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EL PODER DE LA VERDAD

Tiempo: Mas de dos mil años atrás. Lugar: El Pretorio Romano en Jerusalén. Acusado por los sacerdotes, políticos y adversarios comparecía Jesús ante Poncio Pilatos… en un momento del interrogatorio, Jesús responde: “Vine a dar testimonio de la Verdad y todo el que está de lado de la Verdad escuchará mi voz”… Pilatos murmura, casi susurrándose a si mismo: ¿Qué es la Verdad? y con esta duda sale del pretorio.

Esta pregunta, tan sustancial para el ser humano, se la ha venido haciendo el hombre desde la noche de los siglos, dando o creando respuestas con admirable y a veces vana agudeza intelectual. Los pensadores griegos y algunos otros creyeron haberlo dicho todo, más no todos dijeron lo mismo; y si se considera que sus teorías y su lógica eran altamente elaboradas, se podría considerar que sus conclusiones eran ciertas y que por lo tanto no hay una sola verdad sino varias, podría decirse tantas como inteligencias en condiciones de razonar correctamente.

Es Paradójico, el Hombre se esfuerza permanentemente en buscar algo que no ha definido en su totalidad. Busca con desesperación, en el corto tiempo de su vida, algo cuyo concepto apenas si vislumbra… pero pese a ello se empeña en alcanzarla.

Para el tema que nos ocupa es vital intentar conceptualizar la Verdad para tratar de develar el poder que esta tiene o que de ella emana. Lo contrario sería tratar de explicar el efecto prescindiendo de la causa.

La Filosofía, la ciencia del amor al saber, dice que la verdad es lo que está de acuerdo con la cosa, es decir cuando media un acuerdo entre la realidad, el pensamiento y sus principios racionales y le reconoce características intrínsecas: autoridad, consenso, necesidad lógica, experiencia y criterio pragmático entre otros. El método que utiliza para su conocimiento, en general parte de la duda y la búsqueda de razón; nada es cierto si no es razonable y razonado. Sin embargo también hay que considerar el criterio de Kant quien sostenía que, en general, no podemos conocer la cosa en sí, sino únicamente lo que la cosa es para nosotros, es decir nuestro punto de vista.

La ciencia establece que es verdad todo aquello que puede probarse y obedece a una ley establecida, sin embargo hoy la ciencia admite (o se ve obligada a admitir por la avalancha de argumentos) que lo “real”, para ella, está en constante fuga (expansión) y que cada día se encuentran cosas mas allá de las cosas que conocemos y al final pareciera que, en el infinito, solo hay un misterioso flujo energético.

La metafísica busca la verdad en el origen mismo del todo, andando para ello el camino de las explicaciones más allá del ámbito físico, para encontrarse generalmente con un universo más extenso aún en el que la búsqueda se hace mas difícil o por lo menos se convierte en una tarea más vasta. Las religiones en general plantean a la Verdad como a los arcanos de Dios, casi como a las razones que tuvo El para crear el Universo. Las religiones cristianas concretan más el hecho y la asimilan con una persona: Jesús, quien dijo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

La Lógica simbólica ha llegado inclusive a desarrollar un contexto intrínsico de verdad en el lenguaje, asignando valores de verdad a las expresiones, a través de leyes aplicadas a los valores falso y verdadero, constituyendo esto una importante herramienta para el análisis de las proposiciones linguísticas en cuanto a su valor de verdad, sin embargo esto que podría parecer una solución para conocer el valor de verdad, ha sido puesto en duda por la aparición de un tercer valor, el de incertidumbre, planteado, por una parte, en la lógica trivalente (idea basada en la estructura del idioma aymara) y por otra, ampliamente tratada en la actualidad en la Lógica Difusa de las Matemáticas.

