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Masoneria y Trascendencia

“Los verdaderos secretos ocultos no se pueden divulgar por la sencilla razón que, todavía no se ha inventado un tipo de lenguaje humano que lo exprese.” 

William Grey

La masonería nos invita en adentrarnos en nosotros por medio de símbolos, como personas Libres estamos en condiciones de reflejar realidades; una prueba clara está en el testamento que firmamos en nuestra iniciación, en particular cuando enfrentamos la pregunta: ¿Qué recuerdo desearías dejar de vos después de vuestros días?

Desde que somos iniciados se nos exige a no solo existir, sino a usar la facultad de la razón para entender nuestro entorno y a nosotros mismos. Esta acción nos da lo que llamamos los masones una realidad consciente –estar en verdad en posesión del grado y de la palabra-. El masón que desee trascender está obligado a no solo preocuparse de su formación, sino también ocuparse en el noble propósito de mejorar para sí y para su entorno. 

El mensaje es aparentemente sencillo, para ser parte de esta realidad consciente. La masonería nos invita a trascender usando nuestra “aparente” libertad en abordar un pretendido camino en búsqueda de la verdad.

El comprender a la Masonería como una institución universal no implica que toda la humanidad deba ser iniciada en nuestros misterios, sino se refiere a que nuestros valores morales y sociales deben ser compartidos por todos y trascender… para construir un bien mayor… Y solo así viviremos en una mejor construcción de un mundo más virtuoso. Primero trabajando en nosotros mismos para posteriormente trabajar por el ideal de gozar de una sociedad justa, solidaria y pacifista.

Por ello, la masonería busca que seamos personas equilibradas, plenas en sociedad… y para ello es necesaria la trascendencia. Donde el símbolo es el lenguaje del espíritu, el iniciado revela que sin descubrirse no encontrara felicidad ni transcendencia y que cada vez debe hablar con mayor autoridad sobre su consciencia.

Simbólicamente se nos pide encontrar la verdad, mediante un signo, palabra y toque; alegóricamente la verdad es la coincidencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos.  A este estado de conciencia llamamos labrar nuestra piedra; el auto descubrirnos constantemente para no solo ser portadores de esa palabra, sino ser la palabra. No solo interpretar símbolos; sino encarnarlos…

Nos llamamos Logias Simbólicas, porque el símbolo es el enlace entre materia y espíritu; el primer paso para iniciar este camino es abrazar la norma de “no hay espíritu sin materia, ni materia sin espíritu”, este concepto se encuentra implicado cuando vemos el compás y la escuadra juntos, justo por ello, en masonería y en especial en la búsqueda de la transcendencia personal, no se tiene el objetivo de cancelar apetitos, deseos ni pasiones, sino más bien, recibimos la invitación para transformarlas. El iniciado entiende que esa fue la razón de haber entendido su camino de construcción, no podemos quitarnos las pasiones.  Estamos aquí para transmutar energías, donde los mosaicos duales de luz y oscuridad que siempre pisaremos al transitar en nuestro templo personal también son combustibles disponibles porque venimos a este mundo a equivocarnos. Y en especial el Aprendiz masón debe comprender que la conciencia tiene voz, y la voz de la conciencia es el silencio, donde en ese espacio personal y silencioso habita nuestro ego. Entendamos al ego como la necesidad de recibir para sí mismo.  El masón no esta para matar el ego… nos referimos a la trascendencia como aquella receptividad de pureza en el cual nuestros deseos y vicios cambian a un deseo benévolo de impartir, el trascender es justamente -si es que logramos ese nivel de consciencia- llegar a ser capaces de transmutar el deseo de recibir para sí mismo, en el deseo de recibir para compartir.

Sin duda, no es tarea fácil; llevamos miles de años en la historia humana, donde aun el comportamiento egoísta de las personas, con las conquistas, las guerras, las divisiones, los intereses personales, la necesidad de protagonismo, etc… nos hacen corresponsables, porque nuestras habilidades no son para nosotros mismos. 

Siendo nosotros portadores de la chispa divina, podemos identificar acciones que son trascendentes, las podemos enlistar como flujos energéticos que se manifiestan en nosotros como goces, bienestar y otros aspectos de benevolencias.  El creador es totalmente opuesto a la idea de recibir, siendo el creador la gran causa, se genera en nosotros la oportunidad de libre albedrio, de la misma manera podemos nosotros emular ser causas.

El masón debe entender el influjo de dar sus virtudes en su lucha constante por sus ideales y el bien común. De esa conexión depende su trascendencia. No se trata de irse a la montaña y de contener nuestros deseos.

