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EL HOMBRE COMO CENTRO: LA PROMESA NO CUMPLIDA DE LA MODERNIDAD

La centralidad del hombre en el mundo se sustenta sobre la evidencia de que es portador de una fortaleza que le confiere poder por sobre la naturaleza, es la facultad de la razón. En el antiguo orden medieval se concebía al hombre como centro de la creación, en tanto era la criatura más valiosa ideada por el creador, por cuanto fue imaginada a imagen y semejanza de Dios. La concepción geocéntrica del Sistema Solar, que Copérnico echa por tierra a partir de la formulación de su modelo heliocéntrico, tiene profundo simbólico sentido en el mundo medieval dado el carácter central del hombre, condición que exigía ubicarlo en la Tierra en tanto ésta ocupaba un lugar igualmente central en el Universo, de acuerdo al modelo geocéntrico. La esperanza implícita de que la modernidad no solo dotaría al hombre de libertad en virtud del uso de la razón que lo distingue como soberano y centro del mundo, no solo no se realizó, sino que culminó derivando, en las postrimerías de la era moderna, en la reclusión y captura del ser humano por parte de una de las creaciones más sobresalientes de la racionalidad moderna, a saber, el sistema social económico capitalista.

En efecto, la modernidad fracasó en el propósito de ubicar al hombre como centro y principal preocupación de la sociedad, a partir del uso y ejercicio del poderoso instrumento que fue desarrollando en el curso de su evolución, cual es la razón. Esta promesa tenía como condición implícita la liberación del ser humano de las cadenas que lo ataban a sus propias debilidades; liberación que debía conquistar a través del uso de la razón ilustrada; liberación que aseguraba, además, alcanzar a todos los hombres, no solo a una élite de ellos, en virtud de la convicción que los hombres deben ser iguales y hermanos, en una sociedad donde florezca la libertad, la igualdad, y la fraternidad, conceptos propios y distintivos de una matriz de pensamiento moderno que se elevan como la gran consigna de la Revolución Francesa, antesala de los futuros Estados modernos y democráticos en Occidente.

Una vía de explicación a este fracaso, se puede encontrar en la respuesta de Immanuel Kant a la pregunta ¿qué es la Ilustración? La pregunta es fundamental dado que la Ilustración como movimiento intelectual, y la ilustración como producto de la razón, que permite al hombre transformarse y transformar el entorno en su beneficio, va a garantizar y afianzar la supremacía del ser humano sobre la naturaleza, consolidando así, su centralidad. La respuesta de Kant afirma: «La Ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad. Él mismo es culpable de ella» La minoría de edad dice, es la relación con la incapacidad del hombre de utilizar su propio intelecto, su propio entendimiento, en definitiva su propia razón ilustrada, sin la tutela ni la directriz de otro, sea éste un individuo, organización, corriente de pensamiento, o escuela doctrinaria. Es decir, el hombre alcanza su mayoría de edad cuando es capaz de ejercer y hacer uso de su libertad de discernimiento.

En las sociedades modernas del siglo XX, el capitalismo alcanzó una de las mayores expresiones de acumulación del capital, y con ello, la mayor concentración de poder en el planeta en manos de consorcios y grupos económicos despersonalizados, transnacionales y globalizados. Esta concentración del poder trae consigo la centralización de las comunicaciones, generándose así la aparición del monopolio de los medios masivos de comunicación que asumen la función de desinformar a la población a través de la construcción de realidades, la mayor de las veces ficticias, pero que orientan la conducta de los individuos en dirección de los intereses del poder hegemónico del capital. Se puede observar con claridad el fenómeno en la generación de la conducta de consumo de la población, donde el individuo es transformado de sujeto social y ciudadano a un ente consumidor en el mercado.

En esta línea de pensamiento, el individuo pierde de manera imperceptible su capacidad de discernimiento, su tutor ya no es otro individuo, sino es una doctrina que se impone como una abstracción totalitaria e invisible, que lo obliga a actuar en beneficio del mantenimiento y perpetuación de la sociedad de consumo. El sujeto ya no piensa pues el sistema lo hace por él, se encarcela en la cómoda prisión del consumo; su vida así, pierde sentido y contenido; perpetúa así su minoría de edad.