Como hasta aquí se aprecia, no se puede con estos pensamientos, definir en forma clara lo que es la Verdad, solamente se puede aceptar su significado con ojos de fe (incluyendo a la definición de la ciencia). Quizás porque la Verdad fue perdida para los ojos del hombre por aquella Caída del relato bíblico o de las citas que, al respecto, tienen otros libros sagrados; por esa involución espiritual que materializó la naturaleza del hombre. ¿Qué es la verdad para la masonería? Es la “Palabra Perdida” a cuya búsqueda dedica el mejor de sus esfuerzos a través de cada uno de sus miembros. Es ese saber que, en su origen, el hombre conocía y poseía con todas sus implicaciones y que extravió y perdió en su caída.

“La Verdad es aquello que todo aclara, comprende y realiza y que se halla unificado al origen de todo”, manifiesta” Aldo Lavagnini.

La Verdad es Luz (no tinieblas), es Perfección (no imperfección), es el bien (no el mal), es en resumen, a la vez, todas las características del Uno… por lo tanto la Verdad es El, Dios que con su sabiduría y en su sabiduría rige todo el orden del Universo creado y en constante creación, manifestada en el cumplimiento de la Ley, esa norma que se encuentra allí donde se posen los ojos o el pensamiento del hombre.

Ahora bien, antes de cambiar el rumbo de estas consideraciones, es importante preguntarse si la Verdad es un objetivo único a alcanzar, es decir si es una meta final que se alcanza sólo al término de tal o cual camino o si mas bien es una adquisición progresiva, es decir algo que se va conociendo poco a poco en forma parcial pero dentro de un contexto integral y establecer, además, si la Verdad es externa o inherente a la existencia.

La Verdad, al ser la esencia misma del Todo, se deduce que no puede ser objeto de una consecución instantánea y completa, sino sujeta a un gradual descubrimiento, revelación y práctica – por parte del buscador – y es por lo tanto inherente a todo lo que existe, por lo que no hay un momento específico para conocerla ni un lugar donde se encuentra – bien sabemos que en realidad el tiempo y el espacio no existen.

El hombre eligió para su existencia el bien, el mal y el conocimiento, por eso es que se afana por desarrollar este y se esfuerza por utilizar el discernimiento para escoger entre aquellos. Bosquejada la Verdad en explicación y en la confianza de que ella está definida en la mente y el corazón, preguntémonos que poderes tiene.

La Verdad tiene en sí poderes – poder inherente – (esto por supuesto porque proviene, está y es Dios) y además confiere poderes a aquel que progresivamente la va conociendo -poder inmanente -. Los poderes inherentes o de la esencia de la Verdad, se manifiestan con ella. Los pensamientos, sentimientos y acciones que tienen por sustento a la Verdad, es decir a lo justo, lo correcto, lo bueno, lo positivo, lo constructivo, lo puro, etc. se imponen por sí mismos. Existen por su esencia y no por otro argumento. Hay múltiples ejemplos de hechos que basaron su existencia no en la Verdad, sino en variados argumentos, que por no pertenecer al dominio de ella han perecido. La esclavitud a la que fueron sometidos millones de seres humanos hasta épocas cercanas a hoy, esta siendo derrotada no tanto por los esfuerzos que se hacen en ese sentido, sino fundamentalmente porque el hecho verdadero de la igualdad humana se está imponiendo. Las tinieblas de la ignorancia inducida y establecida, esta cediendo, a grandes pasos, su lugar a la luz, al conocimiento iluminador y esto, es cierto, gracias al trabajo que se desarrolla en ese sentido, pero fundamentalmente porque la ignorancia de las tinieblas está basado en la ilusión, en la falsedad, en la No-Verdad y por lo tanto carece de un sustento de esencia para existir.

Hay circunstancias en las que en forma no permanente se cree una falacia, pero finalmente se impone la Verdad, muchas veces inclusive sin que el hombre haga nada para que esto suceda, porque la Verdad tiene su propia fuerza, es decir su propio poder inherente. ¿No sucedió esto con las teorías acerca de la forma de la Tierra (pese a que en Isaías 40:22 se menciona claramente la forma de este Planeta)? ¿Acaso la Iglesia Católica hace poco no pidió disculpas a Galileo Galilei? ¿No se está cuestionando la ciencia hoy respecto de la inmortalidad del Alma?

