En nuestro país se utiliza en demasía el término “soberanía”, a veces con justeza y precisión pero las más de las veces simplemente como un termino de adorno politiquero afín a las ocultas intencionalidades del orador o escritor de turno. Pero bien entendida la soberanía al margen de las definiciones semánticas de diccionario no es otra cosa que la libertad y autonomía que una persona tiene por derecho en su persona, en su domicilio, con sus bienes, en su territorio material y hasta en sus ideas y determinaciones personales, sean éstas individuales o colectivas.
Con la pasada historia con los países vecinos donde a diario se suele hollar esta soberanía tanto en el trato a nuestros compatriotas como en los procedimientos administrativos, sobre todo aduaneros y policiales, y con todo lo comentado en los últimos días con la desafortunada actitud del altos funcionarios del estado boliviano, cabe plantearse la reflexión profunda que reoriente nuestras futuras actitudes y permita de verdad respetar la soberanía boliviana.
¿Hasta cuándo deberemos aguantar y soportar con estoicismo humillante el mal trato, la prepotencia y hasta los denigrantes calificativos con que se denomina y señala al boliviano? ¿Es justo que solo por el hecho de algunos malos ejemplos y actitudes, todos seamos mal tratados y señalados con el dedo acusador del oprobio y la duda? ¿Es justo que nuestras actividades comerciales sean siempre señaladas con el signo del cuestionamiento, la duda y hasta el desprecio para dejarlas como sobrantes de lo que debiera significar su trabajo por el que cobran y su obligación de los funcionarios y gobernantes de turno?
Es verdad que debemos comenzar por corregir nuestros errores del pasado y adquirir nuevas modalidades culturales, disciplinarias y de conducta desde nuestros niños, nuestras juventudes y todas las generaciones que con orgullo habitamos este territorio patrio. Es verdad también que debemos luchar internamente por habituarnos a respetar las normas y leyes nacionales e internacionales en todos los sentidos. Y finalmente es verdad que en un esfuerzo sin precedentes debiéramos quitarnos la lacra del
narcotráfico y del contrabando, desde y hacia nuestro país, porque esas son las llagas sobre las que nuestros vecinos hacen escarnio y aprietan – cuando les conviene – hasta hacerlas sangrar.
Pero esa es una lucha de tiempo y quizás hasta de generaciones futuras, pues hay que cambiar una mentalidad y un estilo de vida fácil, por uno de esfuerzo y mérito propio, donde todos hagamos lo mejor, lo justo, lo íntegro y lo verdadero, aunque tome más tiempo, cueste más esfuerzo y hasta más dinero, pero el resultado sea algo competitivo por bueno y no por simple oportunidad o favor ajeno. En resumen crear una política de Estado que si no viene de las autoridades al pueblo, sea a la inversa, sin provocaciones vanas pero con dignidad.
Para ello no podemos ni debemos esperar tanto para cambiar, debemos actuar ahora para hacernos respetar y conseguir un trato justo y equivalente al que en justicia otorgamos a los visitantes temporales o definitivos de otros países, que gozan de muchas prerrogativas dadas en función a su nacionalidad y a los cientos de tratados suscritos, pero fundamentalmente en base al buen espíritu y sano accionar del ciudadano boliviano.
¿Qué hacer entonces con el mal trato que se nos otorga en la actualidad en el norte chileno? Actuar con la dignidad del humano herido que no busca venganza, sino mejores oportunidades para no ser lastimado ni humillado nuevamente. En la actualidad existen buenas intenciones con el gobierno peruano para solucionar paliativamente muchas de las necesidades de importación y exportación, que entiendo deben ser refrendadas por la Asamblea Peruana para que puedan entrar en operaciones, pero igualmente habrá necesidad de grandes inversiones, de obras camineras y portuarias millonarias que con la tecnología actual, son posibles y realizables en corto tiempo.
Para lograr aquello no bastan las propagandas lastimeras y de queja interna como la publicada en la prensa nacional de domingo 24/08/16 (La Razón), sino acciones verdaderas de dignidad y de verdadera bolivianidad y patriotismo. Concretamente me permito sugerir el estudio sereno, audaz, técnico y económico de las siguientes actitudes soberanas.
