, con compradores ocasionales o con otros viandantes, también apurados, exaltados y que a la fuerza deben invadir las calles ocasionando nuevamente bocinazos, gritos y atropellos.

Los encuentros deportivos que antaño eran la oportunidad de encuentro coloquial y festivo entre amigos de diferentes sexos, edades y por supuestos distintas preferencias de equipos, donde en conjunto se aplaudía y alentaba a los contendientes, que daban lo mejor de sí mismos demostrando su técnica y destreza en el deporte, se han convertido hoy en el lugar peligroso de enfrentamientos, de gritos e insultos desaforados, de exposición de cuerpos desnudos llenos de grafitis ofensivos al rival de turno y hasta con el lanzamiento de proyectiles y hasta explosivos hacia los jugadores, árbitros y la “barra brava” contraria.

¿Que está ocasionando estas actitudes de paranoia colectiva? ¿Por qué el cambio de una sociedad de naturaleza pacífica en persona o masas agresivas e intolerantes? Quizás la respuesta se encuentra justamente en la falta de esta última virtud, que no es otra que la tolerancia, el saber limitar nuestros derechos al inicio de los derechos del otro, el entender que nuestra mirada no puede estar depositada en el ombligo propio y considerar a éste como el centro del mundo. Hay que frenar por todos los medios estas actitudes que además son contagiosas y circulares, pues originan que a un simple detalle se reaccione con excesiva violencia verbal y física, lo que a su vez origina de respuesta otra más agresiva y así sucesivamente.

La continuidad de estas actitudes obviamente desencadenan de inicio el famoso mal llamado “stress” que agotan las escasas reservas de educación, paciencia, reflexión, de inicio mental hasta llegar al desencadenamiento de las más peligrosas enfermedades que atacan a la psiquis humana y al correcto funcionamiento de diferentes órganos.

Es hora de cambiar el odio por amor; cambiar la ofensa por el perdón; cambiar el dolor por la esperanza; cambiar la tristeza por la sana alegría; en fin cambiar la guerra por la paz, que viene incorporada en la esencia del ser humano, de cada uno de nosotros.

La toxicidad de las malas actitudes y reacciones desmedidas, lamentablemente ha desplazado hasta los buenos modales de agradecimiento, de ofrecer disculpas, de consideración a la debilidad o incapacidad de los demás y ha empoderado las actitudes de falsa superioridad, donde cada uno se considera dueño de todos los derechos y exento de ninguna obligación. Este círculo de contagio social obviamente repercute en todos los niveles, pues el empleado agredido, el peatón ofendido, el caminante atosigado y hasta el deportista incomprendido, llega a su casa y vuelca en ella sus contrariedades y frustraciones inicialmente a su pareja y lamentablemente luego a sus hijos, que primero con temor observan y experimentan estas actitudes de ofensa verbal o física, para luego incorporarlas en su manera de ser y comportarse e ir a los colegios o centros de estudio y diversión con las mismas actitudes, cerrando así un peligroso círculo de matonaje de la palabra y la acción, que es solo el primer paso para la formación de las no menos famosas “pandillas” de jóvenes en proceso de formación, que muy rápidamente pasan del abuso a la delincuencia.

Debemos ser conscientes que cada actitud que demuestre una actitud tolerante genera beneficios que van más allá de la simple paz de evitar un enfrentamiento, sino que nos protege a nosotros mismos y rompe ese círculo de violencia que día tras día llena las notas informativas que publican los noticieros en más de un ochenta por ciento de sus espacios. Debemos aprender a entender la diaria realidad con paciencia y tolerancia, a cambiar lo que es posible cambiar y aceptar con inteligencia las contingencias del diario vivir en sociedad. Los humanos no somos iguales en ningún aspecto y así como tenemos debilidades, estamos también llenos de fortalezas en las cuales debe imperar el razonamiento y la reflexión.

Hasta aquí el análisis fue realizado a nivel básico de una sociedad, pudiendo efectuarlo también a niveles de dirigencias de estos grupos sociales, denominados los Directorios, los políticos, autoridades judiciales, policiales, fuerzas armadas y las Asambleas o Cámaras Legislativas y los Gobiernos en general, donde últimamente se ha confundido la política social del populismo, (bien entendido como la protección del y al pueblo) con una dictadura excluyente y a lo más despótica, donde la agresividad se demuestra a niveles insospechados, desde aquellos casi desapercibidos como los mensajes insistentes en redes sociales dirigidos a una tendencia definida de opinión o de ocultamiento de la información, hasta aquellos más agresivos consistentes en persecuciones judiciales, procesos de nacionalización innecesarios, extradición de ciudadanos, hasta llegar a las mismas ejecuciones materiales y físicas de los supuestos “oponentes”.

La justa y medida reflexión del ser inteligente y racional y con total independencia de criterio es la única receta contra este nuevo mal que ataca a nuestra sociedad al extremo de si sumamos los actos individuales de agresión, no debiera extrañarnos la excesiva parsimonia con el que la humanidad entera permite, fomenta y hasta aplaude con su indiferencia y falta de liderazgo los ataques de ciertas sociedades en contra de otras, hasta llegar a las fratricidas guerras mundiales, que no son más que la demostración que los seres humanos de pacíficos y racionales a momento de nuestra creación, conservamos muy poco o casi nada y que de continuar con este cometido llegaremos a nuestra definitiva extinción.

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