En el ámbito personal cada uno de nosotros ha debido comprobar no solo una vez, que cualquier falsedad siempre es descubierta o derrotada por la Verdad y al inquirirse acerca de la razón de esto, la respuesta nos lleva a concluir que la falsedad no tiene un sustento en símisma, en tanto que la Verdad si lo tiene y por ello siempre se impone. En el cotidiano vivir, a medida que se va conociendo la verdad – en forma  proporcional al esfuerzo que se desarrolla para ello – el hombre se hace depositario de un poder o va adquiriendo este, llegando a hacer una u otra cosa, ya no por la imposición externa, sino más bien por el convencimiento interno de que la forma en que lo hace corresponde al ámbito de la verdad. Es decir ya no actúa por coerción sino por convicción, puesto que si lo haría por lo primero existe la posibilidad de errar, en tanto que si lo hace por lo segundo no podrá equivocarse. Es decir que no necesita ya un trabajo de permanente control sobre ese aspecto de su vida sino que fluye espontaneamente basado en el conocimiento de la verdad y en el poder que de ella emana y le es conferido al individuo.

Este conocimiento paulatino y acumulativo de la verdad le da al hombre el mayor de los poderes con que pudo soñar: La soberana Libertad y su consecuencia: la paz interior. Lo convierten en el soberano de su vida y en ese contexto en copartícipe de la creación, en instrumento activo del Plan de Dios.

“Buscad la Verdad y esta os hará libres”… libres íntegramente para pensar, sentir y actuar en forma soberana. Obviamente esta condición total (la libertad soberana) es el punto culminante del conocimiento de la Verdad y el supremo poder que esta confiere. Más la realidad nos demuestra que, si bien es posible que estemos andando el camino de Occidente a

Oriente en búsqueda de la Verdad, aún debemos estar lejos de aquella; pero no olvidemos – y esto no es un consuelo – que a mayor esfuerzo evolutivo, mayor conocimiento de la Verdad obtendremos y proporcional a esto conquistaremos algo de la soberana libertad. Por lo tanto nosotros, obreros iluminados, estamos llamados a ejercer ese mucho o poco poder que tenemos (el que nos ha conferido la Verdad), en la vida diaria, trabajando por hacer de nuestro medio un mundo mejor, un mundo acorde con la Verdad.

Debemos volcar nuestros haberes, nuestro poder emanado de la mucha o poca Verdad que conocemos, en nuestros semejantes y su entorno. Debemos mantener encendido el fuego de las virtudes cuya práctica nos conduce a la verdad. Debemos cortar de raíz, los vicios que nos encadenan y nos impiden avanzar. El hombre consciente de sí mismo, es también consciente del espíritu de unidad con su medio, con su sociedad. Este es un sutil medio de relación entre individuos que no tiende a ningún fin utilitario, sino a su propia verdad esencial, que persigue no como una suma aritmética, sino como un valor vital.

En Sánscrito se describe al pájaro como “dos veces nacido”, una vez en su huevecillo limitado y otra cuando adquiere libertad para volar a sus anchas por el cielo ilimitado. Los hombres que creen en la evolución hacia la libertad del espíritu, bien pueden considerarse como candidatos a nacer otra vez. En la vida, el hombre muestra esa dualidad, pues existe dentro de los hechos evidentes y también en su trascendencia en un dominio de sentido más amplio. Su adquisición de verdad supera con creces sus necesidades y la realización de su yo pugna siempre por rebasar las fronteras del interés individual, demostrándole su infinitud, haciéndole real al manifestarse en verdad y bondad.

La Verdad tiene y confiere un poder: la Libertad, busquemos la Verdad y a medida que la hallamos convirtamos en acción estos poderes – inherentes e inmanentes – Practicantes de las virtudes, buscadores incesantes de la Verdad, seamos protagonistas de la historia, forjadores de la Justa Fraternidad.

Aristides

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