Como nos tratan mal, ¿por qué tenemos que aumentar su riqueza utilizando sus instalaciones habiendo otras? Que son más caras y más largas en tiempo, pues sacrifiquemos parte de la utilidad y hagamos realidad nuestra soberanía acudiendo a quien mejor nos recibe.
¿Por qué debemos ir de turismo a esos lugares que sin los dólares que dejan los cientos de bolivianos, no tendrían el desarrollo que hoy ostentan y que sin compradores sencillamente desaparecerían? Tengamos la dignidad de no hacer tratos de comprar hasta fruta de procedencia del vecino prepotente y abusivo que impone sus arbitrariedades en base a un libre comercio y cercanía; ¿acaso no hay otros proveedores con iguales y hasta mejores condiciones?
Las opciones de exportación son quizás más complejas, por su cantidad, peso y características de mineral en bruto y de elementos de alimentación no procesados, en consecuencia aprendamos e invirtamos en procesar nuestras materias primas para tener mejores precios y condiciones de mayor mercadeo, en lugar de malgastar en canchitas de corta vida, o en suntuosos palacios, donde -si quienes las ocuparán a su conclusión- no son seres inteligentes y capaces, tomaran las mismas malas decisiones que hasta la fecha.
Capacitemos a nuestra juventud, no solo en energía atómica para estar a tono con una mínima parte del mundo, sino en alternativas de mejor producción que beneficie a las mayorías; en contar con autoridades eficientes y eficaces, que aunque jóvenes conozcan de tratados internacionales y no pretendan meterse a la casa del vecino a calificar su cocina o su forma de vida, basados en la simple figura de autoridad de estado.
Cada quien reina en su hogar y esto se respeta aquí y en cualquier lugar del planeta, tanto a niveles personales, familiares y por supuesto nacionales y ahora hasta transnacionales. Ese fue el error cometido. Las fotografías publicadas sobre las actitudes chilenas son conocidas desde hace mucho tiempo y no requerían de un show mediático para reproducirlas, sin tener un plan alternativo que desarrollar.
Los inversores extranjeros, sea cual sea su procedencia están ávidos de colocar sus capitales, maquinarias y tecnología en países que ofrezcan seguridad jurídica y respeto a los tratados suscritos o a suscribirse. No se puede decir entonces que la falta de dinero nos debe mantener presos en nuestras fronteras. Limites geográficos que cada vez son más débiles por el avance de la tecnología y de los medios de comunicación, y que son superables aunque con sacrificios inmediatos para obtener luego ventajas futuras como son la independencia y autodeterminación.
Para lograr esto y mucho más se requiere contar con un pueblo unido y convencido de ser un patriota de verdad y de práctica y no solo de discurso de protocolo de desfile; con autoridades que trabajen al unísono por el progreso y desarrollo patrio y no por ventajas sectoriales y menos por apetitos personales; con juventudes que se preparen conscientemente en ser competitivos y lograr marcas de excelencia, no solo en el baile folklórico al que con tanto tiempo, ímpetu, inversión económica y hasta “fervor”(extraña palabra) por la Universidad, se ve dedicar ahora con ahínco a los estudiantes de colegio y universidades.
En resumen si queremos ser dignos y que nos respeten, comencemos por cambiar nosotros mismos y hablando simplemente si en la tienda del frente nos tratan mal, caminemos unos pasos más para obtener un mejor trato y hasta quizás mejores oportunidades. Esta no pretende ser la verdad absoluta, por supuesto, pero puede ser el inicio de una serena reflexión de forma de vida como país, no pensemos en la venganza ni en el enfrentamiento, actuemos con dignidad y aunque como dicen las últimas noticias no confirmadas, que hasta Rusia vendrá en nuestro apoyo no confiemos en nadie sino en nosotros mismos, pues ya suficiente tenemos con las experiencias bélicas de nuestros ancestros y el comportamiento siempre interesado de los “aliados” de turno. Autoridades y profesionales tienen el uso de la palabra para orientar a que nuestra población aprenda y practique el verdadero sentido de la dignidad, la autonomía y por sobre todo la defensa de la SOBERANIA.
SAFO