Los valores y virtudes no se enseñan precisamente (por eso la orden no adoctrina) las virtudes se descubren, se viven por dentro en un proceso que desarrolla la personalidad humana. Es asi que a través de los elementos simbólicos del templo vamos en camino de la verdad. Somos esencialmente seres sociales, de ello depende nuestra felicidad y trascendencia en todos los ámbitos.

Para interactuar como seres humanos, no basta estar cerca, necesitamos enlazarnos con generosidad unos a otros de forma sincera de modo que suscitemos confianza, debemos ser fieles y pacientes, cordiales y sencillos, tenemos que estar dispuestos a compartir, en otras palabras de correctamente nuestros signos, toques y palabras.

Estas actitudes generan valor para nosotros, las consideramos como valores, pues nos permiten crear relaciones satisfactorias. De este modo, los valores como principios internos de actuación, reciben el nombre de virtudes. 

Y aquí viene lo difícil… porque el masón que trasciende se convierte en un portador de conocimiento incómodo antes la deshumanización. El ejercicio de un masón que busca la trascendencia, cohíbe a quienes no construyan realidades edificantes. Un masón transcendente choca fraternalmente con quien no se ocupa de sí mismo o quien no se ocupa de su entorno.

El hombre sin intereses trascendentes tiende a vagar entre la desesperación y el aburrimiento. Desesperación de vivir una vida sin valores o contenidos y aburrimiento por una simple concatenación de acciones rutinarias, apenas más que fisiológicas, que poco lo diferencian de otras criaturas.

El conocimiento solo gana valor cuando se transforma en obra.  La erudición sin acción y las palabras no tienen sentido si no hay trabajo. Los masones no podemos morirnos como filósofos, puesto que el mismo Creador espera de nosotros trabajo propio.

Al final del día el constructor debe ocuparse de trabajar para convivir y habitar en un mundo imperfecto. En un mundo donde nuestras aristas, nuestros defectos…  también nos unen…  a veces la virtud de unos, disimulan los vicios de otro… por eso debemos ser amorosos y tolerantes… la masonería si bien es una experiencia intima, no se trata de un viaje solitario. Sino de generación de esa energía que conocemos como egregor.

Los símbolos no han sido pensados para ser entendidos con significados fijos, sino para guiar procesos de pensamiento. Aprovechar un símbolo supone la capacidad adquirida por la práctica.

Ocuparnos de trascender, es ocuparse de una conciencia que a nivel de nosotros los seres humanos, implica el entendimiento de donde estoy y a donde quiero llegar. Implica mi necesidad de buscar la verdad.

Permítanme finalizar este trazado con una breve historia:

-Cuentan que un buscador de la Verdad salió en cierta ocasión a buscarla. Y allí, en el gran cruce del mundo, interrogó a sus hermanos.

-Decidme: ¿cuál es la Verdad? -Busca en la Filosofía -respondieron los filósofos.

-No -argumentaron los políticos-. La Verdad está en el servicio.-

Entra en las catedrales -le aseguraron los clérigos.-

Sin duda, la Verdad es la Sabiduría -terciaron los sabios.-

Renuncia a todo -esgrimieron los ascetas.-

Contempla y ensalza las maravillas del Señor -le anunciaron los místicos.-

Acata y cumple las leyes -señalaron los gobernantes.-

Conócete a ti mismo -cantaron los guardianes del esoterismo.-

La Verdad está en los números sagrados -dedujeron los cabalistas.-

Vive los placeres -aconsejaron los epicúreos.-

Únete a nosotros -le gritaron los revolucionarios.-

Vive y deja vivir -clamaron los existencialistas.-

La Verdad es un mito -respondieron los escépticos.-

El pasado: ésa es la única Verdad -lamentaron los nostálgicos. Confundido, aquel humano se dejó caer sobre el polvo del camino, mientras aquella multitud se alejaba, cantando y reivindicando su verdad. En eso, acertó a pasar junto a un venerable anciano que portaba un refulgente diamante.- ¿Quién eres? -preguntó el derrotado buscador de la Verdad. Y el anciano, mostrándole el diamante, respondió:

-Soy el guardián de la Verdad.-¿La Verdad? ¿Es qué existe? El anciano sonrió y aproximando la gema al rostro del humano, replicó:-La Verdad, como este tesoro, tiene mil caras. A cada uno le corresponde averiguar cuál es la que le toca.

He cumplido M. V. M.

Erik Mauricio Sotomayor Yevenes

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