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MATERIA Y ESPÍRITU

El hombre está formado por materia y espíritu, y en nuestra institución no existe un símbolo para representar a este ser dual. Existen, para tal representación, dos símbolos: la Escuadra y el Compás. La Escuadra representando sus elementos físicos y biológicos y el Compás que representa la fase superior o espiritual, entendiéndose por espíritu lo que hace diferente, único y singular al ser humano con respecto a todo otro ser.

Nosotros reconocemos en el Masón a un ser distinto que no está alineado entre los idealistas ni entre los espiritualistas, sino a un ser que en una etapa superior de su evolución se realiza espiritualmente. Esta espiritualidad humana tiene una base de sustentación, un valor fundamental que es la Materia, representada por la Escuadra, la morada o la residencia del Espíritu. La Escuadra es, sin duda alguna, lo que sustenta toda la manifestación superior a ella, proporciona la fuerza, la energía. El Compás no tienen, en sí, autonomía alguna; es aquel elemento valioso, elevado, una escarpada cima, que procede de la Escuadra de la materia y de la vida del hombre.

Trataré en esta oportunidad de exponer un análisis lo más sencillo posible, sobre el conflicto MATERIA-ESPIRITU, en que se debate el mundo.

Por razones de método y para entender mejor el punto de vista espiritual, diremos que la humanidad se encuentra en la TERCERA ETAPA.

La PRIMERA ETAPA de lejos la más larga de las tres, abarca desde los comienzos de la aventura del hombre, hasta la Edad Moderna.

Es la etapa en cuyo transcurso nacen, se difunden y reinan las grandes religiones tradicionales, se forman las Escuelas de los Misterios y otras organizaciones esotéricas e iniciáticas. Según cual fuere su ubicación en el planeta, cada ser humano se halla inscrito en alguna religión determinada o es adepto de alguna Orden. En ella encontrará respuestas a su innata e infinita de saber. No respuestas científicas, esto es, comprobadas según las reglas de la experimentación y la verificación, sino respuestas que requiere su Espíritu, para funcionar como «soluciones» a los problemas planteados, que el interrogador las recibe con FE.

Fe es lo que sobraba en la PRIMERA ETAPA. Por siglos y siglos los hombres vivieron de ese modo.

Pero, alrededor del año 1600 después de Cristo un nuevo espíritu científico, indujo al hombre a dudar de todo aquello que no pudiera exhibir el certificado de la verificación empírica. Esta concepción materialista fue afirmada en el plano científico por la doctrina Darwinista y otras que de ella derivaron.

La doctrina del desenvolvimiento gradual en toda la escala biológica, por selección natural, hizo parecer innecesario fuera del mundo material, un principio distinto para explicar la existencia del hombre.

El «Siglo de la Luz», como se dio en llamar a este período de la historia, con sus teorías liberales político-sociales, olvidó que el verdadero progreso de la humanidad ha procedido precisamente de ese «elemento de lo Eterno» y lo «infinito”, que niega, sin poder demostrar, el materialista.

La duda metódica se instaló en medio de la humanidad. Mientras la actitud del hombre antiguo fue, salvo raras excepciones, Grecia y Roma en algún momento, creer lo que se le decía, a menos que alguien probase lo contrario, el hombre moderno hijo de Galileo y Descartes, empezaba a rechazar lo que se le decía a menos que se le probase lo contrario.

Pero la revolución científica de la Edad Moderna traía oculta una promesa: «Que, a medida que la ciencia se desarrollara hasta cubrir todos los campos de la realidad, los secretos más profundos quedarían al descubierto». Y esta promesa, fue creída con la misma actitud con que se creía en profetas y magos.

Hay dos aspectos contrarios en la revolución científica moderna: 1º De un lado ella viene a cuestionar los antiguos dogmas al exigirles de algún modo que pasen por las horcas de la prueba empírica. 2º Su fuerza en los espíritus es, sin embargo, de naturaleza religiosa, porque conlleva la promesa de que esa zona en las últimas preguntas sobre el sentido de la vida y del universo, del hombre y la historia, que las religiones tradicionales cubrían con mitos, leyendas y dogmas, la ciencia habrá de descubrirlas a su debido tiempo, con leyes racionalmente formuladas y debidamente demostradas.

