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German Retana: LAS COSAS SON COMO SOMOS

COLUMNA LIBRE 

German Retana: LAS COSAS SON COMO SOMOS 

¿Le resulta familiar alguna de las siguientes situaciones? Su bien intencionada acción trae como resultado la reacción negativa de la otra persona o del equipo. En su trabajo o actividad institucional, usted trasciende el deber; sin embargo, su superior o jefe percibe y opina lo contrario y, desde esa subjetividad, le pasa la factura. Escenarios así causan gran parte de los problemas que afectan las relaciones, el clima laboral, la productividad de una empresa y hasta la supervivencia de una organización. ¿Qué origina este cruce de “realidades”? ¿Cómo mitigarlo? 

Casi todo el tiempo estamos recibiendo estímulos externos, observando hechos, escuchando argumentos y lidiando con la presión generada por sucesos e interacciones. Frente a esto, debemos dar una respuesta, pero ésta ni es única, ni viene sola: nuestros códigos, conceptos, estereotipos, creencias, aprendizajes, valores, emociones y paradigmas positivos o negativos la determinan. Y es entonces cuando − dada la divergencia entre la intención de unos y la interpretación de otros−, se abre la puerta a las posibles complicaciones. ¡Veamos el siguiente ejemplo! 

Pensemos en alguien que haya sufrido abusos de figuras de autoridad en su infancia, o bien, que −por sus rasgos físicos y emocionales− haya sido víctima de agresiones de diversa índole. Generalmente, en procura de blindarse contra situaciones similares, hoy esta persona podría asumir una actitud defensiva o agresiva; suponer ver mala intención aun en gestos espontáneos y positivos. 

Algunas organizaciones están “secuestradas” por personajes influyentes que no filtran ni analizan lo que está al alcance de sus sentidos, más bien, sobre reaccionan y provocan estragos en sus relaciones. La única realidad que existe es la que ellos han interpretado con su compleja maraña: conceptos infundados, prejuicios, iras y temores; condenando al resto de miembros del equipo a vivir en constante estado de tensión y desavenencia. 

Esa proyección de las propias emociones en los demás distorsiona la realidad. Es decir, cada cual ve afuera lo que lleva dentro. Este encierro provoca que solo se vea lo conveniente y crea el ilusorio gozo de seguridad. Es negarse la sana posibilidad de reconocer la errada interpretación de sucesos. 

Los primeros pasos contra los efectos de este delicado comportamiento son la reflexión, la autoobservación y el autoanálisis. Si se reconoce la propensión a juzgar a priori, conviene desarrollar el hábito de no reaccionar sin antes pensar la respuesta más prudente y justa, una alineada tanto con los hechos como con los valores personales y organizacionales. La disciplina de evaluar, incluso las premisas propias, podría disminuir el daño a terceros y a uno mismo. 

A la humildad, la sensatez y la autoestima les precede la capacidad de recapacitar que posea una persona. Los errores, el deterioro de las relaciones y la desconfianza disminuyen entre seres emocionalmente inteligentes, quienes aceptan que quizás no se están esforzando lo suficiente por escuchar, entender y ser empáticos, esos que renuncian a ser poseedores de “la verdad verdadera”. Todos podemos equivocarnos en el modo de exponer nuestras ideas, también en la manera como escuchamos las de otros, entonces, ¿por qué no intensificar la corrección? 

Immanuel Kant argumenta que es imposible llegar a conocer la esencia de las cosas, pues cada cual las interpreta de conformidad con su conciencia. Jiddu Krishnamurti, por su parte, agrega que una opinión no es una verdad absoluta, pues “Las cosas no son como son, sino como somos”. 

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