La Muerte es la separación para la “putrefacción” que significa la destrucción, por fermentación, de la materia que compone a los seres vivos; una manzana se pudre y luego se dice que está «muerta». Esta comprensión concierne al cuerpo físico. La muerte de la manzana «libera» la semilla que la sobrevivirá.
La muerte del ser humano, sin embargo, no corresponde a una etapa final, terminal y destructiva, sino a un principio espiritual.
Hoy la ciencia acepta a un ser humano como muerto cuando cesan las funciones cerebrales.
La vida vegetativa, en estado de coma, no es más que un estado de muerte en expectativa de la putrefacción. El ser humano puede vivir un largo período con muerte cerebral, sin perspectivas de volver a la actividad, una vez que el cerebro deja de funcionar. Será en este estado donde la ciencia extraerá los órganos destinados a ser trasplantados a otro ser humano; para el donante, significará una «supervivencia».
La Masonería, en su síntesis tradicional, en sus principios filosóficos, está enormemente interesada en instruir a sus adherentes para que enfrenten la muerte como un hecho normal.
La muerte puede ser una «liberación» para el «vuelo» hacia el infinito y lo incognoscible.
El masón no debe temer a la muerte.