El hombre no puede vivir en última instancia sin algún tipo de respuestas sobre las cuestiones trascendentales. El mero desarrollo cotidiano de su vivir implica – aunque a veces él no sea consciente – ciertas suposiciones sobre la definición de la vida y la muerte, el bien y el mal, sobre Dios, el Universo y la historia.

Cuando la ciencia se impuso, con su nuevo criterio de verdad – que la verdad no «vino» un día del cielo por boca de algún profeta y que «vendrá» en cambio, a través de las laboriosas conquistas de la razón humana – trajo consigo, al lado de muchas verdades comprobadas y comprobables en el terreno de los problemas específicos de las diversas ciencias una promesa implícita que en sí misma no era científica sino otra vez religiosa, en cuanto no había manera de comprobarla en el laboratorio: «Que todos los temas caerían, tarde o temprano, bajo la mirada penetrante del microscopio o bajo el análisis definitivo del pizarrón». Y fue esa promesa de tipo religioso, la que permitió a la humanidad, durante los siglos XVII, XVIII, y XIX abrazar la ciencia con entusiasmo excluyente. Se había fundado en el fondo, la más reciente de las religiones: LA RELIGION DE LA IRRELIGION.

La ciencia según una expresión corriente, se había emancipado. Antes sólo poseía la certeza que le conferían ciertos principios metafísicos, por medio de los cuales se aplicaba a coordinar los fenómenos de la naturaleza; ahora ha encontrado en la experiencia un principio propio e inmanente, de donde extrae, sin más auxiliar que la actividad intelectual común, tanto los hechos, que son los materiales de su obra, como las leyes que le sirven para coordinar los hechos.

Ha sido excluido deliberadamente el siglo XX de esta enumeración porque, en tanto creo que los tres siglos anteriores llenos de Fe científica, corresponden a la SEGUNDA ETAPA en la historia espiritual del hombre, no creo que el siglo actual comparta en definitiva este optimismo.

La ciencia al avanzar, producía efectos colaterales, muchos de ellos positivos, otros por lo menos complejos. En el campo de las últimas creencias sin las cuales, decía el hombre no puede vivir, la ciencia comenzaba por erosionar rápidamente las creencias tradicionales. No es fácil obtener la historia de Adán y Eva y la manzana en el tiempo de la crítica historiográfica severa y minuciosa. Lo que ha producido la ciencia en el campo de las creencias «finales», por ahora, es un gran vacío y ella misma empieza por no llenarlo. Nos dice que la existencia de Dios no es científicamente demostrable. No nos demuestra acto seguido, si Dios existe o no. Nos pide a lo más, que esperemos algunos siglos, hasta que ella haya desarrollado su potencia.

Y ¿qué hace el hombre mientras tanto? Lo que hace es entrar en crisis. Crisis espiritual, crisis existencial y este es el signo de la TERCERA ETAPA, la nuestra. Ha perdido la fé ingenua que tenía en las religiones tradicionales y necesita respuestas sobre la vida. El espíritu de secta, extremista y violento, es un sustituto al antiguo espíritu de la fe ingenua. Ese hombre que invirtió el argumento evangélico y que en vez de seguir a Dios hecho hombre, se está haciendo Dios por sus fantásticos poderes sobre la naturaleza, se siente al mismo tiempo en un estado de profunda desorientación respecto al uso que debe dar a esos poderes.

Cuando el hombre quiere resignarse a No Saber acerca de las últimas cuestiones, cuando empieza a vivir como si ellas no tuvieran respuesta y ni siquiera sentido se le da correctamente el nombre de «nihilista». «Nihil» quiere decir en latín «nada». El nihilista es aquel que cree que no hay nada y, por lo tanto, nada que explicar, fuera del círculo concreto de la vida humana. Sartré dijo alguna vez que «el hombre es una chispa entre dos nadas». He aquí el credo del nihilismo. Fuera de «mi» vida, la nada. El existencialismo ha sido en este siglo la filosofía encargada de explotar el territorio del nihilismo. A partir de la toma de conciencia de que el hombre es siempre un «ser hacia la muerte», sin que pueda dársele a su vida ningún otro sentido, un existencialismo.