Salir de la minoría de edad es una empresa imposible para los individuos en particular, separados, segregados, atomizados; puesto que en el contexto del capitalismo tardío, la condición de individuos acríticos y no pensantes se naturaliza, es decir, la minoría de edad es una condición natural del individuo en la sociedad de consumo. La razón, no obstante, es la herramienta que permite al hombre ser dueño de sí mismo, construirse y construir su entorno, construir y reconstruir realidades, liberarse de las cadenas que lo atan a la esclavitud de un sistema que lo deshumaniza. No basta, sin embargo, con que el sujeto sea consciente del poder que su racionalidad le otorga, pues solo la unión de las conciencias, el obrar colectivo, la realización humana en el trabajo fraterno de la comunidad, el conjunto de la razón colectiva, será el poder superior y soberano que le permitirá liberarse de las ataduras del capitalismo, para crear un nuevo orden mundial al servicio del hombre.

Cuando se reconozca y tome conciencia del real y extraordinario poder que otorga al sujeto la acción social colectiva y comunitaria, estará en condiciones de crear un orden mundial muy cercano al mejor de los mundos posibles de imaginar. Con la llegada de la postmodernidad como transición hacia un nuevo orden mundial se va a producir, siguiendo a Jürgen

Habermas, una distorsión, una deformación o dislocación en la racionalidad moderna, cuya esencia de escinde en dos tipos de expresión de la razón, que deben estar necesariamente integradas, son las que este autor denomina razón técnica y razón comunicativa. La primera es una racionalidad orientada a los medios que permiten al individuo conseguir bienestar material; la segunda, en tanto, se liga u orienta a los fines en busca de la felicidad.

Este conjunto compuesto por razón técnica y razón comunicativa se desconectó en el mundo postmoderno, produciendo una colonización del mundo de la vida, donde se realiza la razón comunicativa (orientada a los fines en búsqueda de la felicidad) por parte del sistema, compuesto por el subsistema económico encaminado a la producción; y el subsistema político orientado al poder que garantiza el funcionamiento interno del sistema. En el sistema radica e impera la razón técnica (orientada a los medios que garantizan el bienestar material).

Esta distorsión trae como resultado la reclusión y la alienación del sujeto en un mundo de la vida enteramente conquistado y atrapado por un sistema impersonal y deshumanizado. En estas condiciones la promesa de la modernidad de liberar al sujeto por la vía de la razón deviniendo en el ser humano como centro, no es posible de cumplir.

Y no es posible, porque el mundo de la vida anulado por el sistema, no puede desarrollar su función en el juego dialéctico como contraparte del sistema, de darle sentido a la experiencia humana, a través de la reproducción simbólica de lo cultural, lo social y lo personal en el sistema. Otra vía de explicación del fracaso de la promesa de la modernidad, es el advenimiento del capitalismo en su ciclo tardío, en la fase postmoderna de la sociedad occidental.

Precisamente, el capitalismo en su período neoliberal deviene en un subsistema económico que impide el desarrollo pleno del sujeto como ente esencialmente creador y reproductor simbólico de lo cultural, al verse atrapado en un régimen social de subsistencia básica por la vía del endeudamiento, cuyo ordenamiento estructural deviene en una globalización económica caracterizada por la desregulación, la flexibilidad, la deslocalización y elasticidad de los mercados y el capital, que produce altos niveles de incertidumbre en extensos sectores de la población mundial. En esas condiciones, de sociedades complejas y globales en tiempos de postmodernidad del siglo, el sujeto pierde su libertad en un mundo que lo convierte en un ente alienado de su condición y esencia creadora. Así, la promesa de la modernidad de liberar al sujeto mediante el ejercicio de la razón ilustrada, ubicando al ser humano en el centro de la preocupación y el quehacer social, no es posible de cumplir.

No obstante el cuadro sociocultural descrito, y aun cuando en la mayoría de los hombres se impone la tendencia de permanecer en un espacio de confort, caracterizado por la inercia de delegar a otros la acción social, renunciando así a su condición de librepensadores y de sujetos portadores de discernimiento crítico; el advenimiento en los primeros lustros del siglo de movimientos sociales envolventes, masivos y deliberantes, dan cuenta de un despertar del sujeto social y una ciudadanía que comienza a recobrar su rol en la historia sobre la base de alcanzar su mayoría de edad a partir de recuperar el ejercicio de la razón ilustrada, en el entendimiento de que ella es la más poderosa de las herramientas que el ser humano posee para construir el mejor de los mundos posibles de imaginar, donde los hombres sin exclusión sean el centro del interés y de la acción social.

(Artículo publicado en la Revista Occidente)

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