Es asumiendo y superando la angustia que deriva la comprensión de que soy nada más que un «ser hacia la muerte, es que adquiero la verdadera dimensión de mi vida una dimensión trágica», escribiría Unamuno.

Hay, lamentablemente una vertiente activa. Un inhibismo «teórico» que se dedica a afirmar que fuera de «mi» vida no hay ningún valor, factor o argumento que le otorgue un sentido trascendente. Es la base de la violencia contemporánea, ya que para ellos de lo que se trata es de destruir toda institución que a través de su presencia comunique a la gente un sentido de fe y esperanza que vaya más allá del mero transcurrir de la existencia. El terrorismo es un nihilismo ansioso por tener razón a cualquier precio. El nihilismo es la religión de los que no la tienen, un extraño consuelo para la falta de consuelo.

La TERCERA ETAPA, la nuestra, es aquella en la cual el hombre toma conciencia del fracaso de la SEGUNDA ETAPA, sin poder, por ello, volver a la PRIMERA ETAPA, lo que quiso hacer en la SEGUNDA ETAPA, fue superar a la religión. Cuando la ciencia por su parte, reveló su incapacidad para dar respuestas a las últimas preguntas después de haberse erosionado; sin embargo, la fe en las respuestas tradicionales, llevan al hombre del Siglo XX a buscar sentidos positivos a la vida y se forma a partir de ideologías y no de religiones; es decir, tomando por premisas sistemas doctrinarios como el liberalismo o el marxismo que daban respuesta a una serie de interrogantes. El liberalismo y el marxismo quieren explicar al hombre y aún historia. Pero el hombre, de acuerdo a la famosa frase de Pascal, «supero infinitamente al hombre», esto se necesita explicarse a sí mismo, desde arriba de si mismo, en el marco de una concepción cósmico y universal, que las ideologías por su origen confesadamente humano y racional, no pueden brindarle las explicaciones que su ser natural exige.

Esta es la situación del hombre actual en el mundo profano: Que, de un lado, sigue necesitando de respuestas de alcance religioso y espiritual para hallar fundamento a su vida; que, del otro, no puede volver fácilmente a las respuestas tradicionales después de haberlas abandonado en el curso del entusiasmo científico.

La única manera de eludir este callejón que parece no tener salida sería que el hombre actual, llegase a ser capaz de suspender el juicio acerca de las últimas preguntas sin por ello dejar de vivir en vida plena, colmada de sentido, digna de ser vivida. El escéptico, el agnóstico, serían en este caso el arquetipo del nuevo hombre, un sabio que sólo sabe que no sabe nada- como Sócrates- y sin embargo empuja la vida hacia adelante.

No es lo mismo, por ejemplo, afirmar que Dios no existe a decir que no es posible saber si existe.

Las religiones tradicionales, mientras tanto, no agonizan como profetizaban los creyentes en la revolución de la ciencia. Cada una de ellas nos trae una forma distinta de aproximación a las últimas cuestiones. Cada una las religiones contemporáneas, católica, protestante, judía, etc., es un camino y un estilo con carácter propio para llegar a la esperada respuesta.

El ser humano es en definitiva una entidad psico-física, espíritu y materia, y su cultivo debe ser integral y no solo material como ocurre actualmente, tampoco debo ser solo espiritual, el intelecto y lo anímico deben cultivarse en forma simultánea y sincronizada.

En masonería debemos buscar la VERDAD como guía o regla para la acción, de manera que la misma verdad una vez conocida y apropiada, se expresa en un Ideal inspirador de una labor digna, en actividad útil y fecunda, en una obra hermosa que, a la vez, satisfaga la mente y el corazón. La masonería es la depositaria excelsa, en sus símbolos venerables que reflejan y conservan todas las tradiciones de todos los tiempos, de la Única Verdadera Luz, en ella debemos buscar nuestros ideales y nuestra más ajustada orientación

Por: Carlos Aníbarro Mérida

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